Dedicado a Julio Cortázar.
Cuando te regalan un abrigo por
Reyes también te regalan el miedo a perderlo, a que le caiga un cubata, a que
te lo roben, a que acabe en el suelo de algún pub. Te regalan la manía de compararlo
con otros abrigos, también de paño, negros, austeros, sobrios. La manía de
mirar el precio, en las tiendas, de otros abrigos. El mío es mejor, más barato
y de mejor calidad. O me han timado, mira que ganga, tenía que haber mirado
mejor. Te regalan la necesidad de lavarlo a mano al principio por si destiñe o
se estropea pronto. Te regalan el hecho, casual y posible, de poder confundirlo con otro abrigo y
llevarte el que no es tuyo. Y menudo fraude. Te regalan los diecisiete segundos que pierdes en abrochar
sus nueve botones. En total, treinta y cuatro abrochar y desabrochar. Cuatro o
cinco veces al día. Calcula. Llegados a este punto nos damos cuenta de que el
abrigo no es tu regalo de Reyes sino que tu eres el regalo para el abrigo en
sus Reyes.
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