sábado, 17 de diciembre de 2016

LAS CAUSAS PERDIDAS

De esa noche recuerdo que hacía calor dentro y llovía fuera. Recuerdo que él estaba muy borracho y yo muy sobria. El pub estaba abarrotado y no hacíamos más que cruzarlo de punta a punta, una y otra vez, como si buscáramos algo, como si no encontráramos nuestro sitio. Él me cogía de la mano para que no me quedase atrás entre la multitud pero había demasiada gente alegre allí dentro y nuestro interior se parecía más a un pozo sin fondo, a un lugar vacío e inhóspito.

Recuerdo que dije algo así como: — Vámonos a casa. El sol está a punto de salir. De camino a casa él iba tambaleándose de un lado a otro de la calle. La calle estaba mojada y sentí miedo de que tropezase o se escurriese y cayese al suelo. Yo no hubiera tenido fuerza suficiente para levantarlo. Entonces dije: —Me gusta verte tan feliz. Me gusta que estés en armonía con la gente. Él se detuvo, se puso serio y me miró: — ¿Sólo soy maravilloso cuando estoy muy borracho? Y soltó una risa irónica.


Por fin introduje la llave en la cerradura, esta cedió y yo solté un “Home, sweet home” que me salió del alma. En la cocina acercó tanto su cara a la mía que pude oler su aliento a alcohol. Me dijo entrecerrando los ojos: — Brindemos por las causas perdidas. Y entonces me ofreció la botella.  Posé mis labios donde estuvieron los suyos unos segundos antes. Me di cuenta que a él le gustaban tanto las metáforas como a mí y dijo: “Brindemos por las causas perdidas” cuando en realidad lo que quería decir era: “Lo nuestro es imposible”.

TARDE PARA CAMBIAR

“Era pronto para todo
y tarde para cambiar”
Amaral

TARDE PARA CAMBIAR

Me llamabas de madrugada, cuando yo más borracha estaba, cuando más te echaba de menos. Me guardaba las palabras en el bolsillo y todo lo que no te dije me quemaba en la garganta. Hablabas de empezar una nueva vida, de que ya la habías olvidado. Yo sabía que aún no podías ver sus fotos, que tenías sus caricias tatuadas en la piel. Me arrastrabas contigo a los maleficios de tu pasado.

Yo quería creerte, Dios sabe que quería creerte. Pero ahora dime que no lo sabías, que estábamos condenados a vivir bajo su sombra, a que poblase todos tus sueños y pesadillas, a recordar el tacto de su piel, a las odiosas comparaciones, a que yo no pudiese nunca trepar al pedestal donde la pusiste.

Ahora mírame a la cara y dime que no jugaste conmigo, que yo no fui paño de lágrimas, que no sabías que esto estaba condenado al fracaso, que yo era un segundo plato apetecible. Dime que no pensabas en ella cuando desabrochabas los botones, dime que no te aguantabas las  ganas de susurrar su nombre. 
   

Dime que fue un espejismo, que sólo tratabas de no ahogarte en tus propias lágrimas, que no quisiste hacerme daño, que pensabas que podías conformarte conmigo, que la sombra del ciprés era demasiado alargada. Que los cementerios te recordaban a ella. Que esperas encontrártela en la próxima vida y reencarnarte sólo para poder pasar un minuto más con ella. 

MI ALMA PERDIDA

“Te daré mi corazón,
te daré mi vida,
te daré mi alma perdida”
Amaral

MI ALMA PERDIDA

Dame una razón más,
tengo millones,
y me hace falta sólo una más
para saber que eres tú.
Nadie más.
Sólo tú.
El que llevo universos esperando.

Te daré mi alma perdida,
el sol no volverá a ponerse en mi reino,
te enseñaré lugares escondidos
que sólo yo conozco.
Tendremos cien puestas de sol al día,
desde mi asteroide particular.
Te entregaré lo que no he enseñado a nadie,
lo que llevo siglos atesorando aquí dentro.

