Lo único que dejó después de
suicidarse fue una nota para Ella. Ni para sus hijos ni para nadie más. Sólo
para Ella. Era una declaración de amor, la que nunca fue capaz de decirle en
vida. Ella fue la última persona con la que habló antes de morir. Se llevó como
última imagen su pelo recogido en un moño y unos rizos cayendo por los lados,
los labios casi sin pintar, con un leve brillo y esos vaqueros desgastados. Se
conocían de toda la vida del pueblo, Cicely era un pueblo muy pequeño y se
conocían todos. Su mujer tenía una tienda de ultramarinos y cuando se
divorciaron la quitó y se fue a vivir a otra ciudad con otro hombre mucho más
rico que Mario. Era una harpía. Una mujer de armas tomar. Con mucho más
carácter que Mario. Dejó a Mario sin un duro y con tres niños adolescentes muy
difíciles y de un día para otro desapareció. Mario se sumió en una gran
depresión y se dio al alcohol y a las
drogas. Fumaba dos paquetes diarios y por la noche casi no podía respirar.
Tenía cincuenta y cinco años y aún era atractivo y joven para rehacer su vida
pero estaba hundido. Había sido constructor y con la crisis se quedó en la
ruina. Justo cuando lo dejó su mujer. Más bien fue la causa de que lo dejara su
mujer. Para colmo no sabía hacer nada de la casa, ni cocinar, ni planchar, ni
limpiar y la casa estaba hecha un desastre desde que ella se fue. Su hermana
Lola le echaba una mano siempre que podía, ya que era viuda. A pesar de
conocerse de toda la vida del pueblo y de que alguna vez Ella había frecuentado
su tienda de ultramarinos no habían cruzado una palabra hasta un año antes de
su muerte, en una Nochebuena. Él iba muy borracho, no porque fuese Nochebuena
sino porque siempre estaba borracho los fines de semana. Esa noche todo el mundo
habla con todo el mundo y, por casualidad, cruzaron unas palabras, aunque los
dos eran muy tímidos. Él la vio con su vestido turquesa con la espalda
descubierta y su cara casi sin maquillar, la vio tan sencilla, con aquella
sonrisa suya que le ocupaba toda la cara y sintió que era la primera vez que la
veía. Ella no se llevó muy buena impresión de él. Estaba tan borracho que no se
le entendía una palabra de lo que decía y además en su casa su padre decía que
era un sinvergüenza porque le había prestado una podadora hacía muchos años y
no se la había devuelto. Así que se dijo que no volvería a hablar con él. Pero
volvieron a coincidir (Cicely es muy pequeño) y a hablar. Algunas veces no
estaba tan borracho y podían tener una conversación normal. Empezó a parecerle
interesante de un día para otro. Compartían su pasión por Ismael Serrano,
aunque se llevaban más de treinta años. Ella tenía veintiuno y mucho miedo de que alguna vez le dijeran a su padre
que hablaban porque podía tener bronca en su casa por culpa de la dichosa
podadora. Una noche Mario le regaló un disco de una recopilación de Ismael
Serrano hecha por él mismo. Ella se quedó estupefacta y sin saber que decir,
sólo acertó a darle las gracias y a irse corriendo. La noche del suicidio era
Nochebuena y hacía justo un año que se conocían. Ella le regaló un mechero porque él no tenía
fuego y él le dijo que la noche que se conocieron ella le había regalado un
mechero azul y que aún lo guardaba ya sin gas. Si le hubiera prestado atención
y hubiera entendido sus palabras le hubiera dicho que no lo recordaba porque de
hecho no lo recordaba pero en ese momento estaba distraida. Justo de espaldas a
él en la barra estaba el chico que le gustaba, más o menos de su edad. Estaba
con otra chica. Mario se dio cuenta de que no le prestaba atención y le dijo:
¿te aburro? No me prestas atención. No, no, perdona, dijo Ella, sólo que me he
desconectado un poco de la realidad, me suele pasar. En absoluto me aburres.
Sigue contándome. Si se hubiera dado cuenta de lo que le dijo del mechero quizá
hubiera empezado a pensar de él de otra forma pero no se dio cuenta de aquel
detalle por culpa del chico que le gustaba y aquel secreto, que hasta esa noche
Mario no había compartido con nadie, se fue con él a la tumba la noche de su
muerte. Estuvieron hablando un rato más. Luego Ella se fue a la pista a bailar
con sus amigas y lo vio desde allí salir por la puerta encendiéndose un
cigarro. El día de Navidad en la comida se comentó que Mario se había
suicidado. Su padre no dijo una palabra de la podadora pero Ella no pudo probar
bocado. La carta nunca la leyó ni nadie se la entregó porque iba dirigida a
Ella, así que sus hijos nunca supieron a quién la dirigía y aquella carta
también se fue con él a la tumba. La carta empezaba con la letra de una canción
de Ismael Serrano y decía: “Estoy cansado de hacer el mismo recorrido, el mismo
trabajo, ver las mismas caras, los mismos paisajes sin ti a mi lado.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario