Soñé que Calcuta estaba en los
Estados Unidos y que yo cambiaba, en el último momento, los pasajes para ir a
esa Calcuta americana. De pronto, una ola gigante, hipnotizante y furiosa se
abalanzaba sobre nosotros y lo arrasaba todo. Recuerdo mirar la gran ola y no
poder correr. La miraba hipnotizada por su asombroso poder. Recuerdo que me
dejé llevar por el tsunami sin oponer resistencia y que su poder y bravura eran
hechizantes. Luego, como suele pasar en los sueños, estábamos todos a salvo en
Tenerife y el suelo estaba cubierto de palomitas de maíz.
Cuando desperté me entró una
acuciante necesidad de ver el mar. Quizás él podría descifrar mi sueño. Hacía
mucho viento y las olas se estrellaban contra las rocas con toda la furia de la
naturaleza. Me paré frente a ellas y vi venir la gran ola pero no tuve miedo.
Me parecía majestuosa. Quería dejarme llevar por ella. En mi vida había una
gran ola, una ola sublime, un tsunami que me quería arrastrar, con toda su
fuerza y su belleza, mar adentro, y yo me resistía.
No me preguntéis por qué, pero el
mar siempre tiene todas las respuestas.
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