“I hurt myself today
to see if I still feel”
Johnny Cash
HURT
Ha nevado este verano. El hecho
fue un poco sobrenatural y todo el mundo hablaba de ello en todas partes pero a
mí me pareció de lo más ordinario. Copos de nieve descendiendo del cielo en
pleno agosto. El calor los derretía antes de llegar al suelo y se hacían agua.
Era como una lluvia de las lágrimas de Dios. Caían suavemente, sin violencia y
a mí me parecía bello pero nada
extraordinario. En mi casa la mesa Lack blanca impoluta seguía
acumulando recuerdos y las paredes blanco pajizo, a causa del humo de los
cigarrillos, guardaban muchos secretos. Los muros pálidos y la pequeña mesa
baja fueron testigos tácitos de todo lo que pasó por mi vida y se me antojó por
un momento que eran amigos míos a los que yo les había confesado muchas cosas
al oído.
Aquel verano la alegría nunca
superaba los tres días seguidos y a mí me dio por pensar que la huida no
siempre era la mejor elección pero llevaba tanto tiempo huyendo que la inercia
me empujaba a ello. No repuse, ni protesté, ni me opuse, ni renegué, ni me
quejé. Acepté que el dolor hubiera dejado paso al hielo y a los copos de nieve.
Mi temperatura corporal exterior era de 37 grados pero mi cuerpo por dentro
estaba a 0 grados. Nadie lo notaba y ni yo misma me di cuenta cuando empecé a
congelarme por dentro pero mis vísceras y mi corazón eran escarcha. Al igual
que pasa con los icebergs, lo que se veía por fuera apenas era nada comparado
con todo lo que se ocultaba dentro. Supongo que me pareció natural que cayese
nieve blanca del cielo porque mi interior se identificaba con el tiempo atmosférico
del exterior.
Si me hubiesen clavado afiladas
agujas debajo de las uñas ni me habría enterado. El frío entumece tus sentidos y
cuando te han abierto en canal y te han arrancado el corazón tantas veces
simplemente dejas de sentir el dolor y la calidez tibia de tu propia sangre
acaba por congelarse. Me di cuenta el
día que cayó agua nieve del cielo que ya nunca más podría volver a amar
a nadie. Estaba hueca. Un muñeco de goma. La ilusión, el deseo, la magia se
habían volatizado.
Lo cierto es que el día que nevó
en Agosto yo no podía sentir el dolor, tampoco podía amar y casi todo me daba
igual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario