domingo, 10 de marzo de 2013

ULISES Y MARGA




“Estaríamos juntos todo el tiempo, hasta quedarnos sin aliento,
y comernos el mundo, vaya ilusos, y volver a casa en año nuevo.
Pero todo acabó y lo de menos es buscar una forma de entenderlo,
Yo solía pensar que la vida es un juego y la pura verdad es que aún lo creo”
“Cuando suba la marea” Amaral
1.LOTO.
Él sólo tenía un talón de Aquiles, sólo le descubrí uno en los diez años que lo conocí y puedo decir que lo conocía muy bien. Su talón de Aquiles era Marga. Ante ella estaba desarmado. Lo vi tantas veces con mis propios ojos, cómo se derrumbaba ante una mirada de ella, como con un leve gesto de sus labios podía destrozarle el corazón. Pero eso fue después. Antes se habían amado mucho. Si alguien los hubiera visto sin conocerlos inmediatamente hubiera sabido que estaban hechos el uno para el otro aunque formaban una pareja extraña, Ulises muy rubio con los ojos azules y la piel muy clara, casi transparente, Marga con el pelo muy negro y largo, los ojos muy oscuros y la piel muy morena. A pesar de todo los dos soñaban con lo mismo en aquella ciudad de provincias en la que ambos eran unos extraños,  estudiantes y además andaban siempre muy justos de dinero. A pesar de todo hacían malabarismos para pagarse un par de entradas de cine dos o tres veces a la semana.  A los dos les embriagaba la fantasía en la que penetraban cuando cruzaban la puerta del cine y se quedaban a oscuras en la sala. Él un día dejó de incluir la fantasía en su vida pero para entonces ya era muy distinto a aquel Ulises que ella amaba. Poco a poco, imperceptiblemente, como se seca un trapo, húmedo y luego un día irremediablemente seco, se le fueron apagando los colores hasta que se hizo gris. Marga no se dio cuenta hasta que ya era demasiado tarde. La cosa fue más o menos así, un día se acostó con el amor de su vida y al día siguiente se levantó con un desconocido.  Entre medias pasaron muchas cosas pero ninguno de los dos fue nunca consciente de que vaticinaban un fatídico final. Si les preguntas hoy día a ambos  te dirán que fueron los mejores años de su vida. También quizá  los míos. Recuerdo aquel piso como si lo estuviera viendo ahora mismo, con su cocina sin ventana y su salón sin televisión, y en su lugar el equipo de música con el que nos despertábamos al ritmo de los Toy Dolls y luego nos volvíamos a dormir. Nunca conseguíamos madrugar en aquel piso. Recuerdo aquel piso fuera de escala con un dormitorio muy  grande y otro muy pequeño, la rulote, como le llamábamos entre risas, en el que a duras penas cabían los muebles y que compartieron muchos meses Marga y Ulises, porque los rotábamos. Recuerdo las cintas que robamos en el bloque de el indio una noche borrachos y que se nos secaron al mes, supongo que de tanto regarlas Marga o de que no les diera la luz en aquel piso tan lúgubre. Empezamos una colección de cactus y también se nos iban secando uno tras otro. No se nos daban bien las plantas. A ninguno de los tres. Aunque, sin duda, Marga era la que más empeño ponía. Parece que la estoy viendo viniendo del mercado con una gran sonrisa en la boca, apartándose el flequillo de la cara con un ademán y llevando entre las manos un nuevo cactus como si de un tesoro se tratara. La mayor parte del tiempo estábamos los tres solos. Marga siempre decía que el tres era un número mágico y que era el número ideal de gente. Acabé por creérmelo. Yo fui testigo de cómo se conocieron y como cayeron locamente enamorados el uno del otro. Eran tan diferentes físicamente. Yo era el testigo tácito de su historia. Hablé muchas veces después con ellos y ninguno de los dos era capaz de entender nada de lo que pasó después, pero yo sí. Yo era el mejor amigo de Ulises y al principio vi un adversario en Marga pero después ya no. Luego fuimos los tres cómplices de aquello por igual. Un día fuimos al campo a comer. Ulises conducía el viejo coche que había heredado de su padre pero para nosotros era como un ferrari. Hubo un momento que me quedé solo, no ocurría a menudo, pero aquel día ocurrió, no fue mucho tiempo, volvieron como si nada. Ninguno de los dos me dijo nada pero yo sé donde fueron. Fueron a grabar sus iniciales con un corazón a un árbol. Seguro que la idea fue de Marga. Ella era muy romántica y siempre hacía cosas así. Ninguno me lo dijo pero lo sé. Allí debe estar aún el corazón tallado. Nos pasábamos los fines de semana en el cine o fumando porros en el piso de la calle Afrodita. El loto nos hacía olvidar los problemas y vivir en un mundo de ilusión, al igual que en la isla que visitó el Ulises de la Odisea. Cuando fumábamos nuestro Ulises se inventaba cortos. Marga intentaba leer a Borges o nos hacía ir hacia atrás en las conversaciones para buscar cómo habíamos llegado a sacar aquel tema. Yo, jugaba a ser ingeniero inventándome el diseño de coches de carreras para niños.  