Bienvenidos a esta humilde morada. Aquí encontrareis poesía, cuentos, citas, reflexiones y pensamientos de Teresa Lao y de otros autores, interesantes para la Maga. Adelante...te estábamos esperando...
jueves, 13 de febrero de 2020
NUESTROS MIEDOS
Cuándo te miro veo miedo.
Cuándo me miras tiemblo de miedo.
El miedo nos paraliza.
Tú miedo y el mío son muy fuertes juntos.
Más fuertes que nosotros dos por nuestro lado.
Nosotros ya hemos perdido todas las batallas.
El miedo venció.
MERCEDES
"A la memoria de Mercedes, una mujer de una gran calidad humana, con la que compartí momentos que quedarán indelebles en mí”
NUNCA SE SABE
Una vez Ella y yo nos fuimos de vacaciones. Ella podría haber sido mi madre. Peinaba canas y tenía los labios tan finos que parecían una línea en el mar. Se los pintaba rojo pasión. Se pintaba los labios. Yo solo me pintaba los ojos. Supongo que nos complementábamos. No la conocía mucho pero las dos queríamos viajar y éramos vecinas. Nos cruzábamos en la escalera y siempre charlábamos un buen rato de cosas intrascendentales. Ocultaba algo tras sus ojos tristes. Siempre me pareció una mujer interesante. La gente solitaria me lo parece. Así que me decidí a irme de vacaciones con una completa desconocida. Las dos queríamos un lugar con mar y que el sol calentase nuestros huesos y tostase nuestra piel. Vivíamos en un pueblo de sierra donde siempre hacía frío, hasta en verano y donde solo había montañas. Queríamos alejarnos de cualquier cosa que se pareciera a lo que teníamos delante de nuestras narices cada uno de nuestros solitarios días. Nos decidimos por San José. Estaba muy cerca pero eso nos daba igual. Las dos andábamos escasas de pasta y nos parecía un sitio idílico. Ella tenía allí una amiga con una casa pequeña que alquilaba en los meses estivales y nos hizo un buen precio. Cuando me recogió me dijo: -¿Nos mudamos a las Bahamas? ¿Para qué tanto equipaje? y sonrió. Yo nunca supe hacer una maleta con lo indispensable. Todo me parecía importante para nuestra aventura. Ella llevaba solo una maleta azul claro pequeña y un neceser. Cuando se sentó al volante y encendió uno de sus cigarrillos negros me pareció que éramos una versión de Thelma y Louise a lo spanish. Me gustó esa sensación. Durante el viaje paramos a echar gasolina y cuando se montó al coche dijo: - Esto es súper importante. Y sacó de su bolso una barra de labios rojo pasión y se los pintó en el espejo retrovisor. - Nunca se sabe - aseveró poniendo el motor en marcha. Se le notaba que le gustaba conducir. Adelantamos varios camiones sin titubear. Su coche se deslizaba con suavidad sobre el asfalto y yo me preguntaba de qué pasta estaría hecha una mujer así.
Llegamos entrada ya la tarde y nos fuimos a dar un paseo por la playa sin
deshacer el equipaje siquiera. Hacía una temperatura muy agradable y no
queríamos perdernos la puesta de sol. Mientras desaparecían tímidamente los
últimos rayos de sol Ella me dijo:-Jo. Hacía mucho que necesitaba esto. Yo
asentí y pensé: "Qué sola ha debido sentirse día tras día en ese piso. ¿Por
qué no habría descubierto yo antes la mujer que habitaba detrás de esos ojos
tristes?
