Hacer de cualquier lugar tu hogar
no es tarea fácil. No basta con pagar puntualmente la hipoteca o hacer la
pertinente transferencia a tu casero. No sólo hay que mediar con notarios y
contratos de arrendamiento, amén de lidiar con inmobiliarias o cualquier otra
transacción. No. No basta.
Hay que limpiar la suciedad que
se acumula en el inalcanzable fondo del cubo de la basura. Utilizar ambientador
con olor a flores silvestres que no sea de marca blanca, que haga que pasar de
la cocina al salón sea como dar un paseo por los bosques de Irati.
Hay que colgar fotos, láminas o
posters en sus paredes que te recuerden quién eres o por dónde has paseado tu
vida. Hay que llenar los anaqueles de libros, a ser posible cada uno de su
padre y de su madre, comprados en diferentes librerías, leídos, subrayados y manoseados.
Hay que hacer bien las camas,
estirar las sábanas con olor a suavizante para que no quede ni una arruga. Hay
que llenar el armarito de la cocina de especias como jengibre, cúrcuma, curry,
pimentón picante y albahaca. Y como colofón
poner una rosa en el salón, comprada una noche de marcha por las cuatro
calles, que esas tienen más solera.
Si haces un esfuerzo por cumplir
todos estos pasos religiosamente quizá
consigas tomar tu hogar e invadirlo de tu esencia. Y cuando tu casa sea
visitada parecerá que tus huéspedes te conocen de toda la vida o al menos los
impregnarás un poco del perfume de tu alma.