viernes, 16 de diciembre de 2022

LIGERO DE EQUIPAJE

Cuando lo vi aparecer en el aeropuerto con su pequeña maleta color teja lo primero que le pregunté fue: - ¿Por cuánto tiempo te mudas?. - No tengo billete de vuelta. Meses. Años. La eternidad quizá. No tengo una respuesta - dijo sin molestarse en mirarme a la cara. Cargaba una funda de guitarra que me pareció que tenía cientos de años y cientos de viajes a sus espaldas.

 

Tenía los ojos apagados como una noche de niebla. Tenía la tez morena y sutil como un día de tormenta y una cicatriz profunda le cruzaba toda la cara. Me pregunté cómo se la habría hecho. Parecía que volvía de un país en guerra y tampoco quise hacerle muchas preguntas. Me dio la sensación de que no le gustaban las preguntas. Su maleta era tan pequeña que no hizo falta ni meterla en el maletero. De la guitarra no se separaba. No cruzamos una palabra en todo el camino de vuelta. Yo no me atreví a quebrar ese silencio. Los faros de los coches que se cruzaban con nosotros parecían que venían justo a estrellarse contra mi furgoneta. Con él tuve siempre esa sensación de temer por mi vida. Al bajarse del coche dijo: - Creo que no voy a quedarme mucho tiempo. - ahora sí lo dijo mirándome fijamente a los ojos. Más tarde supe que hablaba en serio.

 

Yo regentaba el pequeño hotel de mis padres para músicos en las afueras de Dublín. No sé cómo dio con nuestro hotel. No venía en ninguna guía. Mis abuelos eran manchegos y yo hablaba el español a la perfección. Él no hablaba una palabra de inglés y aunque lo hubiese hablado creo que tampoco habría salido una palabra de su boca. No me había dicho su nombre y cuando miré la reserva vi que ponía J. L. R. Me extrañó pero no quise molestarlo. El hotel estaba vacío. No había muchos eventos musicales en esa época. Me preguntó: - ¿Dónde puedo tomar una cerveza? Le dije que era muy tarde y que no había nada abierto. - Si busco puede que quede alguna pero tenemos el bar cerrado. Agarró la cerveza y se subió a su habitación diciendo: - No quiero molestarte. Eso fue la primera noche que lo conocí.

 

A mí me gustaba que tocase en el porche al sol. Yo estaba ociosa debido al poco trabajo de esa temporada y casi siempre me quedaba escuchándolo. Tenía una forma extraña de rasgar las cuerdas de la guitarra. Como con rabia y delicadeza a la vez. Por las noches nos quedábamos hablando hasta tarde en el bar y cuando cerraba yo sacaba un par de cervezas de estrangis y nos las bebíamos en el pasillo. Nunca me contó nada del lugar de dónde venía ni de la guerra que asolaba su país. Ni cómo se hizo la cicatriz de su cara. Una vez le dije: ¿Puedo tocarla? Y rocé con mis dedos su cara. Estaba tibia y su orografía era accidentada. La cicatriz iba de la frente a la barbilla pasando por su pómulo. Me extrañó que saliera con vida de aquello. La noche siguiente le dije: Todo el mundo busca las respuestas y me da la sensación de que tú tienes todas las preguntas. Se quedó pensativo. Le dio un trago largo a la cerveza y echó la cabeza hacia atrás con gesto de cansancio. No hubo respuesta.

 

Creo que me acostumbré a su presencia. A los blues que le arrancaba a su guitarra, a la forma de su cicatriz y a su manera de rasgar las cuerdas. De alguna manera nos hicimos cómplices, compinches o amigos. Como se le quiera llamar. Su habitación era la 7. Una mañana de Febrero vi la pequeña maleta color teja en la puerta de su habitación. Toqué levemente con los nudillos a la puerta y sonó hueco. No hubo respuesta. Esperé un tiempo prudencial y apareció con su mirada sutil como una noche de niebla, como el primer día que lo conocí. Nunca lo vi sonreír en todo el tiempo que permaneció en el hotel "Alma sanadora" pero su guitarra hacía estremecer todo el hotel. - ¿Te vas? - dije recogiendo todos los indicios que veía. - ¿Lo has adivinado por mi maleta? - dijo con la voz muy ronca. - Tienes la misma mirada que el día que llegaste. - dije sin poder mirarlo a la cara.

Echó la cabeza hacia atrás con gesto de cansancio como había hecho tantas veces y dijo con su voz ronca: - Es la mirada del que no tiene nada que perder. Del que no deja nada atrás. Del que todo lo que tiene le cabe en una pequeña maleta. Del que conoce todas las preguntas.

No recordaba que nunca hubiese dicho tantas palabras seguidas.

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