La primera noche la pasamos bebiendo cerveza y charlando. Yo ponía música y
ella me decía: - ¡Pero si te gusta la música de mi época! y se echaba a reír a
carcajadas. La tercera noche me pareció que sus ojos estaban menos tristes. Nos
confesamos todo lo que nos quemaba por dentro sentadas a la mesa de aquella
cocina. Las dos habíamos perdido al amor de nuestra vida. En aquella mala racha
las dos dormíamos con somníferos y a veces ni dormíamos. Nos enseñamos las
fotos de aquella época pasada. Las guardábamos celosamente en nuestra cartera y
a las dos se nos encogía el corazón al mirarlas. Todo eso estaba ahora lejos de
aquel mar que se escuchaba desde la casa pero había dejado huella. -Fumamos
demasiado- le dije yo prendiendo un cigarro. - Estamos de vacaciones. A la
vuelta nos quitamos. La última noche me atreví a decirle algo: - Me hubiera
gustado que hubieras sido mi madre, Mercedes. Y a Ella le resbaló una furtiva
lágrima por la mejilla. No dijo nada.
Cuando recogimos las cosas para irnos
Ella volvía a tener los ojos tristes. Me pregunté a qué lugar hostil volvería.
Yo pensé ingenuamente que todo iba a cambiar. Que se acabarían los días y las
noches solitarias para las dos. Que nunca más volveríamos a ver fotos antiguas
con la desazón de lo que has perdido y nunca más volverá. Que la soledad se
evaporaría. Que las olas del mar de San José se llevarían todo lo que nos
dolía. Que la esperanza sembraría nuestro futuro y que lo mejor estaba por
llegar. Dios tenía otros planes. Como casi siempre que crees que todo está
resuelto por fin. Dios tenía otros malditos planes. El universo me cambió todas
mis putas respuestas.
Ahora, cuando veo el piso de Mercedes cerrado y nadie sale de él se me hace un nudo en la garganta. Dios me cambió todos los planes. Ahora ya es tarde para lamentos. Ahora Ella no está y no puedo dejar de recordarla pintándose los labios de rojo pasión en el retrovisor y diciéndome:
- Nunca se sabe.
CUATROSCIENTOS GOLPES CONTRA LA PARED
Christina y los subterráneos
LA MILÉSIMA VEZ
Justo después de hacer el amor tuve que decirle lo que me reconcomia por dentro.
- Tengo que hablar contigo - dije con todo el acopio posible de mis últimas fuerzas. Él me miró con sorpresa.
- Necesito saber si la puerta está cerrada para poder abrir ventanas que aireen la casa.
- Creí que había quedado claro. La puerta está bien cerrada. - aseguró con una pasmosa calma.
Fue un golpe certero. Creí que iba a desmayarme pero no dije nada. Contuve el aliento. Me levanté de la cama poniendo una mano en mi costado donde había dolido y me fui directa a la ducha. Quise borrar sus huellas y su olor de mi cuerpo. Me quité la pulsera que me regaló y la tiré con rabia al suelo. Era increíble pero no podía llorar. Me habían roto tantas veces mi maltrecho corazón que encajé el golpe y no me derrumbé.
Volví al dormitorio. Él estaba fumando tranquilamente un cigarrillo de marihuana. Me vestí rápido y le dije:
- Quiero que te vayas. Cuando vuelva no quiero que estés en esta casa.
Salí a la calle y el aire frío penetró directo a mis pulmones. Me fui a la calle para borrar su olor, su pulsera, sus cigarrillos de marihuana y las cien noches que pasamos juntos. Quería borrar también mis huellas sobre el asfalto gris. Quería a alguien que me arrancase de cuajo esta pena.
ÉL
cuando todo se me rompe entre las manos.
Él está siempre conmigo
aunque no lo pueda ver.
Él alimenta mi alma
y me procura calor en invierno.
Él siempre fue especial.
Me protege cuando siento miedo
y me susurra:
"Continúa. Tú puedes"
El me alienta,
me alimenta,
me arrulla
y me anima.
En él siempre puedo confiar.
Nunca me ha fallado.
Está muy muy lejos
pero siempre lo siento
aquí conmigo.
Está viviendo en mi interior.
Su luz ilumina mi camino.
