Lo más acertado habría sido
no escribir este poema.
Él me lo pidió.
Por favor, no me escribas.
Soy un cero.
Lo más apropiado habría sido
no contemplar el azul de sus pupilas
junto al arrebol del ocaso.
Lo más cerca que estuve de entenderlo
fue cuando dijo que todo era mentira.
Era críptico e indescifrable.
Estar con él era como perderse en un laberinto.
Su batalla era su rebeldía.
Eso lo hacía bello.
Me pareció que era como la bruma
que se forma sobre el mar
antes de una angustiosa madrugada.
Esa espesa niebla era inquietante.
Me dijo:
De verdad, no escribas sobre mí.
Pero me siento en la obligación
de hacer poemas con las puestas de sol.
Sus lágrimas y las vetas de sus pupilas
merecían un poema.
Me quedé varada con la bici
viendo cómo se alejaba.
Él no volvió la vista atrás ni me vio.
Sus lágrimas se lo impedirían.
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