Esta mañana me he despertado de
una sacudida y lo he visto todo claro. He cogido al toro por los cuernos o la
vida por las solapas, que diría Juan Manuel Gil. Antes de ir al baño, antes de
hacer el café, con las arrugas de las sábanas aún tatuadas en el cuerpo y los
ojos soñolientos me he ido directa a coger la calculadora. Sí. La calculadora,
una hoja y un lápiz. He calculado exhaustivamente mi sufrimiento. Las
matemáticas son la panacea. Me fascinan. Están en todas las parcelas de nuestra
vida, incluso en las que cuesta calibrar con cifras. Me he puesto manos a la
obra. Unos logaritmos y unos sistemas de ecuaciones de primer grado y me ha
salido la irrisoria cuantía de un 2,97% . De sufrimiento, claro. Dolor hay más.
Pero como dice Eckhart Tolle el dolor es inevitable pero el sufrimiento es una
elección. El dolor no me he atrevido a calcularlo. No lo he visto relevante.
La semana pasada vi en una
película como Natalie Portman con 13 años, después de pegarle su padre una
paliza y aún con el labio sangrando le preguntaba a su vecino que subía por las
escaleras y le ofrecía un pañuelo para limpiarse la sangre: - ¿La vida es así
de dura sólo de pequeña o toda la vida?. A lo que León el profesional le respondía
con total sinceridad: - Toda la vida.
El mes pasado me compré un bote
de plástico grande y lo bauticé como “El bote de la felicidad” Me he propuesto
ir apuntando mis momentos de felicidad y meterlos en el bote. Lo he puesto en
un lugar visible y privilegiado del salón para que, cuando me siente en mi sofá
a contemplar la noche después de un duro día de trabajo, presencie cómo van
rebosando y multiplicándose mis instantes de felicidad.
Todos sufrimos. Aunque no todos
por las mismas cosas. La enfermedad. La muerte. El desamor. El dinero.
Problemas, problemas y más problemas. Salen de debajo de las piedras. Ponte a
hablar con cualquiera. Yo quería cuantificar en números mi sufrimiento y lo he
conseguido después de unas simples operaciones. Un ínfimo 3%. Ya ves tú. Eso no
es nada, cariño, me he dicho.
Aún doy un respingo cuando
escucho la voz de Moma al otro lado de la línea. Aún me produce una cosquilla
en el alma componer un poema o sonrío cuando lo escucho silbar un viejo tema de
Jazz. Aún hay vida más allá de ese 3%. Aún quedan coronitas, amigos, alegría,
arte, música y crema catalana para llenar ese 97% restante. Aún podemos seguir
danzando antes de que deje de tocar la orquesta. Y aunque algún instrumento
desafine, aunque no podamos eliminar la incertidumbre de nuestras vidas, aunque
llorar a veces sea el único consuelo se puede convivir con ese 3% de aflicción.
Eso si no me he equivocado en los cálculos, claro. Esta mañana me caía del
sueño.
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