Él siempre decía:
"El que pierda su vida por amor
estará siempre conmigo"
EL PRECIPICIO II
Ray Loriga
EL PRECIPICIO
Hay un precipicio de cosas no dichas
entre tu casa y la mía.
Un océano de incomprensión
entre tu continente y el mío.
Hay una brecha llena de pasado
entre tu mano y la mía.
La niña sufre y está asustada.
Y la adulta se cae al precipicio.
Buscó mucho tiempo tu mano
y ahora una brecha
separa tu continente y el mío.
La adulta sufre y está asustada.
El océano las separa.
Un océano insalvable.
Un mar de gestos agrios.
Un océano cubierto de sal y hielo.
Un pasado que se sube a la boca
como la leche agria.
Ahora la adulta no quiere
salvar el precipicio,
ni el océano,
ni un continente entero.
El pasado es demasiado poderoso
y la niña aún sigue asustada.
EL PRECIPICIO
entre tu casa y la mía.
Un océano de incomprensión
entre tu continente y el mío.
Hay una brecha llena de pasado
entre tu mano y la mía.
Un tsunami de decepciones y dolor,
de todo lo que me enseñaste mal
nos distanció.
En mi pecho murió un pájaro
que sobrevolaba los días
que aún había algo
que sonaba a una oportunidad.
La niña que te quería
trata de sobrevivir al tsunami
que tú dejaste a tu paso.
Hay desolación, incomprensión, rencor,
todo un pasado de cosas no dichas,
todo un precipicio de cosas deseadas,
un océano que separa tu vida de la mía
y un tsunami que me coloca lo más lejos posible de tu radio de acción.
ABEL, EL CHAMÁN
Estábamos tomando un té Roibbos en mi casa. Le pusimos un poquito de xilitol. Él conocía mi problema. Mi problema tenía los mismos años que nuestra amistad. Yo le llamaba "mi problema". No quería llamarlo mi enfermedad ni mi dolencia ni nada que agravara el asunto. Él y yo. Me refiero a mi problema y a mí sabíamos que la mente oye todo lo que dices y se lo cree. Por eso ni él ni yo queríamos dramatizar demás. Mi amigo Moisés y yo llevábamos años investigando juntos y probando todo lo que caía en nuestras manos, todo lo que nos recomendaban o cualquier novedad que saliese. Moisés se lo tomaba como si fuese su propio "problema". Era como un hijo de los dos. "Nuestro problema"
Mi problema estaba en mi cabeza. Para cualquier persona hubiera sido una soberana tontería. Para mí (para nosotros) era algo muy serio. Algo de supina importancia. Me condicionaba la vida desde hacía muchos años. Tenía unas horribles jaquecas. Me dolía tanto la cabeza que creía que tenía una bomba dentro de ella a punto de estallar. A veces deseaba la muerte. En silencio. Cuando estaba en la más absoluta soledad. En la más absoluta clandestinidad. Si no hubiera sido por Moisés no sé qué habría sido de mí. Él venía a casa con los ojos inyectados en ilusión. "¡Me han mandado algo nuevo! Dicen que es infalible." Mientras yo me retorcía en el sofá y mordía los cojines. Él dejaba la compra y me abrazaba con lágrimas en los ojos. "Ya verás como esto no falla"
Yo trabajaba en un laboratorio químico. A veces pasaban meses sin molestarme "mi problema". Pero cuando arremetía el dolor era como un martillo de cien toneladas aplastándome el cráneo. Pasaban por mis manos cientos de analíticas de cientos de personas que yo no conocía pero que también sufrían en silencio, en la clandestinidad. Yo analizaba su sangre, sus glóbulos rojos, sus plaquetas. Y esos tubos de sangre me daban ánimos. Veía esos tubos y una llama se avibaba en mi interior. "La ciencia tiene todas las respuestas. La ciencia me curará". Era mi esperanza. Aún quedaba hueco en mi cabeza para la esperanza. Aunque una leve sombra siempre sobrevolaba sobre mi esperanza.
