Enciendo un cigarrillo mientras
voy camino de la Farmacia. Me encuentro a mucha gente paseando solos a su
perro. Cuando llego a la Farmacia me paro en la puerta a darle las últimas
caladas al cigarro. Entra una pareja, que en el hipotético caso de que yo no
fuera fumadora, irían detrás de mí pero la realidad es que van antes. Tiro la
colilla y entro. La farmacéutica atiende a la pareja. La mujer está gorda. Yo
creo, así, a ojo avizor, y en estas cosas me equivoco poco, que le sobran veinte
o treinta kilos. La mujer gorda pregunta a la farmacéutica por las barritas Biomanán
que están de oferta y elige como ocho, de diferentes sabores y estanterías. El
hombre la abraza en actitud cariñosa, como si nadie los observase, y luego
pasea por los expositores sin disimular su desinterés. El hombre está casi
calvo y tiene cara de bobalicón y, aunque él no está gordo, tiene el cuerpo
fofo de toda una vida sedentaria. Me imagino a la gorda y al calvo atiborrándose
a caras barritas Biomanán de Farmacia, de chocolate, de vainilla, de frutos
rojos. Me imagino su ingenuidad, creyendo a pie juntillas, que no engordarán un
gramo sustituyendo la cena por las barritas Biomanán. Me imagino como sus
cuerpos transformarán todos los azúcares en grasas, que nunca quemarán, sentados
cómodamente en el sofá de su casa.
Sale
otra farmacéutica de la rebotica
mientras le están cobrando a ellos y me atiende. Una caja de Dormidina, por
favor. La pareja se vuelve al unísono hacia mí
y me miran con mezcla de compasión y perplejidad. La farmacéutica se
adentra, otra vez, en el submundo de la rebotica a la caza y captura de mi Dormidina.
Mientras, me entretengo mirándome en el espejo de los expositores de los
cosméticos. Llevo unos legins negros y las piernas se ven torneadas, atléticas
y delgadas. Hago deporte tres veces por semana. Llevo una dieta rica en fibras,
verdura y fruta. Pero a pesar de todo no puedo dormir. La gorda tiene treinta
kilos de más pero tiene el amor. Yo estoy en mi peso ideal pero no tengo pareja
ni nadie con quién atiborrarme a barritas Biomanán de Farmacia, repantingada en
el sofá. La farmacéutica vuelve con las pastillas. Me las entrega y, por ser
una Farmacia veinticuatro horas, para casos desesperados como el de la gorda o
el mío, me cobra el veinte por ciento más. Le digo que no me de bolsa. Nunca
entendí como pueden dispensar esas bolsas tan pequeñas, que luego no sirven
para nada, y que van directamente a la basura,
a contaminar, y para algo que cabe en el bolso. La gorda y yo salimos casi a la vez, tan
contentas, con nuestra dosis de felicidad dispensada en Farmacias.
Me
vuelvo a casa pensando en la gorda y me paro a
comprar tabaco, donde se me cae un euro al suelo y dos hombres, que
estaban muy pendientes, se agachan rápida y solícitamente a recogérmelo. De
camino a casa me encuentro con un repartidor de pizza que le entrega el cambio
a un hombre en pijama y babuchas, en su portal. También me encuentro dos botas
de montaña viejas, abandonadas en la acera. Me digo a mi misma qué melancólicos
son los domingos para todos y que cada uno los combate a su manera, pero que
todos vivimos en el barrio del volcán. Me digo a mi misma qué distinto se ve
todo con la falta de sueño. Mágico, fantasmagóricamente inquietante. Me tomo
media Dormidina y me meto en la cama. Me olvido de la gorda, del calvo y del
hombre en pijama y mi manía de espiar la realidad bajo otro prisma. Lo último
que escucho son los Beatles susurrándome “leaving is easy with eyes closed”.
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