domingo, 18 de noviembre de 2018

EL CAFÉ PERFECTO


Ahora pienso que las cosas podían haber sucedido de otra manera. Ahora sé más cosas. Quizá sea más viejo, tenga menos prisa o piense menos. La primera vez no conocía el barco en el que viajaba. La segunda vez fui sin equipaje. Ella me miró con esos dos ojos tan grandes abiertos de par en par por la sorpresa y yo no supe qué decir. Tomamos un café en la estación de Lyon y yo adiviné que estaba hecho con amor, el ingrediente indispensable. Ella me dijo una vez que nadie hacía el café mejor que yo. Y lo pensaba de verdad porque ella no sabía mentir. Sólo me mintió una vez. Cuando yo le pregunté si quería quedarse a vivir en ese precioso pueblo de la campiña francesa, junto al mar. Marsella estaba en los confines de mi mundo y los dos fuimos muy felices en aquel pueblo. Aunque si he de ser sincero mi mundo es bastante pequeño. Cabe en una maleta mediana. De la marca que sea. Si alguien se adueñara de esa maleta se podría hacer pasar por mí y quedarse a vivir en Marsella con ella. Escalofriante no? A mí me lo parece.

Una vez soñé que me despertaba en una casa extraña y una desconocida me traía un vaso de vino para desayunar y me dejaba solo en el dormitorio. Luego me llegó un olor nauseabundo, reuní fuerzas y salí. Me encontré a la misma mujer desnuda danzando en mitad de un mar de mierda. Cuando me desperté se había roto un desagüe y la mierda había inundado toda mi casa. Si algo que ocurre en la realidad puede adueñarse de mis sueños, ¿por qué no alguien que se adueñe de mi maleta no podría sustituirme sin que nadie notase la diferencia? Me parece tan posible y tan escalofriante como mi sueño. Por eso la segunda vez fui sin maletas. Temía perder mi maleta y que me sustituyera el impostor.

Ella no puso azúcar en el café y yo pensé que ahora la impostora era ella porque siempre tomaba azúcar con una pizca de café. Empecé a pensarlo en serio y quise mirar si seguía en su espalda la mancha de nacimiento. Pero no podía averiguarlo en mitad de aquella cafetería. Necesitaba desnudarla y si luego era cierto que no tenía la mancha del tres sería difícil salir de una situación tan embarazosa.

Quizá no debí contarle aquel sueño. Quizá averiguó lo de la maleta. Ahora no paro de darle vueltas a que las cosas podrían haber sucedido de otra manera. Soy más viejo pero sigo cometiendo el error de narrar mis sueños. Tengo menos prisa pero salí de aquella cafetería sin pagar y dejé plantada a la chica de mis sueños. La que me ofrecía vino para desayunar y danzaba en mierda con naturalidad. Y aunque piense menos sigo haciendo las cosas por impulsos. Eso sí. A la hora de hacer café por las mañanas siempre he odiado que la gente le ponga más de una cucharadita de azúcar.

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