Delante del té Roibbos Moisés me habló de él y yo le escuchaba incrédula.
- Dicen que ha curado a muchos desahuciados. Incurables.- me relataba Moisés con los ojos inyectados de ilusión como siempre.
-¿Es un curandero? Ya sabes lo que yo pienso de eso. - decía yo removiendo el xilitol con la cucharilla.
Yo a veces creía que no volvería. Que "mi problema" se había ido, volatizado, desaparecido de mi vida. Esa tarde yo estaba contenta y creyendo de veras que el problema se había evaporado.
- No pierdes nada. Anda. Por favor.
- No creo en los superpoderes de nadie que no sea la ciencia. - hablaba mi formación científica en Ciencias Químicas. - Lo mismo no vuelve.
- Eso dices siempre. Llevas muchos años así. Tienes que deshacerte de esa esperanza. Esa esperanza te está matando lentamente.
- Será un estafador. - yo seguía en mis trece pero Moisés era más testarudo que yo.
- ¿Qué me dices si te digo que no cobra nada? Te he cogido cita para mañana por la tarde. Tiene mucha lista de espera. Me ha hecho un gran favor. Me ha dicho que tienes que ir tú sola. No me deja acompañarte. ¡No seas tan testaruda! - dijo sonriendo y se abalanzó sobre el sofá para darme un abrazo. No podía negarme. Si no hubiera sido por Moisés yo no estaría viva.
- Dicen que antes era policía y que mató a alguien y dejó el cuerpo de la policía. Pero todo eso no son más que habladurías. Ten fe. Confía.
- ¿Cómo se hace llamar?
- Abel, el chamán.
A las 3 y media de la tarde estaba en la calle "Laguna elevada" a la puerta del número 7 dudando si llamar. Era una casa de planta baja sin terminar. Estaba como dejada a medias. Con el enfoscado de cemento. Sin pintar. Con las jambas de las ventanas aún con los ladrillos sin el acabado. La puerta de madera estaba ajada por el tiempo. No parecía una puerta de una obra nueva ni había ningún timbre a la vista. Me quedé allí varada un buen rato navegando entre mil dudas. De repente la puerta se abrió y salió un niño de unos tres años muy moreno y menudo, con los ojos muy oscuros. No pareció reparar en mí. Sólo llevaba puesto un pantalón corto a pesar de que estábamos en pleno invierno. Tras el niño salió una mujer bajita, también morena, con una falda de colores y supuse que eran sudamericanos. La mujer me sonrió y me dijo: - Abel te espera. Enseguidita lo llamo. Yo no dije una palabra. La mujer se volvió hacia el interior oscuro de la casa y dijo: - ¡Abel! Apúrate, que te buscan. Al momento apereció Abel. Era un hombre menudo como su hijo y los dos tenían los mismos ojos oscuros. Parecía un hombre desvencijado como la puerta de madera. Me pareció un hombre de campo. No supe calcularle la edad pero aparentaba más de la que tenía, sin duda. Tenía unas arrugas profundas que le cortaban la cara y su piel estaba quemada por el sol. Cuando me echó la mano para presentarse la tenía encallecida y eran unas manos robustas y muy grandes. - Abel. A su servicio, señora. Me extrañó que me llamara señora cuando yo era al menos 20 años más joven que él. Cuando me estrechó la mano fuertemente sentí un calor extraño en mi mano izquierda y mi mano derecha que no lo había tocado se contagió del calor. Estábamos a mitad de Diciembre y aunque era mediodía el sol estaba escondido detrás de unas gruesas nubes. Al mirar a ese humilde hombre y a esa humilde casa me tranquilizé un poco.
- Pase, señora - dijo Abel como si él fuese parte del servicio de esa casa y yo la dueña.
