En un momento de la noche Ella se
queda sola y observa a su alrededor con absoluta incredulidad como si todo
fuese nuevo, como si nunca lo hubiera visto. Como si fuese la primera vez que
utilizara los ojos. Todo le parece un sueño muy real pero que no deja de ser ficción. A su alrededor se desintegra la
realidad y se convierte en humo negro.
Sentada muy quieta y callada en
su taburete observa la escena como si fuese una obra de teatro en la que todos
interpretan un papel. Siente que lo más importante está en otro lado. Que lo
que ve son sombras y actores, no personas reales. Que en realidad no existen o
que están muy lejos. Mira detenidamente sus zapatos y le parecen que no son
suyos, que no es dueña de sus zapatos. Que su vida como sus zapatos se va esfumando,
se derrite, palidece.
Ella se convierte en la
observadora. No está en el local. Está mirando desde arriba la escena. Está
observándose a ella misma dentro del local. Mira una silla y sabe que está en
su retina y en su cerebro pero está convencida de que no es real, de que no
puede tocarla ni asirla. Ve a la gente feliz y se pregunta si eso tampoco es
real. Si esa felicidad es efímera.
Se pregunta si sus zapatos, esa
silla o la alegría son reales, si solo pertenecen al mundo de los sentidos, al
mundo de las ideas, y no son más que sombras, muy nítidas y de colores. Pero
sombras de otra realidad.
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