Pedí un deseo delante de la tarta antes de
soplar las velas. Dudé un poco pero me decidí por uno de mis anhelos. Fui
egoísta y sólo pensé en mi cuando pedí el deseo. Eso lo sé ahora que las cosas
se han torcido. Debí pensar en él cuando cerré los ojos, mientras pensaba que
era lo que más deseaba en el mundo. Había tantas cosas importantes que desear. Deseos
altruistas pensando en los demás, en los miles de refugiados pasando frío y
hambre. O algo así como el fin de la guerra o la paz mundial. Pero ni pensé en
eso ni en él. Me miré el ombligo con vehemencia y
ahora estoy arrepentida.
Podría cambiar de deseo pero falta casi un
año para el próximo cumpleaños y las cosas se inclinan de tal manera que
parecen que van a caerse sobre mí. Quizá ya no tenga otra oportunidad. Le
suplico al cielo que alguien estrene ropa nueva, que me encuentre un diente de
león entre las amapolas del campo o que una perseida caiga del cielo en forma
de estrella fugaz, para poder pedir un deseo bien distinto y enmendar mi error.
Hay gente que piensa que eso son tonterías.
Yo no. Yo pienso que eso de pedir deseos no es ningún juego que uno pueda
tomarse a la ligera. Porque el deseo equivocado puede hacer que las cosas se
inclinen, se tuerzan y caigan con todo su peso sobre tu existencia.
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