miércoles, 16 de julio de 2008

LA NÍNFULA

Anoche me encontré a una nínfula, de esas de las que hablaba Nabokov, en los bosques de esta pequeña ciudad. El nombre de la nínfula olía a sal, sonaba como las olas cuando llegan a la orilla, y daba la misma paz que contemplar una puesta del sol en el infinito mar. Era mi primer día de vacaciones y me había enterado de que tenía vacaciones esa misma mañana. Una casualidad si. Si no fuera por eso no hubiera salido a visitar los bosques. La noche y el bosque es lo que tienen, que son mágicos y uno puede encontrarse a nínfulas y a seres fantásticos que de día es imposible ver. Conocí a la nínfula en medio de la representación de una performance y gracias a que llevaba mi cámara encima. La nínfula tocaba una CPU como si fuese una caja flamenca pero la tocaba encima de una máquina de tabaco. Jamás vieron mis ojos nada parecido. Luego la química con la nínfula fue instántanea. La nínfula era trascend, como la marca del mp4 que me había comprado esa misma tarde. Yo sabía que esa noche iba a ocurrir algo fantástico. Lo presentía. La nínfula me llamaba desde su bosque. Andaba inquieta y quería salir a los bosques a toda costa. Recurrí a toda mi agenda telefónica pero todo el mundo curraba y nadie quería dar una vuelta. Al fin Ramón me dijo que si. Ramón es tan flexible. Y así fue como conocí a la nínfula.

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