El hombre pájaro sobrevuela cada
tarde al caer el sol. Sobrevuela las escarpadas montañas, los ríos y los
misteriosos bosques que esconde este precioso planeta. A veces lo hace solo.
Otras veces acompañado de otros pájaros. Águilas, ruiseñores, jilgueros,
colibríes y hasta humildes gorriones disfrutan de la presencia del hombre
pájaro. Surcan el cielo todos juntos en la más absoluta y sagrada de las danzas
aéreas. La armonía reina en el cielo por unos instantes que parecen eternos.
La presencia del hombre pájaro
deja a todos boquiabiertos. Un plumaje multicolor y unos ojos de una tonalidad
azulada grisácea. La elegancia en el porte del señor pájaro no pasa
desapercibida por nadie del cielo, de la tierra o del reino de los océanos.
A veces el hombre pájaro visita
los bosques y se posa en las ramas de su hermano el árbol. Al hermano árbol eso
lo llena de regocijo. Se quedan los dos callados y hay algo en el aire que sabe
a frescor y a hermandad. No hace falta que se digan nada. Los dos se respetan y
se aman a su manera. Los dos son seres de la creación y Dios los hizo hermosos.
Al hermano árbol con raíces que calan en la profundidad de la tierra, con ramas
que trepan al cielo y con hojas para
poder respirar él y regalarle oxígeno a los demás seres del bosque. Y Dios le
entregó al señor pájaro dos bellas alas para surcar los cielos a su antojo.
Hay dos cosas que definen al
hombre pájaro: Siempre tiene una sonrisa para ti y cuando sonríe se iluminan
las nubes y al todopoderoso señor sol le entra una cosquilla en la barriga. La
otra cosa es su libertad. A nadie en el reino de Dios se le ocurriría meter en
una jaula al hombre pájaro porque él es hermoso libre, sobrevolando los bosques
y los mares sin hacer planes. “Qué bien se está
en esta rama, pero…y si fuera a ver el mar” piensa el hombre pájaro y
alza el vuelo en busca de la tonalidad azulada del mar.
Todos amamos al hombre pájaro tal
y como es. Respetamos su esencia, como se debe respetar la esencia de todas las
criaturas del universo creadas por Dios. Son bellas tal y como fueron creadas.
No les sobra ni les falta nada. Son perfectas. Nadie osaría cambiar el color del
plumaje del hombre pájaro o cortar sus dos bellas alas. En sus mejores días su
generosidad no tiene límites y entrega amor, risas, paz y mucha armonía a los
demás seres del bosque. Su vibración atrae a su tribu de seres especiales.
El hombre pájaro tiene una
hermana que emite luz, sale por las noches, se mueve muy agitadamente y ¡también
vuela! Es la señora luciérnaga. Cuando se pone el sol el hombre pájaro va a
visitarla y juntos se acercan al bosque donde vive el señor árbol. Y cuando se
juntan los tres es como si se alineasen los planetas. Hay un júbilo y unas
ganas de diversión. Se oyen risas en el bosque a deshoras y al universo se le
escapa un suspiro.
Lo que más adora del mundo el
hombre pájaro son las puestas de sol. No se cansa nunca de ver tanta belleza
cuando el rey sol decide irse a iluminar otro mundo con otros pájaros, otros
árboles y otras luciérnagas. Ha visto cientos, miles de puestas de sol y todas
tan distintas. Como sus plumas, como las noches en el bosque con el hermano
árbol y la señora luciérnaga.
Hay días que el hombre pájaro
vuela mucho más alto, cerca de los confines del mundo real. El mundo necesita
al hombre pájaro, al señor árbol y a la señora luciérnaga. El mundo necesita la
luz de la señora luciérnaga para iluminar los caminos de todas las criaturas en
la oscuridad de la noche. Necesita el oxígeno que produce el hermano árbol para
que puedan respirar todos sus hermanos y la belleza, la sonrisa y la libertad
del señor pájaro para que todos los seres puedan volar alto.
El mundo necesita bosques,
árboles, poesía, la música del trino de los pájaros y mucha mucha abstracción.
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