Nochevieja. Ponte en situación.
Más o menos lo de siempre. Comer hasta
reventar. Licores. Bebidas espirituosas. Tacones de vértigo. Lentejuelas. Gente
con ganas de divertirse. Vamos, lo de siempre. Todo el mundo amigo de todo el
mundo. Fuera diferencias. ¡Qué coño!
¡Estamos en Navidad! Se palpa en el ambiente la paz y el amor. El frío sigue
esperándonos fuera pero entramos en calor con los besos, los gin tonic y los
mazapanes. Todos olvidamos los cristales rotos de nuestras vidas. Una especie de
algarabía contagiosa como una epidemia lo tiñe todo.
Todos en la misma onda. Pero en
aquel local vi una sombra. Se movía entre nosotros pero nadie reparaba en él.
Era total y absolutamente transparente. Recogía vasos. Limpiaba nuestros
vómitos. Fregaba los baños. Cargaba las cajas de bebida. Se movía
sigilosamente. No tenía jefe. Nadie lo mandaba hacer lo que hacía. Lo hacía
lisa y llanamente porque le apetecía. Porque esa Nochevieja no tenía nada mejor
que hacer ni amigos con los que celebrar nada. Supongo que no se integraba
porque en su cabeza había otra cosa. Algo que ninguno podíamos descifrar ni
entender. Algo inasible e inexpugnable como el mismo universo.
Me pregunté con quién habría
cenado. Seguramente solo. Me pregunté si necesitaría que alguien lo escuchase o
que alguien brindase con él. Me pregunté qué habría en su cabeza, por qué no
funcionaba como el resto de las cabezas que había allí. Me pregunté si tendría
amigos. No puedo imaginar mi vida sin amigos y supuse que sería una especie de
infierno al que acabas por acostumbrarte. Supongo que algunos se creerán
superiores a él porque su cabeza no es una gran lavadora que lo centrifuga todo
como la de Jesús. Me pregunto quiénes
son los locos y quiénes los cuerdos en esta sociedad. Para mí que el mundo está
enfermo de un exceso de cordura. Me pregunté si él no sería uno de esos
bienaventurados de los que hablaba Jesucristo. Y si el reino de los cielos le
pertenecería. Yo lo observaba y algo se me quebró en el alma.
Me acerqué y le dije lo que Matt
me dice cada mañana cuando me levanto. Lo que yo a veces necesito tanto oír.
Solamente le dije: — Jesús, ¿estás bien?
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