Formábamos parte de algo grande.
Algo más grande que nosotros mismos. Algo que nos sobrepasaba. Creo que todos
sentíamos algo parecido y difícil de explicar. Una especie de comunión
colectiva. Ese lugar nos unía y, a su manera, nos cobijaba; de un mundo hostil,
de las adversidades diarias, de las contradicciones propias y ajenas, del mal
de altura, de los monstruos de nuestra infancia, de los que hacían negocio con
nuestro pan.
Fuera llovía fuerte pero allí
estábamos a salvo; de los días inciertos, del frío y la demencia senil de un mundo
perverso, de la apatía y las manchas de la responsabilidad. Buscábamos ser
parte de algo más grande que nosotros mismos. Sobrepasar los límites de la
incertidumbre, construir puentes y destruir fronteras.
Buscábamos pertenecer a algo
grande y olvidar lo pequeños que somos. Cooperábamos en construir algo hermoso.
Una torre que alcanzase el cielo. Una torre de comprensión donde todos
aportábamos nuestro grano de arena. Juntos éramos invencibles. Aquella
fortaleza era infranqueable. Con sólo cruzar el umbral el cansancio desaparecía
y volvía el brillo a nuestros ojos.
Si te digo la verdad creo que
sólo buscábamos ser felices; sin prisas, sin corsés, sin prótesis.
Si te digo la verdad creo que
todos sentíamos algo parecido y que lo que queríamos era formar parte de algo
más grande que nosotros mismos.
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