Pasamos a un exiguo salón con unas cortinas estampadas y pocos muebles. Una mesa camilla y dos sillones de escay. Sofá no había. No hubiera cabido. Fui a sentarme y Abel me dijo: - No. De pie, señora. Se colocó frente a mí muy serio. Puso su dedo pulgar sobre mi frente, un poco más arriba de donde se juntan las cejas. "El tercer ojo" pensé yo. Había leído ese libro de la historia de un Lama. - Tienes el aura azul oscuro - dijo Abel y por primera vez no me dijo "señora".
- ¿Cuándo empezó el dolor?
- Con la primera regla - dije yo. - Has tenido una transición difícil de la niñez a la madurez. Te quedaste atrapada en la cabeza de una niña. Entonces me cogió las manos entre las suyas y volví a sentir ese calor. Abel cerró los ojos. - Te gusta la vida sin alarmas ni sorpresas y sólo crees en lo que ven tus ojos. Pero no importa. Yo guardé silencio y también cerré los ojos imitándolo. Soltó mis manos y me dijo: - Ya está. El dolor se ha ido para siempre. Bienvenida al mundo de los adultos. Yo no sabía si creerle. - ¿Te puedo hacer una pregunta? - me atreví a preguntar.
- Claro, señora. Lo que quieras. - ¿Tienes súper poderes? - No, señora. Yo solo tengo energía y la transmito a sus chacras. ¿Sabe usted lo que son los chacras? Yo tenía una leve idea. - Sí. Supongo que sí. - Sus chacras estaban estancados. No quería usted dejar de ser una niña y por sus chacras no fluía la energía. Yo se la he devuelto. - ¿Te puedo hacer otra pregunta? - Claro, señora. Lo que quieras.- volvió a repetir ufano. -¿ Es cierto que mataste a un hombre?. Sobre sus ojos cruzó una sombra y casi me arrepentí de mi atrevimiento. - Fue un accidente. Él no debía estar allí. Yo no debía estar allí. Él no debió morir. Y clavó sus ojos oscuros en el suelo de cemento sin baldosas del salón. Me dio tanta pena que me acerqué a él y le di un abrazo.
- Gracias. Seguro fue un accidente. Son cosas que pasan. No hay que darle vueltas.
De esto hace 7 años. El martillo de cien toneladas aplastándome el cráneo desapareció para siempre. Tuve que darle la razón y las gracias a Moisés. A veces pienso que fue casualidad. Mi esperanza me sigue nublando la mente. "Mi problema" se evaporó como el agua de las lagunas que se secan. En las Navidades siempre voy a la casa de Abel y les llevo regalos y comida. La casa sigue a medio terminar siempre que voy. Es la casa que nunca termina de construirse. El día que terminen de construirla, Abel, el chamán, habrá perdido el poder de sus manos y su energía se habrá volatizado como mi esperanza.
DESPERTARES
Era más delgada que el humo. De perfil palidecia. Yo intentaba por todos los medios traerla de nuevo al mundo de las nubes y que abandonase el mundo prozac. Una noche le puse "Hurt" de Johnny Cash y se echó a llorar. Me dijo: - Yo también me heriria a mi misma para saber que puedo seguir sintiendo algo, para saber que sigo viva. Quizá fue terapia de choque. Ella era tan tan sensible que una leve brisa de viento la hubiese herido. La abulia la mantenía paralizada. Era una flor que se estaba marchitando a la intemperie. Ella luchaba contra el viento, la lluvia y todos los agentes atmosféricos. Llevaba tanto tiempo sin hacer el amor que había olvidado lo que era una piel tibia. La anhedonia le había usurpado su derecho a expresarse, su derecho a decir lo que quería, su derecho a coger los mejores bocados de la vida, a beberse los mejores vinos porque la vida es tan corta y tú tan linda. El brillo de sus ojos se había convertido en una sombra oscura bajo sus párpados, en unas eternas ojeras que ni con corrector.
