EL CHISPITAS

A veces, cuando tengo un proyecto nuevo, me siento como “el chispitas”. El chispitas tenía un bar muy pequeño y cutre. Nosotros lo visitábamos porque nos hacía gracia las historias que nos contaba. Decía que era fotógrafo profesional y tenía una cámara de esas baratas compactas de carrete (esto era cuando aún no existían las cámaras digitales). Decía que tenía un restaurante y tenía unas tapas malolientes y putrefactas (su tapa estrella era la tortilla de escombros, no es broma, él le puso ese nombre). El bar tenía aproximadamente tres metros cuadrados, tres personas se estorbaban, aunque eso nunca llegaba a suceder porque nunca había nadie. Decía que era escritor y que conocía a Lara. Decía tantas cosas increíbles viéndole con las uñas negras y ese aspecto de dejadez absoluta y falta de higiene. Le tengo que preguntar al principito, porque ese síndrome tiene que tener un nombre en psicología. Cuando no ves la realidad, sino que te crees lo que te gustaría ser, lo proyectas y te lo crees a piejuntillas. Él hablaba con tal convencimiento que estaba claro que no dudaba que era verdad. Hay gente que tiene un cuatro latas y se cree que tiene un ferrary. Hay otro síndrome parecido a éste,  es el síndrome erotomaniaco. Consiste en que te crees que la persona que te gusta está enamorada de ti, aunque te rechace abiertamente una y otra vez, y esos rechazos son vistos por la persona que padece el síndrome como signos de que la ama. Y además piensa que todo lo que hace esa persona es por él. Conozco a gente que lo tiene y son personas de lo más normal aparentemente. Pues eso, que yo a veces creo que tengo el síndrome “Chispitas” cuando emprendo un proyecto, porque me parece lo mejor del mundo y a veces también me pasa con mi blog :-(