Cómo íbamos a imaginarnos que no sabía nadar. Se había tirado en paracaídas. Había hecho puenting. Todas las Navidades a Navacerrada a hacer snowboard. Escalada libre y parapente los fines de semana. “Un enganchao a la adrenalina”, decía su mejor amigo. “Me tiene en un sinvivir”, afirmaba su sufrida madre. Ni un rasguño. ¿Suerte quizás? La suerte a veces mira hacia otro lado. Un crucero de lujo. Ya ves, el sueño de cualquiera. Él allí, en el borde de la piscina, con su caipiriña. “Una broma con final dramático”, explicaba el periódico. “Qué muerte tan absurda. Ahogarse en la piscina de un barco”, se comentó en su barrio.
1 comentario:
Nunca hay que valorar erróneamente las capacidades de los más atrevidos.
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