El síndrome del impostor lo sufrimos muchos
en silencio. Porque el silencio es nuestro cómplice para los que padecemos esta
lacra. Si echamos en una cazuela altas dosis de autocrítica, una cucharada
sopera de perfeccionismo, una pizca de baja autoestima y lo aderezamos con una
baja valoración de los éxitos obtenidos en tu vida, cocinándolo a fuego lento
todo junto, el resultado es una comida nada apetecible: un síndrome del
impostor como un piano de cola.
Lo padece gente cuyos éxitos son notables,
como Eva Amaral o Kate Winslet, conocidas en medio mundo y de las que nadie
dudaría de su exitosa y admirable carrera profesional. Pero también lo sufren
gente anónima todos los días. Casi 3 de cada 5. Moco de pavo. Pero no se rompe
el silencio. El silencio es el arma poderosa
del síndrome del impostor. Nadie abre la boca para decir: “Soy un fraude
y tarde o temprano alguien me desenmascará”
Este síndrome se descubrió en los años 70 en
mujeres ejecutivas y con carreras muy exitosas. Se da más en mujeres que en hombres,
causa por la que yo creo que no hay muchas mujeres en puestos de
responsabilidad y liderazgo. Porque ellas mismas no creen que sean tan válidas
como los hombres para estos puestos, no porque no lo sean.
Así que, si algún día me libero de este
síndrome del impostor (que más bien se debería llamar “síndrome de la
impostora” pero a estas alturas ya todos sabemos que el lenguaje es machista) os diré como lo
he conseguido, aunque intuyo que esa sombra me acompañará toda la vida.
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