Te daré mi alma perdida,
descifraré tus sueños.
Cada día regresaré de países lejanos
y te colmaré de tesoros, almizcle e incienso.
Te traeré olores a desierto y sal,
que nos transportarán a otras vidas
cuando nos cansemos de las nuestras.
Llevo muchas vidas esperándote
sentada en una silla frente al mar.

Te daré mi alma perdida,
la que extravié mientras vivía,
la que tú encontraste en mitad de la niebla.
Cuando respires o estés dormido
recuérdalo.  

Te daré lo que soy,
te daré lo que tengo,
tú sólo dame una razón más,
una de las mil que tengo

y tendrás mi alma perdida. 

jueves, 8 de diciembre de 2016

CANSADA

Me cansé de mirarte.
Esta noche, de repente, me di cuenta.
Te miré y me di cuenta que dejaste de ser el centro,
que ya no me ruborizaba cuando me rozabas,
que ya no me imaginaba surcando mares contigo,
que prefería la soledad de mi cama.

Me harté de que siempre salieras ganando.
Me cansé de tus malas noticias.
Me cansé de tu cansancio.
Me cansé de tus repuestas.
Creo que me cansé,
de que no sepas salir perdiendo,
de tus huesos,
de tus eternos peros.

Te miré y me di cuenta,
fue como un flash,
como una revelación,
como una bofetada que te suelta la realidad.

Me cansé de tus ojos,
me cansé de tus labios,
me cansé de tus lentas pisadas.
Hasta me cansé de tu sonrisa.
Tus manos no coincidían con las de antes.

Te miré y me di cuenta,
de repente,
de que estaba cansada,

muy cansada.

PREGÚNTALE AL MAR

“Sellarán pasaportes,
devolverán preguntas.

¿Cuál fue nuestra guerra?
¿A cuántos pudimos salvar?
¿A quién debimos echar de menos un domingo por la tarde?”
EL SINDICATO DE LA DUDA. Guille Galván

PREGÚNTALE AL MAR

Voy en busca del mar,
voy en busca de un rayo de sol,
voy en busca del horizonte,
de cómo se pierde la línea del horizonte en el infinito.

Voy en busca de mirar más allá.
Voy en busca de que el mar me lama los pies.
Voy en busca de renacer,
de empezar de nuevo.

Voy en busca de las respuestas que esconde el mar.
Le pregunté al mar y él respondió:

-Perdónale. 

domingo, 4 de diciembre de 2016

KUTRE

Formábamos parte de algo grande. Algo más grande que nosotros mismos. Algo que nos sobrepasaba. Creo que todos sentíamos algo parecido y difícil de explicar. Una especie de comunión colectiva. Ese lugar nos unía y, a su manera, nos cobijaba; de un mundo hostil, de las adversidades diarias, de las contradicciones propias y ajenas, del mal de altura, de los monstruos de nuestra infancia, de los que hacían negocio con nuestro pan.

Fuera llovía fuerte pero allí estábamos a salvo; de los días inciertos, del frío y la demencia senil de un mundo perverso, de la apatía y las manchas de la responsabilidad. Buscábamos ser parte de algo más grande que nosotros mismos. Sobrepasar los límites de la incertidumbre, construir puentes y destruir fronteras.

Buscábamos pertenecer a algo grande y olvidar lo pequeños que somos. Cooperábamos en construir algo hermoso. Una torre que alcanzase el cielo. Una torre de comprensión donde todos aportábamos nuestro grano de arena. Juntos éramos invencibles. Aquella fortaleza era infranqueable. Con sólo cruzar el umbral el cansancio desaparecía y volvía el brillo a nuestros ojos.

Si te digo la verdad creo que sólo buscábamos ser felices; sin prisas, sin corsés, sin prótesis.

Si te digo la verdad creo que todos sentíamos algo parecido y que lo que queríamos era formar parte de algo más grande que nosotros mismos. 

DÍA 3

Dos cafés con leche. Uno detrás del otro. Eso era todo lo que había en mi estómago hasta las 5 de la tarde. Recuerdo que era día 3. Esos días en que todo está de mi parte o a la contra. Sin término medio. Quizá todo lo que pasaba eran profecías autocumplidas de lo que yo escribía. Recuerdo el mar y Eva Amaral cantando “Déjame vivir a mi manera”.

