Hace una semana que mi padre no
está. Me sumerjo en el mar y allí dentro, en la profundidad y sin oxígeno estoy
más cerca de él. No entiendo el porqué. Buceo y veo a mi padre allí abajo. Lo siento
tan cerca. Aguanto bajo el agua hasta el máximo que puedo. Antes aguantaba
menos. Ahora que siento a mi padre allí aguanto mucho más. No sé por qué me ha
dado por pensar eso pero no dejo de pensarlo.
Veo peces, algas, rocas. Se
filtran los rayos de sol tímidamente y lo puedo ver cogiéndome la mano cuando
yo era niña. Siempre tan cerca. Siempre tan unidos. Lo veo canturreando en su
tractor. Tan fuerte y tan libre. Lo veo echándose la siesta en el sofá y
anudándose los cordones de sus zapatos. Lo veo tan elegante, con su camisa azul
los domingos. Le hablo y le digo:
- Papá, estoy bien. No te
preocupes. Tú me das fuerzas. Me cuidas y me guías desde el cielo. Tú eres la
luz que ilumina mi camino y yo siempre seré tu lucero del alba, como me decías
de niña. Cuando mire a Venus en el horizonte al despuntar el alba te estaré
viendo a ti, cuando íbamos juntos a los secanos. Tú estás allí y estarás
siempre; en una abeja libando de una flor de almendro, en los rayos de sol, en
la tierra seca, en la lluvia que cae del cielo y que tanto te gustaba; en cada
puesta de sol, en cada arruga de los troncos de los olivos que te vieron
crecer, en cada gorrión que vuela libre y en cada gato que acaricio estás tú.
Porque tú eres vida y eres naturaleza. A ella perteneces. Con ella te solapas.
Eres savia corriendo por las hojas y los tallos y eres un sabio y tus
enseñanzas han quedado para siempre como una huella imborrable en mi ser.