Marga hacía unas tartas de chocolate buenísimas que los tres devorábamos de madrugada y hartos de porros. Se nos iban los fines de semana volando. Tenemos millones de fotos de aquella época. Teníamos fotografiado hasta la sombra de las patas de las sillas del piso de la calle Afrodita. Afrodita. La calle donde se fraguó el amor de Marga y Ulises se llamaba Afrodita, ahora lo pienso y me parece tan acertado que ni ellos mismos podían haberlo elegido adrede. Nos encantaba decir la dirección: Afrodita 16 5º A. Siempre se nos escapaba una sonrisilla al pronunciarla. A Marga le encantaba la fotografía. Su madre le había prestado una cámara de fotos antigua pero Marga decía que las fotos salían mejor en esas cámaras y era cierto. Salían unas fotos fantásticas. Siempre en blanco y negro, como le gustaba  a Marga. No tenemos en fotos el color de las cosas del piso de la calle Afrodita pero tengo esos colores en mi retina grabados. El azul marino de la cenefa del alicatado del baño, el burdeos oscuro del sofá de escay, el verde del terrazo del suelo, esos eran los colores del decorado de nuestra vida en aquella época en la nos atiborrábamos a Loto y percibíamos el mundo gracias a esa planta como algo inofensivo y sereno.
2.CARIBDIS Y ESCILA.
Los tres estudiábamos derecho. Marga porque le venía de familia. Su padre estaba ansioso porque terminara la carrera y se pusiese a trabajar con él y los dos hermanos mayores de Marga que también eran abogados y trabajaban en el famoso buffete de su padre. Pero Marga no parecía tener mucha prisa. La madre de Marga estudió Bellas Artes pero era ama de casa. Como los hijos ya estaban emancipados tenía mucho tiempo libre y pintaba mucho y había  expuesto en varias galerías. Marga se llevaba extraordinariamente bien con su madre, no tanto con su padre. Estaba acostumbrada a no pensar en el dinero porque nunca le había faltado y a veces derrochaba en regalos para Ulises o en caprichos.  Más de una vez a final de mes Marga tenía que hacer una llamada de teléfono a su madre que nos salvaba a los tres. Marga era muy generosa, al igual que Ulises aunque éste procediese de una familia más humilde. Ulises era único hijo y fue un milagro porque casi habían perdido la esperanza los padres de Ulises de tener hijos cuando a los ocho años de casados llegó un niño rubio de ojos azules y tez blanca. El padre quiso ponerle Ulises porque cuando estaba en el instituto le habían obligado a leer la Odisea y le parecía que ese hijo que tanto deseaba había encontrado por fin el camino para llegar al mundo (Ítaca). El padre de Ulises trabajaba en una fábrica de ladrillos y la madre era ama de casa. Soñaban con que su único hijo fuera un famoso abogado y, como no tenían mucho dinero, Ulises recibía unas becas cuantiosas para pagarse sus estudios fuera. Marga cayó muy bien a la familia de Ulises pero al contrario no tanto. A la madre de Marga si le gustó pero al padre al principio no. Luego la madre de Marga fue convenciéndolo de  que Ulises era un buen chico y que su hija estaba muy enamorada de él y como madre de Marga que era la conocía bien y si le hacían elegir entre Ulises y ellos, elegiría a Ulises. No se equivocaba la madre de Marga. Los veranos Ulises visitaba a Marga en su chalet familiar. El padre y los hermanos nunca estaban y se pasaba el verano en la piscina con Marga y su madre.  Caribdis y Escila eran monstruos marinos que destruían los navíos en la Odisea pero los padres de Marga y Ulises no podían destruir la relación de Marga y Ulises porque tenían un vínculo especial, una unión extraterrenal, una comunión espiritual, algo intangible y que, por esta misma razón, a nadie le estaba permitido romper.
3.LESTRIGONES.
