domingo, 19 de enero de 2014

CAJONERAS

Mientras pensaba  cuanto tiempo me llevaría abrochar los nueve botones de mi precioso abrigo nuevo de paño, mi padre no parpadeaba viendo la copla. De una cosa  me iba a otra y me encuentro pensando en los genes, esos que compartimos mi padre y yo, que yo la copla ni muerta, pero son casi dos generaciones, moco de pavo. Y cada uno en su campo de batalla pero compartiendo la pasión por la música. Y como si sacase cosas inservibles de una cajonera, van viniendo a mis manos pensamientos entrelazados uno tras otro. Mi padre escuchando un programa de rock en la radio esta mañana, que me he quedado helada, que mi padre es más de copla. Y del hielo me voy a la nieve que está al acecho y luego vuelvo a los diecisiete segundos que tardo en abrocharme el abrigo negro. Negro, como el tatuaje en el dedo de esa persona misteriosa, un anillo para toda la vida, una alianza con la vida. Me imagino que es un tipo duro porque ha estado en varias guerras pero fuma nobel y todos sabemos que no es de tipos duros fumar nobel, si me dices winston bueno, pero nobel. Luego me doy cuenta que el hombre de la barra no me quita ojo. Y pienso en todos esos hombres con diez años más que yo, generalmente divorciados, a los que les pareceré inalcanzable, como las estrellas del firmamento. Inalcanzables, como esos muchachos a los que les saco diez años, que no saben ni que existo. Ellos se conforman con mirarme. Yo me conformo con mirarlos. Todos nos conformamos. Abrocha botones. Desabrocha botones. Diecisiete segundos. Abre cajoneras. Cierra cajoneras.

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