Recuerdo que era día 3 y que metí las lentejas en el microondas a las 4 de la tarde. Recuerdo que lo intenté y que, cuando ya no pude hacer nada más, me metí en la cama para que Eva Amaral me cantase “Déjame vivir a mi manera”. Recuerdo los ruidos que llegaban a la cama por la puerta abierta del dormitorio y las lentejas olvidadas dentro del  microondas.

Recuerdo que era día 3, que Eva Amaral cantaba “Déjame vivir a mi manera”, que se me olvidaron las lentejas en el microondas y que la cama era mi refugio.


Ya no recuerdo nada más. 

LA DECEPCIÓN

La decepción me sabe amarga, como una tarde de domingo. Me recuerda las cicatrices, los anhelos y las despedidas. Me huele a página en blanco, a flores de cementerio, a colirio de ojos. Me sabe a estupidez y a derrota. Me huele a pegamento del barato, del que lo pega todo y luego no pega nada. Me desalienta, me hunde, me embriaga como un perfume barato. Como el perfume barato que uso. Me recuerda los días de viento. Me sabe a pasado negro y a futuro vacío. Me entristece. Me fustiga. Me amarga. Me mancha. Me hiere. Me mata lentamente. Acaba con mi más preciado tesoro, mi sonrisa. Me llena de desasosiego. Me hace planteármelo todo desde una perspectiva perversa. Me vacía de ilusión. Me ennegrece. Me detiene en la frontera. Es más, hace que piense que hay una frontera. Me sabe a agua salada. Me hace olvidar la magia que sé que existe y que tantas veces he tocado con la punta de los dedos. Me lastima. Me pulveriza. Me convierte en ceniza. Me hace callar. Me habla en susurros. Se me mete dentro con la intención de destruirlo todo. Me coloniza como un monstruo que duerme en mí y cobra vida. Me maltrata y me araña. Y todo porque yo la dejo entrar. No sé por dónde se mete pero se mete muy adentro, en mis entrañas. 

sábado, 3 de diciembre de 2016

" Nadie lo sabe
nadie
ni el río
ni la calle
ni el tiempo..."

Mario Benedetti

EN AQUELLA ÉPOCA

En aquella época estábamos vivos pero no sabíamos que existíamos. En aquella época éramos libres, tan libres y tan vivos como sólo lo son los ríos, el mar o los pájaros. Las noticias nunca nos estropeaban el día. Lo más que veíamos eran los Simpsons o algunos animales salvajes de algún documental. Tan salvajes como nosotros, como nuestra libertad o como el mar; tan salvajes como nuestra felicidad.

En aquella época el salón era un hervidero de gente que iba y venía. Gente de paso. Transeúntes de nuestras vidas.  Los libros nos crecían por las piernas y trepaban como enredaderas cubriendo toda la casa. Llegaban a nosotros sin saber cómo. El trasiego de gente y de libros era algo habitual en nuestro salón junto con las fieras de los documentales.

En aquella época las confidencias a altas horas de la madrugada eran habituales; tan habituales como el jengibre, el limón y el cilantro en nuestro frigorífico. Cada día improvisábamos una nueva receta y hacíamos competiciones culinarias. Ni en el Bulli se comía mejor que en nuestra casa.

Hablábamos dos idiomas y nos entendíamos en el idioma universal de las emociones. Reíamos cada tres palabras y la cuarta era una ironía para hacer saltar la risa. Hicimos de esa casa algo parecido a un hogar ocupado por desconocidos que compartían la comida, experiencias, risas, confidencias y palabras en dos idiomas. Un extraño hogar; sin niños, sin padre y madre.

En aquella época las primeras palabras que escuchaba al levantarme eran: ¿Estás bien? Y claro que lo estaba, nunca he estado mejor en mi vida. Yo escribía sin parar. Todo era motivo de inspiración. Reciclábamos el plástico, los tapones, el vidrio, el papel y creo que hasta estuvimos a punto de crear la patente de reciclar el aire que respirábamos. La casa siempre olía a incienso, un olor que hacía juego con los cubresofás de motivos hindúes del salón.