Pero al igual que la muerte te va consumiendo poco a poco, la vida llega de repente y, de repente fue como ella despertó a la primavera. Todas esas manifestaciones coincidieron con su despertar. Las veía por la tele y se sentía en sintonía con esa rabia acumulada, con ese fragor estrepitoso y radiante como una llama. Fue el amor lo que la despertó de su soporífero sueño. El le dijo algo así como: - Tienes los ojos más bonitos que he visto nunca. Te invito a un trago. Y ella se dejó llevar. Se subió en su moto arrastrada por un sentimiento desconocido como el que emprende un largo viaje sin billete de vuelta y se agarró a su cintura como a un madero en mitad del mar. En un abrir y cerrar de ojos estaba con él en la cama de un hotel barato y ella se sentía en territorio desconocido. Le dijo: - Dime que me quieres aunque sea mentira. Y él mintió mejor que nunca. Interpretó el papel de su vida. Ella respondía a esa pasión desmedida. Su cuerpo crepitaba y se retorcía de placer. Era como si otra mujer hubiese ocupado su lugar. Una usurpadora. Una mujer que ella desconocía y que había aflorado a la superficie. Su piel era terciopelo azul. La tibieza de sus bocas se encontraba en los recintos cerrados que conducen a esos lugares laberínticos donde una niebla espesa lo confunde todo. Su amor estaba prohibido y saber que duraría lo mismo que una puesta de sol le hacía agarrarse a ese madero flotando en mitad de la nada como si le fuese la vida en ello. En cada mordisco, en cada beso, en cada caricia y en cada arrebato de locura estaban contenidos todos esos años de muerte en vida. Fue como si el tiempo se hubiese detenido en un segundo infinito. La desconocida había vuelto de un largo viaje a los infiernos y estaba en la ducha de un hotel barato con un hombre desconocido. Ese solo pensamiento le puso la piel de gallina. Le dio miedo que no fuese ella la que estaba allí, que todo fuese una alucinación muy real.
El trapo volvió a estar húmedo y no había llovido aquella tarde. El cielo estaba oscuro, cargado de nubes negras que vaticinaban lo peor. Él la dejó a dos calles de su casa y se perdió con la moto entre los demás coches. Ella se quedó de pie sin poder moverse. Mirando como desaparecía por su calle aquel hombre que la había devuelto a la vida. Aquel hombre imposible de amar. Imposible de olvidar. Imposible de conservar. Pero no estaba segura si era ella o la otra la que se quedó media hora plantada en la calle esperando algo. Con el pelo revuelto, con el rímel corrido, con las piernas temblando. Ya nada podría ser igual que antes. El que abre los ojos no puede volver a cerrarlos. Cuando la volví a ver no sabía si era mi amiga. Las ojeras habían dado paso a un brillo en los ojos inesperado. Sonreía como hacía años no la había visto sonreír. Superó su pudor y nos bañamos desnudas en el océano en pleno mes de febrero. Me la habían cambiado sin duda. Brindamos con un Bourbon por su despertar a la vida en la terraza de su bar favorito.
- Qué bien. Qué bien que la muerte sea un sueño y la vida lo que se te evapora entre los dedos al amanecer - me dijo mientras volvía la cara con estupefacción al ver pasar a un motorista veloz como un rayo. Como el rayo que te cae encima y te parte en dos.
SONRISAS ENLATADAS
me recuerdan el hueco de mi alma.
A él le gustaban las risas enlatadas,
la música enlatada y
la felicidad enlatada.
Ese mundo ficticio
que encierra esa caja
era todo su mundo.
Hoy esas sonrisas enlatadas
me recuerdan los huecos de mi corazón.
Me parece tan triste
esa felicidad de Photoshop y mentira.
Me parece tan triste
como los árboles de plástico de la Navidad.
Me parece tan triste
como un pájaro en una jaula.
El hueco del que se fue para siempre.
El hueco del que se fue de tu lado.
El hueco del que decide dejar de amar.
