Cuando lo vi aparecer en el aeropuerto con su pequeña maleta color teja lo primero que le pregunté fue: - ¿Por cuánto tiempo te mudas?. - No tengo billete de vuelta. Meses. Años. La eternidad quizá. No tengo una respuesta - dijo sin molestarse en mirarme a la cara. Cargaba una funda de guitarra que me pareció que tenía cientos de años y cientos de viajes a sus espaldas.
Tenía los ojos apagados como una noche de niebla. Tenía la
tez morena y sutil como un día de tormenta y una cicatriz profunda le cruzaba
toda la cara. Me pregunté cómo se la habría hecho. Parecía que volvía de un
país en guerra y tampoco quise hacerle muchas preguntas. Me dio la sensación de
que no le gustaban las preguntas. Su maleta era tan pequeña que no hizo falta
ni meterla en el maletero. De la guitarra no se separaba. No cruzamos una
palabra en todo el camino de vuelta. Yo no me atreví a quebrar ese silencio.
Los faros de los coches que se cruzaban con nosotros parecían que venían justo
a estrellarse contra mi furgoneta. Con él tuve siempre esa sensación de temer
por mi vida. Al bajarse del coche dijo: - Creo que no voy a quedarme mucho
tiempo. - ahora sí lo dijo mirándome fijamente a los ojos. Más tarde supe que
hablaba en serio.
Yo regentaba el pequeño hotel de mis padres para músicos en
las afueras de Dublín. No sé cómo dio con nuestro hotel. No venía en ninguna
guía. Mis abuelos eran manchegos y yo hablaba el español a la perfección. Él no
hablaba una palabra de inglés y aunque lo hubiese hablado creo que tampoco
habría salido una palabra de su boca. No me había dicho su nombre y cuando miré
la reserva vi que ponía J. L. R. Me extrañó pero no quise molestarlo. El hotel
estaba vacío. No había muchos eventos musicales en esa época. Me preguntó: -
¿Dónde puedo tomar una cerveza? Le dije que era muy tarde y que no había nada
abierto. - Si busco puede que quede alguna pero tenemos el bar cerrado. Agarró
la cerveza y se subió a su habitación diciendo: - No quiero molestarte. Eso fue
la primera noche que lo conocí.
A mí me gustaba que tocase en el porche al sol. Yo estaba
ociosa debido al poco trabajo de esa temporada y casi siempre me quedaba
escuchándolo. Tenía una forma extraña de rasgar las cuerdas de la guitarra.
Como con rabia y delicadeza a la vez. Por las noches nos quedábamos hablando
hasta tarde en el bar y cuando cerraba yo sacaba un par de cervezas de
estrangis y nos las bebíamos en el pasillo. Nunca me contó nada del lugar de
dónde venía ni de la guerra que asolaba su país. Ni cómo se hizo la cicatriz de
su cara. Una vez le dije: ¿Puedo tocarla? Y rocé con mis dedos su cara. Estaba
tibia y su orografía era accidentada. La cicatriz iba de la frente a la barbilla
pasando por su pómulo. Me extrañó que saliera con vida de aquello. La noche
siguiente le dije: Todo el mundo busca las respuestas y me da la sensación de
que tú tienes todas las preguntas. Se quedó pensativo. Le dio un trago largo a
la cerveza y echó la cabeza hacia atrás con gesto de cansancio. No hubo
respuesta.
Creo que me acostumbré a su presencia. A los blues que le
arrancaba a su guitarra, a la forma de su cicatriz y a su manera de rasgar las
cuerdas. De alguna manera nos hicimos cómplices, compinches o amigos. Como se
le quiera llamar. Su habitación era la 7. Una mañana de Febrero vi la pequeña
maleta color teja en la puerta de su habitación. Toqué levemente con los
nudillos a la puerta y sonó hueco. No hubo respuesta. Esperé un tiempo prudencial
y apareció con su mirada sutil como una noche de niebla, como el primer día que
lo conocí. Nunca lo vi sonreír en todo el tiempo que permaneció en el hotel
"Alma sanadora" pero su guitarra hacía estremecer todo el hotel. -
¿Te vas? - dije recogiendo todos los indicios que veía. - ¿Lo has adivinado por
mi maleta? - dijo con la voz muy ronca. - Tienes la misma mirada que el día que
llegaste. - dije sin poder mirarlo a la cara.
Echó la cabeza hacia atrás con gesto de cansancio como había
hecho tantas veces y dijo con su voz ronca: - Es la mirada del que no tiene
nada que perder. Del que no deja nada atrás. Del que todo lo que tiene le cabe
en una pequeña maleta. Del que conoce todas las preguntas.
No recordaba que nunca hubiese dicho tantas palabras
seguidas.
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