Se lo dije todo. Absolutamente
todo. Vacié mi alma en aquella barra de un pub. Le dije todo lo que me quemaba
la garganta, todo lo que congelaba el corazón. Le hablé de las noches de
soledad, de todas las lágrimas que derramé. Le conté lo de los días sin luz, el
frío y el hambre que pasé. Le confesé que nunca me había brindado una sonrisa,
que su amargura me estaba dinamitando por dentro. También le narré lo de todas
las minas antipersona que sembró en la
casa. Le expliqué que nunca hubo amor, que a duras penas nos soportábamos.
Después de decirle todo aquello
se quedó callado. Esperé y esperé. Esperé mucho tiempo pero nunca llegó una
palabra de aliento de su boca. No sé lo que pensaba. Sus labios no se
despegaron. Sólo se hizo un absoluto y rotundo silencio.
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