En aquella época el lunes era una fiesta y el miércoles también. No teníamos que esperar al fin de semana. Hablábamos de literatura, de metafísica, de Dios y de las extrañas costumbres de los hombres del mundo al que no pertenecíamos, disidentes como éramos. Una vez por semana nuestra casa se convertía como por arte de magia en local de ensayo de una banda y disfrutábamos de música en directo y patatas fritas. Música. Si algo no faltaba en aquella casa era la música. Ritmos latinos, indies y punkis. Mucho rock. Pura diversidad que rezumaba por toda la casa.

Era extraño que escucháramos el mar estando tan lejos de la playa, pero os juro que el ruido de los motores de los coches que pasaban por la calle era como el de las olas del mar al ir a morir a la orilla. Compartíamos la casa con un felino que cazaba mientras todos dormíamos. Cuando llegamos teníamos el corazón roto y a base de jengibre y cilantro fue cicatrizando.

En aquella época me daba la sensación que vivíamos en un equilibrio inestable; que con cualquiera mínima alteración a nuestro alrededor todo se iría al traste. Yo sabía que esto no podía durar eternamente pero me aferraba al presente como a un madero en mitad de un Tsunami. Supongo que éramos felices pero no sabría decirte si éramos conscientes de ello.


ALLÍ DONDE SOLÍAMOS GRITAR

“¿A qué no sabes dónde he vuelto hoy?
Donde solíamos gritar.”
Love of Lesbian.

Ella me enseñó aquel sitio y, poco a poco, se fue convirtiendo en nuestro sitio. La primera vez que fuimos allí era de madrugada. Habíamos estado toda la noche de garito en garito, sin encontrar nuestro lugar en ningún lado. Ella me dijo: -Ven, quiero enseñarte un sitio. Conseguimos zafarnos de nuestros amigos y llegamos allí con unas cervezas, aún de noche.
Ella estaba muy borracha, algo más que yo, si eso era posible. De pronto se levantó y me dijo: -Tengo ganas de gritar. Yo me quedé callado mientras Ella soltaba un grito desgarrador, lleno de ira, lleno de rabia, lleno de sal. A nuestros pies dormía la ciudad y teníamos toda la vista del puerto y las casas de la Chanca. Cuando terminó el grito me dijo:- Ahora tú. Grita muy fuerte. No vas a despertar a nadie. Y sonrió.

Entonces pensé que era un juego estúpido. Pero no quería decepcionarla y me dije a mi mismo que yo también podía gritar por mi borracho que fuese. Grité con todas mis ganas, por todas las cosas que se torcían, grité porque Ella me lo había pedido y porque estaba muy borracho. Después del grito sentí una liberación difícil de explicar. Me quedé exhausto. Y por un momento pensé que me había deshecho de algo que llevaba mucho tiempo acumulando.

Aquel día inauguramos aquel sitio como nuestro sitio. Más nuestro que  ninguna otra cosa en el mundo. Íbamos allí cuando no teníamos otra cosa que hacer, para ver amanecer bajo el gran San Cristobal, para acabar una noche de fiesta o sin ninguna excusa, simplemente porque nos apetecía. Siempre gritábamos y nadie  nos oía. Podíamos gritar todo lo fuerte que quisiéramos. Siempre empezaba Ella pero nunca me dijo por qué gritaba, qué pensaba o qué sentía cuando gritaba o por qué necesitaba gritar precisamente en ese lugar tan inhóspito.  


Hoy he vuelto allí. Solo. He vuelto para gritar, como hacíamos antes. Antes de que se estropeara todo. Porque yo lo estropeé todo. No sé cómo lo hice pero se fue alejando de mí. Quizá fue porque nunca supe descifrar lo que quería decir cuando gritaba. Ella era jodidamente especial y aquel era nuestro jodido único lugar en el mundo, porque los dos lo teníamos todo roto. Ahora Ella no está y he vuelto aquí para gritar delante del mar y la ciudad. Me siento un estúpido. Ahora no es tan fácil. Ella era la que solía empezar a gritar. 

