martes, 10 de marzo de 2020

APENAS UN 3%


Esta mañana me he despertado de una sacudida y lo he visto todo claro. He cogido al toro por los cuernos o la vida por las solapas, que diría Juan Manuel Gil. Antes de ir al baño, antes de hacer el café, con las arrugas de las sábanas aún tatuadas en el cuerpo y los ojos soñolientos me he ido directa a coger la calculadora. Sí. La calculadora, una hoja y un lápiz. He calculado exhaustivamente mi sufrimiento. Las matemáticas son la panacea. Me fascinan. Están en todas las parcelas de nuestra vida, incluso en las que cuesta calibrar con cifras. Me he puesto manos a la obra. Unos logaritmos y unos sistemas de ecuaciones de primer grado y me ha salido la irrisoria cuantía de un 2,97% . De sufrimiento, claro. Dolor hay más. Pero como dice Eckhart Tolle el dolor es inevitable pero el sufrimiento es una elección. El dolor no me he atrevido a calcularlo. No lo he visto relevante. 

La semana pasada vi en una película como Natalie Portman con 13 años, después de pegarle su padre una paliza y aún con el labio sangrando le preguntaba a su vecino que subía por las escaleras y le ofrecía un pañuelo para limpiarse la sangre: - ¿La vida es así de dura sólo de pequeña o toda la vida?. A lo que León el profesional le respondía con total sinceridad: - Toda la vida.

El mes pasado me compré un bote de plástico grande y lo bauticé como “El bote de la felicidad” Me he propuesto ir apuntando mis momentos de felicidad y meterlos en el bote. Lo he puesto en un lugar visible y privilegiado del salón para que, cuando me siente en mi sofá a contemplar la noche después de un duro día de trabajo, presencie cómo van rebosando y multiplicándose mis instantes de felicidad.  

Todos sufrimos. Aunque no todos por las mismas cosas. La enfermedad. La muerte. El desamor. El dinero. Problemas, problemas y más problemas. Salen de debajo de las piedras. Ponte a hablar con cualquiera. Yo quería cuantificar en números mi sufrimiento y lo he conseguido después de unas simples operaciones. Un ínfimo 3%. Ya ves tú. Eso no es nada, cariño, me he dicho. 

Aún doy un respingo cuando escucho la voz de Moma al otro lado de la línea. Aún me produce una cosquilla en el alma componer un poema o sonrío cuando lo escucho silbar un viejo tema de Jazz. Aún hay vida más allá de ese 3%. Aún quedan coronitas, amigos, alegría, arte, música y crema catalana para llenar ese 97% restante. Aún podemos seguir danzando antes de que deje de tocar la orquesta. Y aunque algún instrumento desafine, aunque no podamos eliminar la incertidumbre de nuestras vidas, aunque llorar a veces sea el único consuelo se puede convivir con ese 3% de aflicción. Eso si no me he equivocado en los cálculos, claro. Esta mañana me caía del sueño.

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