Todo empezó a ir mal desde que se separaron. Ulises terminó la carrera y el padre de Marga le ofreció trabajar con ellos a lo que Ulises aceptó de muy buen agrado. Esperaría a que Marga terminara la carrera y que se uniera con él y su suegro a trabajar. Se mudó en octubre. Yo también me fui. A otra ciudad diferente. Nos separamos los tres. Ese fue el principio del final. Nunca podré olvidar aquellos años maravillosos y creo que ellos tampoco. Marga se quedó sola allí y aquella ciudad se le hizo tan grande, tan fría y tan solitaria como la luna que tantas veces había contemplado con Ulises. Al principio Ulises venía a verla todos los fines de semana. A veces le daba alguna sorpresa. Silbaba en su ventana y ella ya sabía que era él. El fin de semana se les pasaba volando y no paraban de besarse y hacer el amor todo el tiempo. A Marga se le hacía un nudo en el estómago los domingos al abrazarse a  Ulises y siempre se quedaba llorando. Él no derramaba una lágrima. Siempre fue tan fuerte. No vi cosa igual. Siempre tan entero. Mientras la tuvo a ella no flaqueó ni una sola vez. Nunca lo vi venirse abajo por nada…pero cuando la perdió a ella lo perdió todo y nada de lo que tenía le servía para nada ni había nadie en el mundo capaz de consolarlo. Durante la semana apenas podían hablar. Marga tenía horario de tarde en la universidad y no madrugaba. De toda la vida había sido noctámbula pero en aquella época se acentúo. Cuando llamaba a Ulises éste, que madrugaba mucho, ya estaba durmiendo, y cuando Ulises encontraba un hueco y la llamaba por la mañana,  Marga estaba durmiendo. Así que se pasaban las semanas sin saber casi el uno del otro. Aquellas semanas que pasaba Marga en soledad esperando el regreso de Ulises fue poco a poco adentrándose más y más en un hobby, en un principio inocuo: escribir. Los tres éramos arduos lectores. Como tenía mucho tiempo  libre, y apenas tenía amigos, Marga en aquel tiempo devoraba muchos más libros que antes y escribía largas cartas a Ulises, que éste recibía siempre con la misma ilusión y que guardaba celosamente y releía antes de irse a dormir. A mí también me escribió alguna carta Marga y eran extraordinarias. Yo no sabía si se le daba bien escribir porque apenas había leído cosas suyas pero el género epistolar se le daba de maravilla.  La brecha estalló el día del veinticinco cumpleaños de Marga. Aquel día Marga quiso enseñarle algunas cosas de las que se sentía más orgullosa y le pidió que fuese sincero. Él lo fue y sucedió una catástrofe. Ella se puso fuera de sí y le dijo cosas horribles, que si él no tenía sueños que no pisoteara los suyos, que ya no era la persona de la que se había enamorado, que había cambiado, que sólo pensaba en trabajar, que ya no era creativo ni bohemio como en el piso de la calle Afrodita, que ya no luchaba por realizar esos fantásticos cortos, que ella iba a luchar por escribir y que le importaba una mierda el derecho y el bufete de su padre. Él sólo acertó a decir: - Sólo pensé que tenías que mejorar, nada más, me voy. Marga se puso a llorar frenética y le pidió perdón una y otra vez y le suplicó que se quedara pero Ulises  cogió su coche y se fue. Allí se quedó en la mesa del salón el pequeño bonsái que Ulises le había regalado y que irremediablemente se secó a las pocas semanas. Esa fue su primera discusión seria. Les duró una semana el enfado, pero el siguiente fin de semana Ulises se presentó en su piso y se reconciliaron. Por entonces Marga se apuntó a un curso de escritura creativa y el profesor era un poeta no muy famoso que había ganado el premio Adonais y poco más pero para Marga empezó a convertirse poco menos que en un dios. Para el cumpleaños de Marga ya eran bastante amigos y Alberto le había regalado Rayuela de Cortázar. Marga devoró el libro con entusiasmo. Los lestrigones eran seres antropófagos que vivían en una isla y que quisieron devorar a Ulises y a sus hombres. Alberto era un lestrigón. Animaba a Marga a escribir y le ensalzaba todo lo que escribía, le decía que tenía madera, que no se desanimase, que continuase escribiendo siempre pero lo que el tal Alberto quería era acostarse con Marga, devorar su cuerpo, y esperaba con paciencia que llegase la oportunidad. Alberto se convirtió para Marga en su único amigo en la ciudad y cada vez lo veía más fuera de las clases y confiaba más en él. Ulises era fiel a venir todos los fines de semana pero el fin de semana de su tercer aniversario con Marga se les presentó un caso difícil en el buffete y el padre de Marga le pidió que se quedase a trabajar aquel fin de semana. Ulises llamó a Marga apesadumbrado y le dijo que la compensaría el siguiente fin de semana y celebrarían juntos por todo lo alto su aniversario y que lo sentía mucho pero le era imposible ir ese fin de semana. Ulises le preparaba una sorpresa a Marga por su aniversario, se iba a tatuar su nombre en el tobillo. Sabía que ese tipo de proezas románticas eran lo máximo para Marga. Marga se quedó muy triste pero dijo que lo entendía aunque en su fuero interno no entendía que el trabajo fuese más importante que ella. Aquel viernes Alberto la llamó para salir a cenar y ella, que se sentía tan sola como la luna, le dijo que sí. Alberto ocupó el lugar de Ulises esa noche en la cena y Marga le contó todo lo que había pasado con lágrimas en los ojos.  