¿Quién cuidará de que los borrachos no se
tropiecen y den con sus huesos en el duro asfalto?
¿Quién protegerá a los niños que se crían
solos en la calle?
¿Quién les mostrará el camino correcto?
¿Quién custodiará a esos adolescentes
difíciles, perdidos en las calles solitarias y frías de una ciudad hostil y
peligrosa?
¿Quién le parará los pies al que falta,
oprime, avasalla y golpea?
¿Quién pondrá tesoros en el contenedor para
los que rebuscan en la basura?
¿Quién le dirá a ese niño que no se ponga el
primer cigarro en la boca?
¿Quién agarrará la mano de ese padre cuando
va a golpear a su hijo?
¿Quién sujetará el bíceps de ese hombre que
arremete contra su mujer?
¿Cuántas manos podrían detener la barbarie?
¿Cuántas bocas podrían gritar al unísono
basta?
Escucho historias que me enmudecen el alma y
me encojen el corazón y me pregunto en qué parte del cuerpo me coloco la tirita
cuando lo que está herido es el alma.
Os juro que daría un riñón porque hubiera un
ángel de la guarda para cada una de esas personas frágiles y vulnerables (niños
pobres, adolescentes en exclusión social, mujeres víctimas de la violencia de
género) que les ha tocado vivir en el lado oscuro de la vida.
Desgraciadamente este sistema no los protege.
Son carne de cañón. El único delito que han cometido es ser pobres. Porque con
dinero otro gallo cantaría.
Un riñón y parte del bazo porque ese ángel los
protegiera.