Él me dijo que estaba de paso. Yo
supe, con solo mirarlo a los ojos, que era nómada. Había una luz en su mirada
que me cegaba. Él me dijo que seguramente no volveríamos a vernos y yo me
abracé a su pecho como si nunca antes hubiera abrazado a nadie.
La música en aquel local estaba
muy alta y había una nube de humo que envolvía las risas y las palabras en una
espesa niebla. Me susurró algo al oído y luego sonrió, mientras se apartaba de
la cara un mechón de pelo rebelde.
La niebla y la noche envolvía el
ambiente en un halo de mágica incertidumbre. Mientras la música atronaba mis
oídos yo lo observaba balancearse torpemente al son de la música con su eterna
sonrisa en la cara.
Lo primero que me dijo fue que
estaba de paso y yo me agarré a sus palabras como a un madero en mitad del
océano.
Tal como me advirtió no volví a
verlo más y, cuando volví a aquel local
sola, la niebla de magia y humo se había disipado como por arte de magia.
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