"Cuatrocientos golpes contra la pared han sido bastantes para aprender a encajar con gracia y caer de pie"
Christina y los subterráneos
LA MILÉSIMA VEZ
Justo después de hacer el amor tuve que decirle lo que me reconcomia por dentro.
- Tengo que hablar contigo - dije con todo el acopio posible de mis últimas fuerzas. Él me miró con sorpresa.
- Necesito saber si la puerta está cerrada para poder abrir ventanas que aireen la casa.
- Creí que había quedado claro. La puerta está bien cerrada. - aseguró con una pasmosa calma.
Fue un golpe certero. Creí que iba a desmayarme pero no dije nada.
Contuve el aliento. Me levanté de la cama poniendo una mano en mi
costado donde había dolido y me fui directa a la ducha. Quise borrar sus
huellas y su olor de mi cuerpo. Me quité la pulsera
que me regaló y la tiré con rabia al suelo. Era increíble pero no podía
llorar. Me habían roto tantas veces mi maltrecho corazón que encajé el
golpe y no me derrumbé.
Volví al dormitorio. Él estaba fumando tranquilamente un cigarrillo de marihuana. Me vestí rápido y le dije:
- Quiero que te vayas. Cuando vuelva no quiero que estés en esta casa.
Salí a la calle y el aire frío penetró directo a mis pulmones. Me fui a
la calle para borrar su olor, su pulsera, sus cigarrillos de marihuana y
las cien noches que pasamos juntos. Quería borrar también mis huellas
sobre el asfalto gris. Quería a alguien que
me arrancase de cuajo esta pena.
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