Aún escuece cuando te veo. Aún me afecta tu
sonrisa y tu mirada está anclada en mi recuerdo como ese musgo que se adhiere a
las rocas del mar. Aún pienso en ti antes de quedarme dormida y te cuelas en
mis sueños. Todavía, en mi fuero interno, pienso que por un azar vertiginoso de
la vida, por una pirueta de esas que te dejan con la boca abierta, tú seas para
mí para siempre. Aún lo creo. A pesar de todo.
Pero eso forma parte del duelo, las dudas
infinitas, el deseo estancado de tenerte a mi lado. Te irás de mi vida poco a
poco, como se fueron los demás, los que no eran para mí. Este duelo ya lo he
pasado otras veces pero duele como el primero. Duele que te vayas de mi vida,
que se me rompa el alma de saber que nunca más volveré a abrazarte.
Y un día, sin más, descubriré que tu viva
imagen no me sorprende en las tareas más anodinas, que ya no pienso en ti antes
de dormir, que ya no te cuelas en mis sueños, que ya no se me acelera el
corazón cuando te veo. Que ya no tiemblo cuando me parece ver tu figura y luego
me he equivocado de persona. Te irás de mi vida sin más. Desaparecerás sin
dejar rastro. En mi corazón no quedará ni ápice de tu mirada limpia, de tu
sonrisa congelada, de mis noches en vela.
Y me da pena dejarte ir de mi vida, me niego
a que te vayas, pero te irás y se secará el rocío con los primeros rayos del
sol. Y otro día vendrá con sus aromas nuevos, con sus dificultades y no estarás
en mi pensamiento.
Estarás lejos, muy lejos.
Desaparecerás irremisiblemente.
Pero ahora, por ahora, la marea y mañana,
mañana, el océano.