Gracias al maldito escalón y a mi
aciaga tristeza pudieron encontrarse nuestras miradas. No es agradable que un desconocido vea como te derrumbas, te
deshaces en lágrimas y acto seguido
tropiezas con un escalón oculto para la tristeza. Él se quedó mudo y no se
movió ni un ápice de su sitio. Él esperaba una moneda de algún misericordioso
transeúnte. Luego nos reconocimos en otra escena. Él reconoció mi sempiterna
tristeza y yo sus monedas de la caridad ajena. Nos sostuvimos la mirada unos
segundos pero no acertamos a cruzar una mísera palabra.
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