Necesitaba saber que en su vida
nunca, nunca más habría otro maldito escalón. Que las cosas fluirían como el
viento, como el agua de los ríos, como las estaciones que van sucediéndose.
Necesitaba que alguien le dijera: “Basta de escalones” “No hay que subir más
montañas con la mochila cargada de pesadas piedras” “No más esfuerzos en balde”
“No más lastres”. En aquella barra de un bar un desconocido le susurró: “Es muy
fácil. Sé tú mismo”. Y desde entonces estoy subiendo los escalones más grandes
de toda mi vida como si viajase en ascensores panorámicos bien iluminados que
van directos al cielo.
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