lunes, 17 de noviembre de 2014

LA CLASE OBRERA

Entra un padre con su hijo. Le pido a Dios que lo trate bien, que no le pegue, que lo entienda.  Las manos del padre son robustas y encallecidas. Podrían pegar muy fuerte. Lleva un paquete de Marlboro en el bolsillo de atrás del pantalón. No tendrá un buen trabajo si acaso tiene trabajo. Se deslomará para sacar a su hijo adelante. Arrastra un pesado carro de la compra. Detrás de él hay una adolescente que, con el móvil entre las manos, dormita en el hombro de su madre. Todo son gestos de cansancio y la gente cierra los ojos, no sé si para dormir o para soñar con otra vida mejor. Son la clase obrera, la clase de la que me siento orgullosa de formar parte.  La clase que levanta este país viaja en autobús en las grandes ciudades.
Atravesamos barrios con graffitis en sus muros, que gritan el descontento de la clase obrera sobre las paredes mudas. Sube y baja gente, con sus vidas al hombro, tirando de pesados carros, mirando al infinito por las ventanillas, buceando dentro de ellos mismos, agradeciendo un momento de paz al día, cediendo sus asientos a ancianos y embarazadas. Hay niños, adultos, viejos, bebés en sus carritos.

                Siempre que me subo a un autobús en Almería me embarga esta sensación y veo el mundo por unos momentos a través de esos ojos, cansados y marchitos, y me parece un mundo gris pero solidario.

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