Toda mi vida está llena de huecos.
Mi corazón es una especie de colador
en esta Nochevieja
de sonrisas enlatadas,
barbas de cartón piedra,
músicas pegadizas
y mentira maquillada.
NAFTALINA
Huele a naftalina tu ropa y tu cuello.
Huele a palabras dichas hace milenios.
Huele a tierra mojada.
Esta lluvia que cae con parsimonia
me cala los huesos.
Chispea en tus armarios
llenos de ropa vieja
que huelen a cerrado y humedad.
Hace años que vi esa película
y me vuelve a oler a lo mismo.
No hay nadie a quien echarle la culpa.
Solo un olor muy fuerte
que casi no puedo soportar.
Llueve sobre mi
y la peli ya la vi hace milenios.
Me sé el final.
El argumento no era gran cosa.
Mi personaje estaba logrado.
Al final de la peli cae una tormenta
y alguien se baja del coche.
Es nochevieja.
Y huele a naftalina
cuando saco mi vestido
del arcón.
Es nochevieja.
El final de la peli era bastante previsible.
Mi personaje actuaba bien.
Las tormentas ya no me pillan desprevenida.
Mis vestidos huelen a naftalina.
Os soy sincera.
No tengo nada nuevo que contar.
LA CASA DE MIMBRE
cosido de cicatrices,
que era un hombre solitario
y que su casa era de mimbre.
Me resultó extraño que mintiera,
que nos mirase con admiración
y que un hombre tan solo
quisiese matar su soledad con nosotros.
Tenía heridas en sus dedos,
no cicatrices.
Tenía unas botas nuevas
pero baratas.
Tenía un bigote
postizo.
Vivía en el centro
y mintió cuando dijo
que le gustaba estar solo
en su casa de mimbre.
Me lo imagino
con sus muebles de mimbre,
con sus manos de mimbre,
con su corazón de mimbre
latiendo despacio
mientras toca el piano
con sus amantes de mimbre.
Le miré a los ojos
cuando nos despedimos
y supe que no mentía.
Vivía en una casa de mimbre
porque no quería más cicatrices.
Me dijo clavandome sus ojos:
-Lo creas o no...
las cicatrices no son de mimbre.
LOS SILENCIOS DE MI PADRE
Ahora me gustaría mucho desvelarme mientras me contaria sus historias. El ruido de la casa se hace insoportable. Echo de menos el silencio que él construyó. Echo de menos sus manos robustas y cómo adoraba las fresas con nata. Me pregunto si la vida le pasó de largo. Cuántos amaneceres contempló. A cuántas mujeres amó. Cuánto soñó despierto y cómo de libre llegó a ser.
Papá, te echo de menos.
TÚ Y YO
una autovía de 7 carriles.
Dos exploradores perdidos de noche
en mitad de una selva llena de peligros.
Dos desertores de la guerra.
Dos extraterrestres en la Tierra.
Dos excursionistas en la Antártida.
Sin provisiones. A 23 grados bajo cero.
Sin guía y sin brújula. Rodeados de hielo abrasador.
Dos refugiados en un país extraño
que desconfía de nosotros.
Dos piedras en mitad del desierto
cobijando a un escorpión.
Dos animales heridos que muerden
la mano que les da de comer.
Dos perros apaleados.
Dos náufragos del Titanic.
Imposible...
Cruzar la autovía con vida.
Resistir el frío.
No morder la mano.
Volver a Marte.
Matar al escorpión.
Encontrar la brújula.
Ganar la guerra.
Ganarse la confianza.
Ganarse el pan.
Quizá olvidamos la primera ley de Murphy:
"Si se encuentra usted en un hoyo deje usted de cavar"
A PIE DE CALLE
CREDO
miércoles, 12 de febrero de 2020
EL HOMBRE INVIERNO
Si conocieras al hombre invierno estoy segura de que querrías que te invitase a un coñac en su cabaña.