lunes, 28 de septiembre de 2020

EL VERDADERO KURT COBAIN

“Las estrellas están ahí,

sólo debes mirarlas…”

Kurt Cobain

EL VERDADERO KURT COBAIN

Yo conocí al verdadero Kurt Cobain.  Vestía chaquetas de lana raídas y camisetas viejas y descoloridas. Tenía los ojos más bonitos que había visto nunca. Azul de las profundidades marinas. En ellos podías bucear y nunca querías salir a la superficie. Dicen que el alma asoma a los ojos o a la mirada. El alma de Kurt Cobain era azul y profunda. Si lo mirabas podías saber lo que le preocupaba. Supongo que tenías que mirar más allá de las diminutas vetas de sus pupilas azul índigo. Aunque también supongo que quizá para verlo mejor tenías tú que cerrar los ojos. Contradictorio, ¿no? Creo que no. Quizá no me explique bien.

La primera vez que vi a Kurt Cobain fue en una foto que le hicieron desprevenido. No estaba mirando a la cámara. En la foto llevaba una vieja chaqueta de lana color beige y a partir de esa imagen nació la estética grunge. Él no pretendía ser un icono de nada pero lo llegó a ser sin proponérselo. Él nunca supo lo guapo que era ni le importaba. Eso lo hacía aún más bello. La segunda foto que vi de Kurt Cobain no quise haberla visto nunca. Se me rasgó el alma en dos. Quise borrarla de mi retina pero ya era demasiado tarde. Se grabó en ella y se quedó en el recuerdo para siempre. Estaba llorando y se tapaba la cara. También estaba desprevenido. Llevaba unas converse y unos vaqueros rotos. Estaba tan triste que no reparó en que lo estaban fotografiando. No le gustaban las cámaras. Si hubiese sabido que le estaban haciendo una foto quizá se hubiese abalanzado contra la cámara y la hubiera destrozado como destrozaba guitarras en sus vídeos musicales. Supongo que la vida le pesaba y la heroína le aligeraba el peso de la vida. Nunca llevó bien la fama. Nunca quiso lo que todo el mundo sueña. Nunca quiso ser en lo que se convirtió y eso lo mató. Le mató no querer lo que era, no saber lo que era, no encontrarse cuando se miraba al espejo.

Kurt Cobain nació en Aberdeen el 20 de Febrero de 1967. El verdadero Kurt Cobain nació el 5 de Abril de 1994, justo cuando Kurt Cobain disparaba en Seatle el revolver que dio directo en su sien. En ese preciso momento y ni antes ni después nacía en Figueras el verdadero Kurt Cobain con unos ojos azules de las profundidades marinas que dejaron boquiabiertos a sus padres y a la matrona que lo trajo al mundo. El mito que inventó y luego despreció el grunge tenía 27 años. Justo la edad que tiene ahora el verdadero Kurt Cobain. Yo conocí al verdadero Kurt Cobain con la edad en la que el de Seatle se quitó la vida. La vida se reinventa. Nada muere. Todo se transforma. Para que naciera el verdadero Kurt Cobain tuvo que morir Kurt Cobain.

El verdadero Kurt Cobain remolonea en la cama por las mañanas antes de levantarse. No suele peinarse su cabello rubio laceo y enmarañado al igual que su predecesor y se despierta con un aire soñoliento en la mirada. Lleva una vida mucho más anodina que el vocalista de Nirvana. Le gusta mucho el cine, los kebabs y la coca-cola y siempre desayuna Nesquit. Odia el café. Eso sí. Le gustan las camisetas viejas y descoloridas y la mayoría de las veces se las pone al revés. Lleva en su sangre la rebeldía. En invierno usa jerseys y chaquetas de lana como el del club de los 27. Cuando se mira al espejo le parece ver a alguien que se parece a Kurt Cobain, sobre todo por los ojos, pero puede reconocerse y saber quién es más allá de parecidos razonables. Le hace sombra el de Seatle. La gente lo para por la calle y le dice: - Ey tío, joder, cómo te pareces al cantante de Nirvana. Se quedan atónitos. Él sonríe como sonreía el otro y mira hacia otro lado. Tampoco le molesta tanto la fama como al que murió cuando él venía al mundo. No cayó en la misma trampa. Aprendió la lección. Aprendió a sobrevivir en la adversidad, a alimentarse de fantasía, a amar al que le devuelve el espejo aunque se parezca al que marcó a  la generación X. Él no es tanto. No ha hecho tanto pero le ha costado 27 años aprender a mirarse al espejo sin huir de él.  Remolonea en la cama cuando le suena el despertador y se conforma con su vaso de Nesquit. Yo creo que Kurt Cobain envidiaría al verdadero Kurt Cobain. Por su forma de mirarse al espejo. Por su manía de apartar la verdura del plato. Por su manera de acariciar.

Hay una pequeña diferencia entre los dos. Kurt Cobain tenía las manos con dedos largos y fibrosos y tenía un don para tocar la guitarra y una voz rasgada de barítono ligero espectacular. El verdadero Kurt Cobain no ha heredado esto. No tiene esa voz privilegiada ni toca la guitarra pero tiene un don para las caricias. Aunque tampoco lo sabe. Ni sabe que tiene los ojos más bonitos que han nacido sobre la Tierra, al menos desde hace 27 años. A veces alargo mis dedos y toco tímidamente su cabello y el tacto es suave. Acerco mi nariz a un mechón de su pelo y huele a hierba fresca, a fragancia profunda, al mar en toda su rebeldía. Cuando el verdadero Kurt Cobain se recuesta a mi lado y me acaricia el brazo con un solo dedo y me mira con sus espectaculares ojos azul índigo pienso en el otro, en el que se fue antes de tiempo, en porqué se fue, en qué pensaría cuando se miraba al espejo, en porqué nunca miró dentro de sus ojos azul de las profundidades marinas, en si apartaba la verdura del plato y en la casualidad que los unió a los dos.

Madrid, 5  Agosto de 2021


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