Decía Einstein (un tío muy listo,
físico, y para mí también filósofo), pues bien, decía: “Hay dos maneras de
vivir la vida: como si todo fuese un milagro o como si nada fuese un milagro”.
Y esta pequeña frase encierra mucha sabiduría. Todos los filósofos desde hace
dos mil años hablan de la felicidad. Desde Epicuro hasta John Lennon. A todos
les preocupa lo mismo. ¿Qué otra cosa le puede importar al hombre? A mí me
obsesiona el tema desde siempre. He leído millones de libros de autoayuda,
psicología y filosofía. He observado con fruición a todas las personas que son
felices (para aprender de ellas) y a las que no lo son (para no ser como ellas).
He investigado sobre el tema en cuestión porque me parece fascinante. Y he sacado
mis propias conclusiones. No sé si ciertas o no. A mí me sirven. Cuando uno
vive la vida como un milagro, cuando uno piensa que es un milagro el café con
leche de por la mañana, las cosas se viven diferentes. Porque es un milagro una
comida sabrosa, un paseo en bici, la sonrisa cómplice de tu sobrino. Es un
milagro una conversación interesante, el beso de buenas noches a tu padre. Es
un milagro la luna llena una vez cada veintiocho días. Es un milagro poder
bailar. Es un milagro escuchar una canción que te hace vibrar de emoción. Es un
milagro tu pijama y tu camita cuando estás tan casada. Es un milagro disfrutar
de tu actor favorito en una película, tomarte una cerveza con tus amigos. Es un
milagro recibir una sorpresa o un regalo. Es un milagro que la Tierra de una
vuelta cada día. Es un milagro que el sol salga todos los días. Es un milagro
abrir los ojos por la mañana y saber que sigues vivo. Yo no dudo ni por un
momento que es un milagro. Y quien sepa apreciar estas pequeñas cosas será feliz.
Porque eso es la vida, pequeños momentos que saborear, pequeñas gustos que te
sabes dar diariamente. Nada más. No espero ningún milagro porque el milagro
sucede cada día. Eso es la felicidad. Por lo menos para mí.
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