Siempre acabamos llegando a donde nos esperan.
José Saramago (cita del libro) No era suya pero no recuerdo de quien era
(libro de Dani Congarra)
Bienvenidos a esta humilde morada. Aquí encontrareis poesía, cuentos, citas, reflexiones y pensamientos de Teresa Lao y de otros autores, interesantes para la Maga. Adelante...te estábamos esperando...
sábado, 8 de agosto de 2015
LA HABITACIÓN DE ABAJO
“La habitación de abajo” suena al subsuelo
del mundo. Al inframundo que se esconde bajo el felpudo. A lo que no encuentra
lugar en ningún lado. Como tú. A monstruos que crecen en sótanos donde la
humedad campa a sus anchas. “La habitación de abajo” se formó con sedimentos de
mi vida, año tras año, acumulando polvo en sus partes altas.
Asomo la cabeza por allí, de cuando en cuando,
y siempre que penetro en ese submundo me parece que los viajes en el tiempo
cohabitan con mi incurable síndrome de Diógenes. Los objetos más variopintos
pueblan las tinieblas conviviendo en plácida armonía unos con otros. No existe
en la habitación de abajo xenofobia ni miedo a lo diferente pues el origen de
cada pieza de coleccionista y anticuario compulsivo está en las antípodas de su
compañero de estantería.
No fueron arrojados a la basura por el apego
a las historias que esos objetos escondían en cada pliegue de su efímera vida. Y
por no olvidar yo lo efímero de la mía. Lo poco que dura todo. Economía de
mercado. Use y tire. La prima de riesgo se lo agradecerá algún día. Ni lo dude.
Esos objetos estrafalarios esperan y esperan.
Esperan lo mismo que yo. Ser llevados a un sitio que se parezca a la palabra
“hogar” y que se concatene con la palabra “permanente”. Palabras más que
imposibles en mi diccionario personal. Ellos esperan subir del escalafón de
“habitación de abajo”, descuidada y llena de polvo, al de un salón bien
iluminado en el que haya dispuestas estanterías de cedro y unas vaporosas cortinas color pastel. Es algo que
añoro pero de lo que he desistido por mi condición de nómada. Y, cueste lo que
cueste, tengo que aceptar mi naturaleza de trashumante en estado perpetuo de
vigilia.
Pasaré a numerar algunos de estos objetos,
por solventar la curiosidad ajena y por mi
tendencia al nudismo:
-Un puf de poliespán que encontré en la
puerta de la universidad de química. Desconozco que alojaba en su primitiva
vida. En su vida actual alberga libretas de mi pasado que no me atrevo a abrir
por miedo a encontrarme a otra que desconozca por completo.
-La pitillera que me regalaron y que nunca
usé porque no acostumbro a infundir
tanta enjundia a un hecho tan depravado en mi vida como fumar.
-La colección de posavasos de Forges de El
país. Forgendros. Me parto cada vez que leo uno.
-Un surtido muestrario de revistas Amateurs de cuando me hice
repartidora “no oficial” en Almería, venidas desde el mismísimo Lugo en
primicia. De los blogs a las calles.
-Piedras. Sí. Piedras de la playa. Ya ves tú
si no hay piedras en la playa. Pues a estas les tengo cariño.
-Estrellas de esas que brillan en la
oscuridad. No me atrevo a pegarlas en ningún sitio porque luego no se pueden
despegar. Y ahí estoy yo, esperando y esperando, a que algún día llegue ese
cielo estrellado antes de dormirme.
-Luego está la historia de toda una vida escuchando música. Mi walkman (aún funciona)
el discman (está roto, le entró arena de la playa) y un sinfín de mp3 que me
acompañaban fuera donde fuera y que todos murieron irremediablemente. No puedo
tirarlos aunque quiera, aunque estén rotos, aunque no sirvan para nada. Tienen
su lugar en el inframundo.
-Mención honorífica merece el diverso
instrumental de cuando me dio por pintar: lienzos, pinceles de todos los
tamaños, acuarela, oleo y pastel. Y un capricho que me permití: un muñeco
articulado de esos que se les cambia la postura y que fue mi juguetito mucho
tiempo. Aún lo adoro.
-Ocupa un lugar especial en “la habitación de
abajo” y en mi corazón, mi colección de cds (casi todos grabados y fotocopiadas
las carátulas, lo confieso) y la colección de libros que crecen bajo mis pies y
se enredan como la hiedra en mi pelo. Libros de dudosa procedencia. No puedo
aventurar de dónde salen tantos y cómo se reproducen sin mi consentimiento ni
en qué época yo leía eso.
La habitación de abajo es un lugar
maravilloso para un niño. Por algo es el lugar favorito de mi sobrino. Es
escuchar las palabras enlazadas de “Habitación-de-abajo” y da un respingo,
abandonando, ipso facto, cualquier juego que se traiga entre manos y me dice: -Tita,
voy contigo a la “habitación de arriba”. El pobre tiene un lío espectacular con
arriba y abajo. Y no es de extrañar, porque la susodicha “habitación de abajo”,
para más inri está arriba, no abajo.
