Estoy en una habitación casi a
oscuras. Cuelga del techo una bombilla incandescente y desnuda que vierte una
luz amarillenta sobre el habitáculo. Estoy sola pero noto la presencia de algo
o alguien. No puedo ver muy bien mi entorno. Me encuentro sentada en una silla
y delante tengo una mesa redonda de madera oscura, vieja, sucia y desvencijada
por el tiempo. Alcanzo a atisbar que las paredes son ocres y tienen muchos
desconchones. No encuentro ninguna ventana a la vista y tampoco puedo saber si
es de día o de noche. Voy vestida de negro. Mallas negras, camiseta negra de
tirantes y botas negras. Hace un poco de calor y el aire es pesado y húmedo y
está como estancado. Sobre la mesa hay un revolver pequeño. No entiendo nada de
armas así que no puedo saber qué tipo de revolver es ni si es de buena o mala
calidad. Me pregunto de quién será y qué hace allí. La curiosidad me empuja a
acariciarlo suavemente. Está frío como la hoja de un cuchillo. Lo cojo entre
mis manos. Pesa mucho para lo pequeño que es.
De pronto escucho el sonido de
una puerta que se abre. El sonido de unos pasos llega amortiguado. Noto la
presencia de alguien que se acerca a mí y al que aún no puedo ver. Me llega
olor a tabaco y una nube de humo tras la que se aprecia una figura humana. Se
detiene enfrente de la mesa y a la luz de la macilenta bombilla empiezo a
escrutarlo. Yo aún sostengo el pequeño revolver entre mis manos y tengo un poco
de miedo. El hombre es probablemente de mi edad, alto, medirá un metro noventa.
Tiene las facciones de la cara orientales y como de mujer pero se esconde los
ojos tras unas gafas de sol negras. Lleva un traje negro muy elegante y corbata
azul oscuro. Me parece sin dudad muy guapo. Él le da una calada a su cigarro,
suelta el humo muy despacio y me dice “Es la hora” No sé a qué se refiere. No conozco de nada a ese
hombre. “¿Estás preparada?” repite.
No sé qué hago en esta
habitación. Si es una pesadilla quiero despertar. Él se sienta y saca del
bolsillo de su americana una bala reluciente. “Esto es para ti”. Y deposita la
bala sobre la mesa. Lo miro y pienso en apuntarle con el arma pero me doy
cuenta que no sé usar un arma, nunca he disparado y además caigo en la cuenta
de que no sé si está cargada. Por mera intuición y por haberlo visto en las
películas abro el tambor y veo que no hay balas. El hombre apaga su cigarrillo
en el suelo y se quita las gafas de sol. Ahora me doy cuenta de qué me sonaba su
cara. Es idéntico a Murakami cuando tenía mi edad. Dejo la pistola sobre la
mesa y me dispongo a levantarme para irme pero no puedo. Mi cuerpo no obedece a
mi cerebro y pienso que debe ser una pesadilla.
En ese momento agarro la bala que
hay sobre la mesa y cargo la pistola. Apunto al hombre que se parece a Murakami
y le digo “Se ha acabado el juego”. Él no se inmuta y saca un paquete de
cigarrillos del bolsillo de su americana y enciende uno con un encendedor
dorado que me parece que debe ser muy caro. Me mira durante largo rato. Yo sigo
apuntándole y me cae un sudor frío por la nuca. “El juego acaba de empezar” me
susurra muy bajo. Esboza lo que parece una sonrisa y me echa el humo a la cara
con desprecio. De pronto una fuerza sobrenatural hace que me lleve el cañón de
la pistola a mi sien derecha y apunte a mi cabeza. Estoy muy asustada. No sé
por qué hago eso. Quiero despertar de esta pesadilla. Estoy a punto de apretar
el gatillo y no puedo contenerme. Sólo hay una bala pero podría tocarme esa
bala y morir instantáneamente. Detengo la respiración y aprieto el gatillo.
Sigo con vida. Me quedo exhausta.
Vuelvo a abrir el tambor por un
mandato superior que me obliga a hacerlo, lo hago girar con el mismo protocolo
y coloco la bala en otra posición. Me doy cuenta que estoy jugando a la ruleta
rusa y que una fuerza sobrenatural me
obliga a continuar con el juego. Vuelvo a repetir la escena. Me apunto a la
cabeza y aprieto el gatillo. Sigo con vida. El hombre que se parece a Murakami
me mira y me dice “Eres una chica con suerte” y de nuevo parece que esboza una
sonrisa. No puedo apuntar al hombre ni levantarme y salir corriendo. No sé por
qué no puedo. No sé qué me lo impide. El hombre vuelve a decirme “Pero la
suerte se acaba tarde o temprano” Y entonces comienzo otra vez con este juego
demencial con la muerte y abro el tambor con las manos temblándome, le doy una
vuelta y lo cierro con un chasquido. Apunto de nuevo a mi sien, me late fuerte
el corazón y me sudan las manos. Se hace eterno ese segundo. Oigo un estruendo
y solo veo una oscuridad espesa y profunda que me rodea.
La oscuridad continúa. Escucho
voces y el sonido intermitente y metálico de una máquina que parece ir
acompasada con los latidos de mi corazón. No sé qué ha pasado. La habitación se
ha desvanecido. No sé dónde estoy. Me quema el pecho. Las voces me son
familiares. Son mi padre y mi hermano pequeño. Escucho el sonido de una puerta
y digo: “¿Se ha acabado la ruleta rusa?” Me llega amortiguada una voz que me
parece la de Murakami diciendo: “Soy el oncólogo que la ha operado. Todo ha
salido bien. Es normal que ahora esté delirando. Es por el efecto de la
anestesia” “¿No era todo un juego?” digo susurrando con una voz que sale de las
profundidades y va a parar a las profundidades del abismo de la oscuridad que
me envuelve.