Se hace añicos mi alrededor. No
sé cuando empezó pero ya es un hecho irrefutable. Creo que fue algo paulatino
que fue acrecentándose con el tiempo. La primera señal fue un rezumadero en el
techo de mi dormitorio. No le di importancia. Luego empezó a desprenderse el
yeso y a caer a la colcha de la cama. Más tarde llegaron esos ruidos
atronadores que me despertaban en mitad de la noche. Parecían bombas pero en
las noticias no decían nada de que estuviésemos en guerra. Yo estaba seguro de
que eran bombas de verdad. Qué otra cosa podía ser ese ruido ensordecedor en
mitad de la noche. Las señales eran cada vez más claras pero nadie de mi
alrededor hablaba de ello. Ni mis amigos, ni mi familia, ni nadie que yo
conociera decía ni mu al respecto. Yo algunas veces indagaba pero no dejaban de
mirarme con incredulidad y un poco de sorpresa. Cada vez más a menudo veía a
gente mutilada por la calle y escaseaba la comida en los supermercados. Muchos
edificios aparecían cada mañana derruidos. Indudablemente era de las bombas que
yo oía caer de noche. Pero la pasividad reinante en el ambiente me inquietaba y
me mantenía cada día más en alerta. Poco a poco entré en un estado de pavor.
Sentía miedo a todas horas y no podía hablarlo con nadie. Las cosas cada día
iban a peor. Se propagaba poco a poco esa guerra invisible y eludida por todos.
Esa guerra sin motivo, sin contrincante pero con víctimas reales y ajenas a la
lógica de los acontecimientos.
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