Es un desconsiderado, le dijo Alberto, si yo tuviese una novia como tú nunca la dejaría sola. Hablaron sobre todo de literatura en la cena y Alberto la animó a que se presentara a algún concurso. Según él ya estaba preparada. El tal Alberto le inflaba el ego a Marga y ésta, ciega como estaba con escribir, no se daba cuenta. Ni tampoco se daba cuenta de la soberbia que envolvía a Alberto, que no podía amar a nadie salvo a él y que lo único que veía en Marga era una febril admiradora y un cuerpo bonito que devorar como los lestrigones de la Odisea.  Igual que las aves rapaces vigilan a su presa en silencio y esperan el mejor momento para atacar, así a Alberto  se le presentó esa noche un momento idóneo para atacarle. Y cuando se despidieron él se empeñó en acompañarla y luego, en la puerta, le dijo que si no lo invitaba a subir para tomar la penúltima. Marga iba algo bebida pero no sospechaba las intenciones de Alberto. Mas por cortesía que porque tuviese ganas al final le invitó a subir y él se le abalanzó en la cocina mientras ella sostenía estupefacta la botella de Ron en sus manos. Le dijo que la deseaba desde el primer día que la vio en el curso. Marga, despechada como estaba con Ulises , algo bebida y confusa, lo besó y su beso le supo a ron y tabaco y amargo, y se apartó de pronto y le dijo que aún amaba a Ulises. Pero Alberto con su palabrería barata empezó a descalificar a Ulises: y por qué no está aquí contigo el día de vuestro aniversario? Si quieres que te diga la verdad creo que te mereces a alguien mejor que a Ulises. Ni siquiera te anima  a escribir. Marga se quedó pensativa  y le dijo lo más lúcidamente posible a pesar de las copas de  más: vete, por favor, quiero estar sola. Alberto asintió y pensó que sólo era cuestión de esperar, que lo de Ulises y Marga estaba acabado y que le faltaba muy poco para conquistarla del todo. Ulises, por supuesto, era ajeno a todo esto, y se pasó todo el fin de semana trabajando y soñando con que llegase el siguiente fin de semana para ver qué cara ponía Marga cuando viese su nombre tatuado en su tobillo. Esa semana tampoco supieron nada el uno del otro pero Marga se decidió a escribirle una carta y a contárselo todo, bueno, todo excepto lo de Alberto, que se lo guardó muy celosamente por miedo a hacerle más daño. La carta era de seis folios y la mandó urgente pero llegó el jueves por la mañana y Ulises la encontró a mediodía cuando fue a comer. La leyó y llamó al padre de Marga para decirle que esa tarde no iba a trabajar que se le había presentado un problema personal. El padre de Marga no quiso preguntar más. De lo poco que conocía a Ulises ya se había dado cuenta de que era muy reservado. Ulises cogió el coche y se presentó en el piso de Marga. Silbó en la ventana de su dormitorio como siempre hacía pero Marga no salió, estaba con Alberto en el salón. Tocó al portero. No se lo esperaba ninguno. Marga se asomó por la ventana y vio a un Ulises destrozado, distinto al Ulises tan fuerte que ella conocía, llorando, descalzo, con el tatuaje del tobillo aún vendado y con las cartas de Marga en la mano. Le dijo que se  fuera a descansar, que ya hablarían cuando se encontrase mejor.  Al igual que Ulises llevaría tatuado en el tobillo el nombre de Marga para el resto de su vida, a Marga se le quedaría tatuado en el corazón para siempre esa escena y se odiaría tanto por lo que hizo aquella noche. Cuantas veces la repasaría en el futuro y se preguntaría porqué no echó a Alberto de allí y le dijo a Ulises que subiera y le besó las lágrimas. Pero no lo hizo y eso a Marga le dolería ya para el resto de su vida y aunque Ulises en el futuro se lo perdonó ella no se lo pudo perdonar nunca a sí misma. Ulises se volvió a su piso desgarrado por dentro. Durante todo el camino de vuelta se le empañaban los ojos y apretaba el acelerador cuanto podía pero iba despedazado y cuando llegó se echó en la cama a llorar, él, que nunca lloraba, él, que nunca se venía abajo por nada, él, el fuerte, el invencible, el que nunca hablaba con nadie de sentimientos. Tenía a Marga tatuada a fuego en el corazón y ahora también la llevaría por siempre en su tobillo.
