jueves, 20 de diciembre de 2018

TODOS SOMOS UNO


Todo comienza cuando el hombre antorcha entona una canción azul.
Ella levita dos palmos del suelo.

Tú cantas.
Ella vuela.
Tú cantas.
Ella se hunde en la profundidad de su pelo.
Tú cantas.
El humo, las confesiones y las risas fluyen como la cerveza por sus venas.
Tú cantas.
Ella renace como el ave fénix.
Tú cantas.
Ella baila una danza tribal con la luna.
Tú cantas.
Las almas se funden en un abrazo y los cuerpos estorban.
Tú cantas.
Ella se fija en la perfección de sus dedos y enmudece de pronto.
Tú cantas.
Ella cierra los ojos y siente sus manos tibias.
Tú cantas.
El águila se eleva y surca el infinito.
Tú cantas.
Ella se despoja de la corteza y
respira hondo contando hasta 5.
Tú cantas.
Ella tiembla cuando contempla el océano en sus ojos.

Él lleva escrito en la piel
“Todos somos uno fluyendo con amor infinito”

Tú cantas y
Ella levita, enmudece, sonríe, conecta,
fluye, siente, olvida, respira, se eleva,
se fija en la perfección de sus manos,
le mira a los ojos
y Dios sonríe en el cielo.

martes, 18 de diciembre de 2018

TODO LO QUE ME DEVUELVE BILLIE HOLIDAY


Billie Holiday vuelve a mí 13 años después.
Me siento tan plena como en aquel momento.
La vida te lo devuelve todo.
No se queda con nada tuyo.
La vida te devuelve lo que te arrebata.

Billie Holiday vuelve a mí.
Y creo que yo vuelvo a ella.
Cerramos círculos.
Avanzamos en espiral.

El hombre sentado al piano
tiene los ojos rojos
y le escuecen los dedos.
Teme fracasar.
Billie Holiday tiene mucho que contar
y vuelve a mi vida para contármelo al oído.

No creas todo lo que dicen sobre ella.
No creas todo lo que dicen sobre mí.
Mi déficit de pragmatismo es un escollo.
Mi falta de tolerancia a la frustración me desalienta.
Sus carencias afectivas la destruyeron.
Las dos nos apoyamos en falso.

El hombre sentado al piano,
Billie Holiday
y la muñeca de Kafka
me recuerdan
que todo lo que te arrebate la vida
te lo devolverá de otra forma.
Estate atento.

He vuelto 13 años después,
con 13 años menos.
Y la vida me lo ha devuelto todo.

domingo, 18 de noviembre de 2018

LA RULETA RUSA


Estoy en una habitación casi a oscuras. Cuelga del techo una bombilla incandescente y desnuda que vierte una luz amarillenta sobre el habitáculo. Estoy sola pero noto la presencia de algo o alguien. No puedo ver muy bien mi entorno. Me encuentro sentada en una silla y delante tengo una mesa redonda de madera oscura, vieja, sucia y desvencijada por el tiempo. Alcanzo a atisbar que las paredes son ocres y tienen muchos desconchones. No encuentro ninguna ventana a la vista y tampoco puedo saber si es de día o de noche. Voy vestida de negro. Mallas negras, camiseta negra de tirantes y botas negras. Hace un poco de calor y el aire es pesado y húmedo y está como estancado. Sobre la mesa hay un revolver pequeño. No entiendo nada de armas así que no puedo saber qué tipo de revolver es ni si es de buena o mala calidad. Me pregunto de quién será y qué hace allí. La curiosidad me empuja a acariciarlo suavemente. Está frío como la hoja de un cuchillo. Lo cojo entre mis manos. Pesa mucho para lo pequeño que es.