FALLING IN LOVE
Querido
Eduardo:
Me he enamorado. Sí. Así, de pronto. Lisboa
es una ciudad fantástica que esconde un tesoro en cada esquina. Cómo no caer
enamorada en Lisboa. He conocido a un montón de gente aquí pero nadie como él. Gracias
por animarme a venir a Lisboa. Me encantaría que estuvieses aquí. La vista de
los tejados de Lisboa es impresionante. Te deja con la boca abierta la puesta
de sol en el estuario. Mi vida ha desembocado aquí, como el Tajo.
Él se sentó a mi lado en el tranvía a pesar
de que la mayoría de los asientos estaban libres. Todo fue más sencillo de lo
que imaginaba. ¿Recuerdas cuando yo te decía que el amor sólo se presenta una
vez en la vida? Y tú me asegurabas que no, que algún día, irremisiblemente,
tendría que daros la razón a ti y a Lennon. Me alegro de tener que dárosla
ahora.
Fuimos a ver las estrellas la noche de San
Lorenzo. Tumbados sobre la hierba conté por lo menos diez estrellas fugaces, mientras
él me hablaba de cosas que sonaban trascendentales. El universo, agujeros
negros, viajes en el tiempo. Él no es como el resto. Me parece diferente. Me
encanta su acento luso, sus manos grandes y fibrosas, de dedos delgados, y cómo
se le anuda el pelo en la nuca cuando hace viento.
Nunca creí que podría hablar
tantas horas seguidas de libros con alguien.
Cuando llegó no me lo esperaba. Me pilló
desprevenida. No hicieron falta ni flores, ni violines, ni perfumes caros. Sólo
los tejados de Lisboa y un tranvía semivacío. Noto que le brillan los ojos
cuando me mira. Yo lo observo embelesada cuando él no me ve, cómo coge la cerveza y cómo suelta el
humo muy despacio, mirando a un punto indefinido allá en el cielo.
Qué cosas tiene la vida ¿no? Encontrar el
amor aquí, tan lejos de casa. Tenemos que hablar esto largo y tendido delante
de unas cañas. Invito yo. Que el amor te hace más generoso, ilumina tu sonrisa
y caminas levitando dos palmos del suelo. Espero ansiosamente tu visita. Creo
que me quedo a vivir aquí.
Un fuerte abrazo, Chuky ,-)
martes, 4 de agosto de 2015
LA ÚLTIMA LÁGRIMA
La última lágrima pasó desapercibida porque
él iba con la atención puesta en el volante de un flamante y veloz Mercedes
blanco. De sus labios brotaban las palabras certeras como dardos y directas a
la diana del corazón. Era la última lágrima pero ella aún no lo sabía. Era
consciente de que vendrían lágrimas pero por otros motivos diferentes y en
otras circunstancias. Llorar en un Mercedes blanco tan pulcro rozaba la
paradoja y rebajaba la ostentación, en aquel viaje en la oscuridad de la noche
y con la luna cómodamente agazapada en el cielo.
Pensó que había llegado el momento de quitarse de encima el jersey de lana que llevaba en pleno agosto, aunque el aire acondicionado del Mercedes estuviese a 19 grados exactamente. Ese jersey la estaba asfixiando. Lo dudó pero llegó a la determinación de que prefería quitar el aire acondicionado y abrir la ventanilla para sentir el aire de la ciudad. Un aire renovado, no encapsulado. Sin el fastidioso jersey no era necesario el aire acondicionado. A veces las cosas son así de simples y nos negamos a verlas. La lógica aplastante se irguió por fin.
Mientras la aguja del cuentakilómetros marcaba los 50 kilómetros por hora, se quitó el jersey apagó el aire acondicionado y abrió hasta abajo del todo la ventanilla; todo en uno, sin vacilar, y en ese orden. Por fin respiró aliviada. Se había acabado la tortura. Con un poco de suerte esa noche dejaría de soñar con gusanos babeantes y asquerosos trepando por su piel.
MI CUEVA
Incienso Champa de la caja azul. Memorias de
una Gheisa. Brazos tendidos y piernas estiradas boca abajo. Entro en mi cueva.
Es un lugar frío cubierto de blanca escarcha. Hay estalactitas de gélido hielo
colgando del techo. El vaho sale de mi
boca con cada expiración. Busco mi animal. Hay un gato siamés blanco echado y
me mira fijamente. Escucho un ruido. Miro y te encuentro. ¿Cómo has llegado
hasta aquí? Estúpido farsante. Te grito que quiero que te vayas. Tu sonrisa se
congela ante mi pasmoso rostro. Aquí no hay sitio para los tres. El gato siamés
blanco se levanta dispuesto a irse. ¡No!, grito. El gato desaparece y nos
quedamos solos. ¿Por qué has venido?, digo desolada mientras de mi boca sale
vaho. Él sigue sonriendo callado. No tenías derecho. Has profanado un lugar
sagrado. Inspiro fuertemente y abro los ojos. La cueva ha desaparecido y en mi
retina se ha quedado grabada la imagen, en pause, de su sonrisa congelada.