4.HADES.
El lunes siguiente, presentó sin más explicaciones su dimisión al padre de Marga y este se quedó estupefacto. Me voy a montar por mi cuenta. Me vuelvo a León con mis padres. Acto seguido me llamó y me dijo: ¿te gustaría que trabajáramos juntos? La historia no se quedó ahí. Marga se dio cuenta de lo imbécil que era Alberto, y quiso recuperar a Ulises y con mucho esfuerzo volvieron pero las segundas partes nunca fueron buenas y había demasiados rencores, demasiadas cosas pasadas que volvían a enturbiar la historia como la leche agria que se les subía a la boca. Ulises y yo montamos un beffete en León, nunca pensé que iría tan bien. A los dos años ya teníamos a cinco personas trabajando para nosotros. Ulises ganaba un caso tras otro, él era mucho mejor que yo, pero siempre fue humilde y no iba por ahí alardeando. Era concienzudo y preciso en el trabajo, serio e implacable, inteligente y arduo como un lince. Marga acabó la carrera y se puso a trabajar en el buffete de su padre pero se pelearon muy pronto y lo dejó. Ganó algún que otro concurso que le dio el empujón suficiente para seguir escribiendo. Se emancipó y se fue a vivir sola a un modesto estudio en la misma ciudad de sus padres. Se buscó un trabajo en una librería que le daba para vivir modestamente sin grandes lujos y siguió haciendo fotos. Su madre de vez en cuando le hacía algún ingreso en la cuenta. Con su padre siguió sin hablar mucho. Por navidades y poco más. La historia de Ulises y Marga ya era un jarrón roto que intentaban pegar con pegamento pero nunca quedaba como el jarrón nuevo, como el amor de la calle Afrodita, las noches de porros y risas, el mundo visto a través de las sensaciones que les confería el loto, las noches en que la llevaba en brazos a la cama de la rulote. Los tres añorábamos aquellos días y ellos más que nadie pero tuvimos que aprender a vivir en el vacío del actual presente, a guardar la calle Afrodita en el cajón de la memoria y a mirar con ilusión un futuro en el que no teníamos muchas esperanzas. Nunca volvimos ninguno de los tres a aquella ciudad del piso de la calle Afrodita donde éramos unos estudiantes ingenuos e ilusionados, limpios como el traje de los domingos. Ulises y Marga habían jugado como niños y los niños cuando terminan de jugar se tiran de los pelos. Finalmente rompieron pero siempre supieron uno del otro. No podían pasar más de un mes sin saber el uno del otro. Uno de los dos llamaba o Marga le mandaba alguna carta a León. Aquél vínculo que los unía era más fuerte que ellos, que todo lo que había pasado, que el destino y que nada en el mundo. Por supuesto que hubo otras personas en sus vidas pero nunca con la misma fuerza que ellos, nunca con ese ímpetu, con esa furia del primer amor. Aceptaron los dos su fatídico destino, que era no estar juntos. Ulises aún soñaba con la piel dulce y caliente de Marga y lo dejaba todo en el buffete si ella lo llamaba. Siempre fue su talón de Aquiles. Por algo Ulises llevaría para toda la vida ya  el nombre de Marga tatuado en su tobillo. Yo fui su testigo tácito y conozco muy bien esa historia. El destino les jugó una mala pasada. Estaban hechos el uno para el otro. Lo  sé desde el primer día que los vi juntos. Pero el destino como los unió los separó. Hades es el dios griego del inframundo y también el propio inframundo, designa la morada de los muertos. Los tres nos quedamos transitando el Hades para siempre por una extraña maldición que nos obligaba a permanecer vagando por él el resto de nuestras vidas. 

No hay comentarios: