Él comía siempre en silencio y muy despacio. A él nada le ponía
nervioso. Él era la calma y la quietud. Era la paz hecha carne. En las
nochesbuenas, en las noches de paz él brillaba en silencio como las
estrellas. Ahora él es una estrella y cuando miro el cielo
desde la terraza lo veo a él brillando en la inmensidad. Su silencio ha
dejado un hueco que no puede llenar toda la música del mundo. Recuerdo
cuantos silencios compartí con él y en todos ellos sobraban las
palabras. Solo había que mirarlo a sus hermosos
ojos azul grisáceo para descubrir cuanto amor había en su corazón. Me
ha dejado cubierta de un manto de amor. Cuando llegaba tarde por la
noche me asomaba sigilosa a su dormitorio y si estaba despierto le hacía
una tila y compartíamos el silencio de la noche
que siempre rompía yo diciendole: - Papá, cuéntame cómo se vivía cuando
tú eras joven. Me relataba alguna historia y luego me decía:
-Acuestate, Mari Tere, que nos desvelamos.
Ahora me gustaría mucho desvelarme mientras me contaria sus historias.
El ruido de la casa se hace insoportable. Echo de menos el silencio que
él construyó. Echo de menos sus manos robustas y cómo adoraba las fresas
con nata. Me pregunto si la vida le pasó
de largo. Cuántos amaneceres contempló. A cuántas mujeres amó. Cuánto
soñó despierto y cómo de libre llegó a ser.
Papá, te echo de menos.
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