Un océano los separaba. Una
brecha insalvable. Un precipicio que Ella no se atrevía a saltar. Miraban la
misma luna de plácida redondez con la misma fascinación desde distintos
continentes. Años luz distaban las
estrellas que tintineaban en el cielo infinito. 9.795 kilómetros y siete horas
de diferencia horaria los mantenía a cada uno en las antípodas del otro.
Ella se conformaba con la poca
información que tenía de Él. En sus fotos de perfil podía observarlo como una
voyeur. En su foto junto al mar Ella podía oler la sal y notar la brisa marina.
En su instantánea con la guitarra escuchaba el rasgueo de sus dedos contra las
cuerdas. Podía incluso saborear el mate
que Él paladeaba en medio de aquella naturaleza salvaje del otro lado
del mundo.
Y en aquella foto en la que
saltaba con júbilo entre dos montañas podía sentir como Él le pedía que
saltase. Que no mirase hacia atrás y saltase de una vez ese océano que los separaba. Que se zambullese en la
locura de ir a su encuentro. Desde aquella foto de perfil Ella notaba como le
susurraba: - No tengas miedo. El miedo te paraliza y te engulle lentamente.