De pronto escucho el sonido de una puerta que se abre. El sonido de unos pasos llega amortiguado. Noto la presencia de alguien que se acerca a mí y al que aún no puedo ver. Me llega olor a tabaco y una nube de humo tras la que se aprecia una figura humana. Se detiene enfrente de la mesa y a la luz de la macilenta bombilla empiezo a escrutarlo. Yo aún sostengo el pequeño revolver entre mis manos y tengo un poco de miedo. El hombre es probablemente de mi edad, alto, medirá un metro noventa. Tiene las facciones de la cara orientales y como de mujer pero se esconde los ojos tras unas gafas de sol negras. Lleva un traje negro muy elegante y corbata azul oscuro. Me parece sin dudad muy guapo. Él le da una calada a su cigarro, suelta el humo muy despacio y me dice “Es la hora” No sé a  qué se refiere. No conozco de nada a ese hombre. “¿Estás preparada?” repite.

No sé qué hago en esta habitación. Si es una pesadilla quiero despertar. Él se sienta y saca del bolsillo de su americana una bala reluciente. “Esto es para ti”. Y deposita la bala sobre la mesa. Lo miro y pienso en apuntarle con el arma pero me doy cuenta que no sé usar un arma, nunca he disparado y además caigo en la cuenta de que no sé si está cargada. Por mera intuición y por haberlo visto en las películas abro el tambor y veo que no hay balas. El hombre apaga su cigarrillo en el suelo y se quita las gafas de sol. Ahora me doy cuenta de qué me sonaba su cara. Es idéntico a Murakami cuando tenía mi edad. Dejo la pistola sobre la mesa y me dispongo a levantarme para irme pero no puedo. Mi cuerpo no obedece a mi cerebro y pienso que debe ser una pesadilla.

En ese momento agarro la bala que hay sobre la mesa y cargo la pistola. Apunto al hombre que se parece a Murakami y le digo “Se ha acabado el juego”. Él no se inmuta y saca un paquete de cigarrillos del bolsillo de su americana y enciende uno con un encendedor dorado que me parece que debe ser muy caro. Me mira durante largo rato. Yo sigo apuntándole y me cae un sudor frío por la nuca. “El juego acaba de empezar” me susurra muy bajo. Esboza lo que parece una sonrisa y me echa el humo a la cara con desprecio. De pronto una fuerza sobrenatural hace que me lleve el cañón de la pistola a mi sien derecha y apunte a mi cabeza. Estoy muy asustada. No sé por qué hago eso. Quiero despertar de esta pesadilla. Estoy a punto de apretar el gatillo y no puedo contenerme. Sólo hay una bala pero podría tocarme esa bala y morir instantáneamente. Detengo la respiración y aprieto el gatillo. Sigo con vida. Me quedo exhausta.

Vuelvo a abrir el tambor por un mandato superior que me obliga a hacerlo, lo hago girar con el mismo protocolo y coloco la bala en otra posición. Me doy cuenta que estoy jugando a la ruleta rusa y  que una fuerza sobrenatural me obliga a continuar con el juego. Vuelvo a repetir la escena. Me apunto a la cabeza y aprieto el gatillo. Sigo con vida. El hombre que se parece a Murakami me mira y me dice “Eres una chica con suerte” y de nuevo parece que esboza una sonrisa. No puedo apuntar al hombre ni levantarme y salir corriendo. No sé por qué no puedo. No sé qué me lo impide. El hombre vuelve a decirme “Pero la suerte se acaba tarde o temprano” Y entonces comienzo otra vez con este juego demencial con la muerte y abro el tambor con las manos temblándome, le doy una vuelta y lo cierro con un chasquido. Apunto de nuevo a mi sien, me late fuerte el corazón y me sudan las manos. Se hace eterno ese segundo. Oigo un estruendo y solo veo una oscuridad espesa y profunda que me rodea.

