lunes, 20 de julio de 2020

CICELY

De un día para otro y sin previo aviso ella hizo las maletas y se mudó a Cicely, un poblado al oeste de la frontera con Nelia. Lo dejó todo. Su pisito del centro, un buen trabajo y todos sus vestidos nuevos. Dejó un prometedor futuro que hacía aguas por todos lados. Todo se evaporó como el rocío al amanecer.

De pronto y de un día para otro Nelia palideció. Era como una sombra. Su vida era la vida de otra, de una usurpadora, de una impostora. Se descubrió la gran mentira. Ella podía vivir con muy poco. Con mucho menos de lo que imaginaba. Miró sus manos y le parecieron las manos de otra. Se dio cuenta cuántas cosas podía hacer solo con sus dos manos. Se acordó de las manos de su padre tan robustas, de arar la tierra, de recoger las cosechas y ordeñar los animales. Recordó los amaneceres en Cicely junto a su padre camino del campo y cómo Venus brillaba en el cielo y su padre le decía que ella era esa estrella, su lucero del alba. Lo echó tanto de menos que no había más opción que dejarlo todo y mudarse. Fue una certeza, algo que le llegó desde el interior.

Su madre fue a recogerla a la estación. Una estación con un viejo sauce. Fueron caminando hasta el pueblo. Ella cargaba con una única maleta pequeña. Era todo lo que necesitaba en su nueva vida. Su madre no preguntó demasiado. Estaba muy feliz de que volviese al pueblo. De camino a casa observó los campos de centeno y avena agitarse con el viento al atardecer. El cielo estaba lleno de nubes blancas de formas difusas y los rayos de sol se colaban entre ellas como si Dios quisiera hablarle. Respiró profundamente el aire limpio de Cicely y supo que ahí estaban sus raíces, sus orígenes, su pasado y su presente. En esos campos estaba el alma eterna de su padre y en el silencio y la quietud de la naturaleza que le rodeaba estaba Dios, un dios pequeño y humilde. Como el sabio que no cambia Paris por su aldea ella regresó a Cicely, al lugar donde pasó su infancia. A un lugar donde la gente charla sin prisa cuando se cruza y la humildad se refleja en las arrugas de los rostros de los ancianos. Al lugar donde la gente trabaja con sus manos el esparto.

Ella volvió a los infinitos campos de amapolas y a las infinitas puestas de sol. A las nubes con formas sinuosas y a la calma y quietud que se siente en los álamos blancos de detrás de su casa. Abrió la puerta, metió la pequeña maleta, inspiró el aire de la casa y se dijo: - Qué bien Cicely. Qué bien volver. Qué bien mi hogar.

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