DECIR "ESTOY BIEN"

Hace falta mucho valor para decir “estoy bien”, cuando estás rota por dentro, cuando te apetece meterte en una cueva.

Hace falta mucho arrojo para decir “estoy bien”, cuando lo que te apetece es que te den un abrazo tan fuerte que se junten todas tus partes rotas.

Hace falta mucha valentía para decir “estoy bien”, cuando te estás muriendo por dentro, cuando a la serotonina y la dopamina les da por no aparecer por tu cerebro.

Hace falta mucho coraje para decir “estoy bien”, cuando está a punto de quebrársete la voz y echarte a llorar.

Hace falta valor, arrojo, valentía y coraje para decir “estoy bien” y para vivir, para vivir también hace mucha falta.


LAS PALABRAS

Las palabras aplastan o alivian,
queman o curan.
Usa bien esas armas.
Las palabras acarician o maltratan.
Las palabras son capaces de salvarte…
si crees en ellas.
Curan heridas y sanan enfermedades.

Yo creo en las palabras,
en su poder.
Es tan grande su poder,
que no sé si lo llegas a entender.

Con palabras recobra el ánimo el sediento.
Con palabras enmudecen los tiranos.
Con palabras empieza una gran pasión.
De palabras se nutre el amor.

Cultiva un bello jardín de palabras
y serás el dueño del mundo.
Tocarás los corazones
y te darás cuenta cuán heridos estamos todos.

Con palabras llegarás al alma,
alimentarás al hambriento.
Con bellas palabras trasmutarás a las fieras.
Con palabras liquidarás todas tus deudas,
con el mundo o con tu pasado.
Con palabras harás las paces y el amor.
Con palabras crecerás,
de palabras te alimentarás.
De palabras se nutren las utopías.
De palabras están compuestos nuestros sueños.

Cárgate de palabras,
hermosas y difíciles de pronunciar.
Ellas son el resguardo seguro para el desasosiego,
el pasaporte a la eternidad.
Compra acciones en el banco de las palabras.
Gasta todas tus palabras almacenadas.

Empieza a construir puentes con palabras
porque estoy segura que ya has entendido
qué significan las palabras.

EL DESHIELO

“Pronto llegará la nieve, se siente en el aire”

Me he sentado a esperar caer la nieve
en los albores de un cálido otoño.
Se deshielan los glaciares,
tus miradas,
las palabras que suenan falsas.
Se deshiela Groenlandia,
y mis eternas decepciones
al ritmo frenético de un capitalismo voraz.
Se deshielan las dudas,
al ritmo de tu respiración.
El deshielo tocará las fibras sensibles
y las convertirá en agua.
El deshielo dedicará sus esfuerzos
a algo que no seas tú.

Esta noche voy a soñar con la Antártida,
con Laponia,
con algún lugar blanco donde no crezca nada.
Estoy harta del calor sofocante
de tu aliento en mi nuca.
Voy a construir escarcha alrededor de mi corazón.
Quiero que el vaho hiele mis palabras,
andar descalza sobre el hielo abrasador,
congelar los sentimientos,
congelar para siempre las miradas.

Me gustaría no volver a sentir escalofríos,
ni bucear en la nostalgia.
Me gustaría atentar contra el Banco Mundial
y echarle la culpa de todo.

Me gustaría,
por una vez en la vida,
me gustaría
congelar el júbilo,
no volver a amar

y que el hielo de tu mirada me resbalase. 

SU TALISMAN

S conducía siempre muy despacio. Ponía mucho cuidado en que no se le hiciese de noche porque había menos visibilidad. Si llovía no cogía el coche  y tomaba siempre las mismas rutas porque si no se perdía. No se orientaba bien y se hacía un lío con los mapas.

Mark se aprendió todas las carreteras y todos los atajos nada más llegar a la ciudad. Conducía raudo como un antílope. S dejó de conducir el coche. Los dos preferían que condujera Mark porque tenía mucha más habilidad al volante, sabía bastante de mecánica y unía dos puntos de la ciudad por el camino más corto.

