lunes, 31 de marzo de 2014

EL BARRIO DEL VOLCÁN

Enciendo un cigarrillo mientras voy camino de la Farmacia. Me encuentro a mucha gente paseando solos a su perro. Cuando llego a la Farmacia me paro en la puerta a darle las últimas caladas al cigarro. Entra una pareja, que en el hipotético caso de que yo no fuera fumadora, irían detrás de mí pero la realidad es que van antes. Tiro la colilla y entro. La farmacéutica atiende a la pareja. La mujer está gorda. Yo creo, así, a ojo avizor, y en estas cosas me equivoco poco, que le sobran veinte o treinta kilos. La mujer gorda pregunta a la farmacéutica por las barritas Biomanán que están de oferta y elige como ocho, de diferentes sabores y estanterías. El hombre la abraza en actitud cariñosa, como si nadie los observase, y luego pasea por los expositores sin disimular su desinterés. El hombre está casi calvo y tiene cara de bobalicón y, aunque él no está gordo, tiene el cuerpo fofo de toda una vida sedentaria. Me imagino a la gorda y al calvo atiborrándose a caras barritas Biomanán de Farmacia, de chocolate, de vainilla, de frutos rojos. Me imagino su ingenuidad, creyendo a pie juntillas, que no engordarán un gramo sustituyendo la cena por las barritas Biomanán. Me imagino como sus cuerpos transformarán todos los azúcares en grasas, que nunca quemarán, sentados cómodamente en el sofá de su casa.
                Sale otra farmacéutica  de la rebotica mientras le están cobrando a ellos y me atiende. Una caja de Dormidina, por favor. La pareja se vuelve al unísono hacia mí  y me miran con mezcla de compasión y perplejidad. La farmacéutica se adentra, otra vez, en el submundo de la rebotica a la caza y captura de mi Dormidina. Mientras, me entretengo mirándome en el espejo de los expositores de los cosméticos. Llevo unos legins negros y las piernas se ven torneadas, atléticas y delgadas. Hago deporte tres veces por semana. Llevo una dieta rica en fibras, verdura y fruta. Pero a pesar de todo no puedo dormir. La gorda tiene treinta kilos de más pero tiene el amor. Yo estoy en mi peso ideal pero no tengo pareja ni nadie con quién atiborrarme a barritas Biomanán de Farmacia, repantingada en el sofá. La farmacéutica vuelve con las pastillas. Me las entrega y, por ser una Farmacia veinticuatro horas, para casos desesperados como el de la gorda o el mío, me cobra el veinte por ciento más. Le digo que no me de bolsa. Nunca entendí como pueden dispensar esas bolsas tan pequeñas, que luego no sirven para nada, y que van directamente a la basura,  a contaminar, y para algo que cabe en el bolso.  La gorda y yo salimos casi a la vez, tan contentas, con nuestra dosis de felicidad dispensada en Farmacias.

                Me vuelvo a casa pensando en la gorda y me paro a  comprar tabaco, donde se me cae un euro al suelo y dos hombres, que estaban muy pendientes, se agachan rápida y solícitamente a recogérmelo. De camino a casa me encuentro con un repartidor de pizza que le entrega el cambio a un hombre en pijama y babuchas, en su portal. También me encuentro dos botas de montaña viejas, abandonadas en la acera. Me digo a mi misma qué melancólicos son los domingos para todos y que cada uno los combate a su manera, pero que todos vivimos en el barrio del volcán. Me digo a mi misma qué distinto se ve todo con la falta de sueño. Mágico, fantasmagóricamente inquietante. Me tomo media Dormidina y me meto en la cama. Me olvido de la gorda, del calvo y del hombre en pijama y mi manía de espiar la realidad bajo otro prisma. Lo último que escucho son los Beatles susurrándome “leaving is easy with eyes closed”.

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