El hombre invierno siempre llega cuando menos te lo esperas.
Se calienta con fuego y vive en una cabaña. Al hombre invierno le faltan días
en el calendario y se baña desnudo en un río que hay cerca de su cabaña.
Incluso en invierno. Incluso cuando nieva. Dice que eso lo mantiene vivo. El
hombre invierno nunca olvida su primer amor y recoge leña al amanecer con la
única compañía Ronnye, su fiel pastor alemán. El hombre invierno saborea su
soledad los días de lluvia y bebe coñac sobre una mesa de madera construida por
él mismo. Es habilidoso con sus manos y con las caricias. Le gusta vivir solo
en su cabaña cerca del río.
El hombre invierno sabe quién eres la primera vez que te ve aunque casi nunca recibe visitas.
El hombre invierno calza botas, habla poco y llora cuando nadie lo ve. Al
hombre invierno le gustaría verla desnuda sobre su alfombra pero no se atreve a
decirlo. Lo piensa cuando habla con Ella y la mira a los ojos pero no se
atrevería a decirlo ni por todo el oro del mundo. Es un hombre reservado. No le
gusta hablar de sus sentimientos con nadie. Se lo guarda todo dentro y, a
veces, le quema como el coñac en la garganta.
Al hombre invierno todo le sabe a derrota pero vuela alto al
ponerse el sol. El hombre invierno odia el verano y le gusta que salga vaho de
su boca. Los días de tormenta calienta café y se lo toma solo. Sin una pizca de
leche. Sin una pizca de azúcar. A veces creé oír un ruido fuera, en la noche
cerrada. Ronnye empieza a ladrar. “Buen chico” le susurra. Se acerca a la
ventana y frota el vidrio con la manga de su jersey de lana para quitar el vaho
y poder ver si son los faros del coche de Ella. Fuera sigue lloviendo. Será un
pequeño zorro, piensa para sí. Luego coge un libro de la estantería también
fabricada con sus manos, acaricia a Ronnye y se va a otro lugar aunque su
cuerpo siga sentado en la silla de madera. Le gustan los libros de aventuras.
Al hombre invierno le hubiese gustado viajar pero siempre ha vivido en su
pequeña cabaña. Sueña con los fiordos noruegos o los volcanes de Rekiavik.
Cuando está de buen humor el hombre invierno canta bajo la
ducha algún viejo tema de jazz. Sale del baño con el pelo mojado, se sirve un
coñac y se dispone a recortarse la barba. El hombre invierno es presa del
insomnio las noches de luna llena. Se
levanta a media noche y se sienta a la mesa de madera hecha por él mismo.
Ronnye duerme plácidamente. Saca un viejo bloc con gruesas hojas y dibuja lo
primero que le viene a la mente. A veces el cuerpo de Ella desnudo sobre la
alfombra. A veces un barquito que zozobra en mitad del océano. A veces una
pequeña cabaña perdida en un bosque cerca de un río. Guarda el bloc y se va a
la cama. “La luna está tan bonita allá en el cielo. Qué noche del demonio”
Cuando el hombre invierno está triste y se siente solo agarra
fuerte su guitarra con sus dos robustas manos y toca algún tema de Bob Dylan.
Eso le cura un poco las heridas. Ronnye lo escucha con esa plenitud del que
sólo tiene ahora. Las notas salen de su cabaña y van a perderse al bosque donde
nadie las oye porque no hay nadie a 7 kilómetros a la redonda. Nadie excepto los viejos álamos, los vencejos
o algún zorro.
Si conocieras al hombre invierno pensarías como yo: que todo
le cabe en una pequeña maleta. Que el coñac nunca es suficiente. Que le
gustaría verla desnuda. Que nunca tiene frío. Que te conoce de toda la vida
aunque nunca te haya visto. Que llega cuando menos te lo esperas.
Si conocieras al hombre invierno estoy segura de que querrías que te invitase a un coñac en su cabaña.
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