La oscuridad continúa. Escucho voces y el sonido intermitente y metálico de una máquina que parece ir acompasada con los latidos de mi corazón. No sé qué ha pasado. La habitación se ha desvanecido. No sé dónde estoy. Me quema el pecho. Las voces me son familiares. Son mi padre y mi hermano pequeño. Escucho el sonido de una puerta y digo: “¿Se ha acabado la ruleta rusa?” Me llega amortiguada una voz que me parece la de Murakami diciendo: “Soy el oncólogo que la ha operado. Todo ha salido bien. Es normal que ahora esté delirando. Es por el efecto de la anestesia” “¿No era todo un juego?” digo susurrando con una voz que sale de las profundidades y va a parar a las profundidades del abismo de la oscuridad que me envuelve. 

LA FRAGILIDAD DE LA FELICIDAD


Imagínate por un momento un jarrón de porcelana china entre los dedos torpes de un niño. Tardaría unos instantes en hacerse añicos. Así es a veces la felicidad. Frágil. Muy frágil. Como reza el letrero en una de esas cajas que contiene cristal de Murano.

Es un día perfecto con el cielo azul de una postal, con el sol centelleando allá en el cielo y a la tarde unas tímidas nubes empiezan a aparecer. Antes de darte cuenta las nubes se convierten en nubarrones oscuros y una gran tormenta se presenta sin previo aviso. Así es nuestra felicidad. Amanece perfecto el día, todo son muestras afables, un día de helado de chocolate y caramelo de miel. Un día de jardín de infancia, pelota y risa incontenible. Un día de cuento y de polaroid, de felicidad fotogénica, de peli de final feliz. Y en un momento llega la palabra agria, mal dicha o mal entendida, con o sin intención. Llega la mirada airada o una llamada inesperada con malas noticias. Y la fragilidad de tu felicidad se hace carne y se presenta en tu casa vestida de luto para hacer añicos la alegría. Y olvidas la foto polaroid en el cajón de la cómoda y la pelota en el jardín de infancia y el sabor a caramelo de miel en tu boca. 

Si tu felicidad es de estas características has dejado un jarrón chino muy caro en manos de un niño de tres años. Haz que tu felicidad sea fuerte como un roble y flexible como un junco para que no se rompa, centrándote en tus momentos felices y olvidando la hiel y el sabor amargo o la mirada agria. La felicidad es breve y fugaz, algo efímera. No se deja atrapar ni fotografiar. Atesora tus momentos felices y guárdalos en una pequeña caja de madera de ébano con incrustaciones de nácar. Y, por favor, no pongas los jarrones de porcelana china al alcance de los niños.

EL CAFÉ PERFECTO


Ahora pienso que las cosas podían haber sucedido de otra manera. Ahora sé más cosas. Quizá sea más viejo, tenga menos prisa o piense menos. La primera vez no conocía el barco en el que viajaba. La segunda vez fui sin equipaje. Ella me miró con esos dos ojos tan grandes abiertos de par en par por la sorpresa y yo no supe qué decir. Tomamos un café en la estación de Lyon y yo adiviné que estaba hecho con amor, el ingrediente indispensable. Ella me dijo una vez que nadie hacía el café mejor que yo. Y lo pensaba de verdad porque ella no sabía mentir. Sólo me mintió una vez. Cuando yo le pregunté si quería quedarse a vivir en ese precioso pueblo de la campiña francesa, junto al mar. Marsella estaba en los confines de mi mundo y los dos fuimos muy felices en aquel pueblo. Aunque si he de ser sincero mi mundo es bastante pequeño. Cabe en una maleta mediana. De la marca que sea. Si alguien se adueñara de esa maleta se podría hacer pasar por mí y quedarse a vivir en Marsella con ella. Escalofriante no? A mí me lo parece.

Una vez soñé que me despertaba en una casa extraña y una desconocida me traía un vaso de vino para desayunar y me dejaba solo en el dormitorio. Luego me llegó un olor nauseabundo, reuní fuerzas y salí. Me encontré a la misma mujer desnuda danzando en mitad de un mar de mierda. Cuando me desperté se había roto un desagüe y la mierda había inundado toda mi casa. Si algo que ocurre en la realidad puede adueñarse de mis sueños, ¿por qué no alguien que se adueñe de mi maleta no podría sustituirme sin que nadie notase la diferencia? Me parece tan posible y tan escalofriante como mi sueño. Por eso la segunda vez fui sin maletas. Temía perder mi maleta y que me sustituyera el impostor.

