lunes, 7 de septiembre de 2015

LA TRAMPA DE LAS CONJUNCIONES



Si cogemos una conjunción copulativa y la unimos a una subordinada condicional obtenemos un lugar común por el que hemos transitado todos antes o después. Nos ha producido un dolor de cabeza perentorio que ni con ibuprofeno y una desazón latente que ni con prozac. Me refiero al espeluznante “y si”. Amigo íntimo en todas nuestras catástrofes vitales.

Están los “y si” temporales. “Y si me hubiese levantado cinco minutos antes” o el contrario “y si me hubiera demorado a comprar el periódico”. O el que en el último momento pierde ese   avión que nunca llega a su destino. El “y si hubiera torcido en aquella calle en lugar de tomar la avenida, ¿me lo hubiera encontrado?”. “Y si hubiera llevado el cinturón de seguridad” o “y si me hubiera apeado tres paradas antes”

Luego están los “y si” sentimentales. “Y si no le hubiera dicho aquello”. “Y si la hubiera llamado”. “Y si nos hubiésemos quedado solos”. “Y si le hubiera pedido tiempo”. “Y si hubiera salido corriendo”. “Y si la hubiera esperado”. “Y si no hubiese sido tan exigente”

Y es que los estragos tienen su momento justo, ni antes ni después. Hay un “y si” para cada desastre emocional. Un “y si” que nos adentra en un laberinto lleno de trampas, de posibles caminos no tomados que nos retuercen por dentro. La casualidad teje telas de araña que están más allá de nuestro razonamiento. Están los que creen en el destino y los que crean su propio destino. 

Vivir en el “y si” es vivir en el desasosiego y en la culpa, para nada saludables. Las cosas suceden y punto. Tomamos nota, aprendemos y continuamos. No es bueno demorarse en el “y si”. A cada paso, por trivial que sea, se bifurcan los caminos. Cada día tomamos cientos de minúsculas decisiones que definen nuestro presente y futuro y preguntarse “y si” es como preguntarse por qué sopla el viento, por qué erupcionan los volcanes o por qué esa tormenta en verano.

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