lunes, 4 de marzo de 2013

NOCHEBUENA


Lo único que dejó después de suicidarse fue una nota para Ella. Ni para sus hijos ni para nadie más. Sólo para Ella. Era una declaración de amor, la que nunca fue capaz de decirle en vida. Ella fue la última persona con la que habló antes de morir. Se llevó como última imagen su pelo recogido en un moño y unos rizos cayendo por los lados, los labios casi sin pintar, con un leve brillo y esos vaqueros desgastados. Se conocían de toda la vida del pueblo, Cicely era un pueblo muy pequeño y se conocían todos. Su mujer tenía una tienda de ultramarinos y cuando se divorciaron la quitó y se fue a vivir a otra ciudad con otro hombre mucho más rico que Mario. Era una harpía. Una mujer de armas tomar. Con mucho más carácter que Mario. Dejó a Mario sin un duro y con tres niños adolescentes muy difíciles y de un día para otro desapareció. Mario se sumió en una gran depresión y se dio  al alcohol y a las drogas. Fumaba dos paquetes diarios y por la noche casi no podía respirar. Tenía cincuenta y cinco años y aún era atractivo y joven para rehacer su vida pero estaba hundido. Había sido constructor y con la crisis se quedó en la ruina. Justo cuando lo dejó su mujer. Más bien fue la causa de que lo dejara su mujer. Para colmo no sabía hacer nada de la casa, ni cocinar, ni planchar, ni limpiar y la casa estaba hecha un desastre desde que ella se fue. Su hermana Lola le echaba una mano siempre que podía, ya que era viuda. A pesar de conocerse de toda la vida del pueblo y de que alguna vez Ella había frecuentado su tienda de ultramarinos no habían cruzado una palabra hasta un año antes de su muerte, en una Nochebuena. Él iba muy borracho, no porque fuese Nochebuena sino porque siempre estaba borracho los fines de semana. Esa noche todo el mundo habla con todo el mundo y, por casualidad, cruzaron unas palabras, aunque los dos eran muy tímidos. Él la vio con su vestido turquesa con la espalda descubierta y su cara casi sin maquillar, la vio tan sencilla, con aquella sonrisa suya que le ocupaba toda la cara y sintió que era la primera vez que la veía. Ella no se llevó muy buena impresión de él. Estaba tan borracho que no se le entendía una palabra de lo que decía y además en su casa su padre decía que era un sinvergüenza porque le había prestado una podadora hacía muchos años y no se la había devuelto. Así que se dijo que no volvería a hablar con él. Pero volvieron a coincidir (Cicely es muy pequeño) y a hablar. Algunas veces no estaba tan borracho y podían tener una conversación normal. Empezó a parecerle interesante de un día para otro. Compartían su pasión por Ismael Serrano, aunque se llevaban más de treinta años. Ella tenía veintiuno y mucho  miedo de que alguna vez le dijeran a su padre que hablaban porque podía tener bronca en su casa por culpa de la dichosa podadora. Una noche Mario le regaló un disco de una recopilación de Ismael Serrano hecha por él mismo. Ella se quedó estupefacta y sin saber que decir, sólo acertó a darle las gracias y a irse corriendo. La noche del suicidio era Nochebuena y hacía justo un año que se conocían.  Ella le regaló un mechero porque él no tenía fuego y él le dijo que la noche que se conocieron ella le había regalado un mechero azul y que aún lo guardaba ya sin gas. Si le hubiera prestado atención y hubiera entendido sus palabras le hubiera dicho que no lo recordaba porque de hecho no lo recordaba pero en ese momento estaba distraida. Justo de espaldas a él en la barra estaba el chico que le gustaba, más o menos de su edad. Estaba con otra chica. Mario se dio cuenta de que no le prestaba atención y le dijo: ¿te aburro? No me prestas atención. No, no, perdona, dijo Ella, sólo que me he desconectado un poco de la realidad, me suele pasar. En absoluto me aburres. Sigue contándome. Si se hubiera dado cuenta de lo que le dijo del mechero quizá hubiera empezado a pensar de él de otra forma pero no se dio cuenta de aquel detalle por culpa del chico que le gustaba y aquel secreto, que hasta esa noche Mario no había compartido con nadie, se fue con él a la tumba la noche de su muerte. Estuvieron hablando un rato más. Luego Ella se fue a la pista a bailar con sus amigas y lo vio desde allí salir por la puerta encendiéndose un cigarro. El día de Navidad en la comida se comentó que Mario se había suicidado. Su padre no dijo una palabra de la podadora pero Ella no pudo probar bocado. La carta nunca la leyó ni nadie se la entregó porque iba dirigida a Ella, así que sus hijos nunca supieron a quién la dirigía y aquella carta también se fue con él a la tumba. La carta empezaba con la letra de una canción de Ismael Serrano y decía: “Estoy cansado de hacer el mismo recorrido, el mismo trabajo, ver las mismas caras, los mismos paisajes sin ti a mi lado.” 

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