Cuando se les hacía de noche Mark se concentraba en la conducción y S de copiloto, veía todas esas luces viniendo hacia ellos directas. Sabía que un solo fallo y se acabarían de repente Mark y S, las playas, la habilidad de S para preparar la pasta y la torpeza de Mark rellenando impresos.
A Mark siempre lo acompañaba al coche: S, una lata de cerveza y un porro. Menos mal que Mark nunca le prestaba atención alguna al móvil, pensaba S. S le leía a Mark por la noche en el salón del exiguo apartamento trozos de sus libros favoritos.  A Mark le gustaba que le leyese porque por él mismo era incapaz de coger un libro. Si el viejo coche los dejaba tirados, Mark abría la capota, se echaba el flequillo hacia atrás y empezaba a tocar aquí y allá, llenando sus robustas manos de grasa. Mientras tanto S se fumaba un cigarro, bien callada, mirándolo fijamente con sus preciosos ojos verde esmeralda, esperando que, como por arte de magia, se obrase el milagro. Y el milagro, tarde o pronto, se obraba ante la mirada estupefacta de S, que no podía dejar de mostrar su admiración. Mark era el más habilidoso de los conductores suicidas y S su más preciado talismán verde esmeralda. Con ella al lado la suerte estaba de su lado.

Mark cogió el coche una tarde para una acudir a una entrevista de trabajo al otro lado de la ciudad. Telefoneo a la oficina de S y le comunicó la buena noticia. Acto seguido se fue al bar más próximo para celebrarlo. Para cuando pensó en ir a encontrarse con S ya estaba borracho y olvidó que el mejor atajo estaba en obras. Todo debió haber ocurrido en un segundo, la noche cerrada, el mal estado de la carretera, un adelantamiento imprudente, la falta de reflejos de un Mark ebrio, el camión que Mark no vio debido a una excesiva velocidad y la mala suerte del lado de Mark. Todo acabó para el más hábil de los conductores suicidas en décimas de segundo. S no quiso ver el cadáver. Encontraron en el coche una bolsita de marihuana y una lata de cerveza. El seguro no se hizo cargo del siniestro.

S recordaba la sonrisa de Mark, congelada en el tiempo, diciéndole, mientras le guiñaba el ojo izquierdo:

-Nena, no tengas miedo. Vas con el mejor conductor de Fórmula 1 del mundo.

DE HABERLO SABIDO

La primera vez que a vi a J llegaba de un largo viaje y  arrastraba pesadas maletas llenas de pasado. Eso no me importó mucho, de todas formas yo tenía el cuerpo cosido de cicatrices invisibles. J hizo como que no veía las cicatrices y yo subí las maletas al altillo e hice como que me olvidaba que existían. Luego vinieron sus monstruos internos y mis eternas pesadillas. En la espesura de la noche todo empeoraba. Ni su ron con coca cola ni mis sempiternos cigarrillos pudieron evitar la catástrofe. Las paredes del dormitorio destilaban carmín rojo y en el baño había pelos por todos lados.

El día que J me dijo adiós y se subió a su Volkswagen azul oscuro casi negro no le pude ver los ojos, ocultos tras sus gafas de sol, a pesar de que estaba nublado. Dijo en voz baja y como para él mismo:
-Si me subo a ese coche no vuelvo nunca más.

Mi cara se quedó color ocre, como la tapicería de cuero del Volkswagen de J y no supe que decir. Quería decirle que no quedaba un puto sitio en mi cuerpo para más cicatrices, que me habían recomendado unas pastillas para las pesadillas, que sus monstruos nos los podíamos almorzar con una buena boloñesa y que quedaba un poco de hielo en el congelador para hablarlo todo delante de un ron. Pero no me salieron las palabras, me pasa a veces, que se me cuelan las palabras tan adentro que acaban por pudrirse en el fondo de mi garganta.

J me miró por última vez, como esperando una respuesta, yo sólo veía mis ojos reflejados en las lentes de espejo de sus gafas de sol. Escupió a un lado y dijo:
-De haberlo sabido…


Dejó la frase sin terminar, suspendida en el aire como una araña.