Ella no puso azúcar en el café y yo pensé que ahora la impostora era ella porque siempre tomaba azúcar con una pizca de café. Empecé a pensarlo en serio y quise mirar si seguía en su espalda la mancha de nacimiento. Pero no podía averiguarlo en mitad de aquella cafetería. Necesitaba desnudarla y si luego era cierto que no tenía la mancha del tres sería difícil salir de una situación tan embarazosa.

Quizá no debí contarle aquel sueño. Quizá averiguó lo de la maleta. Ahora no paro de darle vueltas a que las cosas podrían haber sucedido de otra manera. Soy más viejo pero sigo cometiendo el error de narrar mis sueños. Tengo menos prisa pero salí de aquella cafetería sin pagar y dejé plantada a la chica de mis sueños. La que me ofrecía vino para desayunar y danzaba en mierda con naturalidad. Y aunque piense menos sigo haciendo las cosas por impulsos. Eso sí. A la hora de hacer café por las mañanas siempre he odiado que la gente le ponga más de una cucharadita de azúcar.

AHORA


“Ahora traes la lluvia
y aunque ya no tenga edad,
me desvisto en la tormenta,
grito tu nombre en la calle”.
Ismael Serrano

AHORA
Ahora,
que conseguí desnudar mis dudas
y amordazar todas mis penas.
Ahora,
que dejó de congelarse el júbilo
y el invierno pasó de largo.

Ahora,
que construí una fortaleza
cuyo soberano era el entusiasmo.
Ahora,
que dirigiste tus pasos hacia el mar
y encerré todos mis fantasmas en las mazmorras.

Ahora,
que empezaba a hacer amigos en esta cárcel
y vuestra condena al ostracismo dejó de importarme.
Ahora,
que dejé de soñar con gusanos
y conseguí pronunciar mi nombre.

Ahora,
que con tanto esfuerzo,
dejé de dormir con la luz encendida
y me olvidé de vomitar monstruos.
Ahora,
que la desidia tomaba otro camino
y el dolor era un sueño lejano
y tú me enseñabas las constelaciones una por una.

Ahora,
que me vestía de domingo todos los días
y tú me hacías una oferta irrechazable.
Ahora,
que las noches eran eternas
y empezaba a dominar el gíglico.

Ahora,
que tomábamos duchas bajo las farolas
y los botones cedían,
y no me importaba que hubiera manchas,
y el sol me pedía permiso para salir.

Ahora,
sí,
precisamente ahora…
tengo que abandonar mi fortaleza
y mudarme a otro planeta
donde las leyes de la gravedad
no obedecen a los hombres.

sábado, 15 de septiembre de 2018

EL MUNDO MURAKAMI


Me gustaría vivir siempre en el mundo pájaro. En el mundo 1984 donde hay dos lunas. A veces entro a ese mundo por una puerta oculta para los que viven en el mundo ordinario. La puerta cambia cada vez de sitio y hay veces que está mucho tiempo sin aparecer y pienso que me he quedado atrapada en el mundo jaula. Pero la puerta aparece cuando menos me lo espero.  Se desdibujan las formas precisas del mundo real y aparece la otra dimensión. Cambia de sitio. Cambia de hora. Cambia el día. Pero ahí está la puerta inmutable. Esperando que agarre su pomo de cedro y lo gire y se esfume el mundo real.

 Me arrastran las fuerzas al mundo gris y yo me quiero quedar en el mundo alas, visitando de vez en cuando al hombre que le da cuerda al mundo. No me da miedo la oscuridad que envuelve el mundo Sleepify. Los dos mundos conviven en aparente armonía y entro y salgo de uno a otro como un pez entra y sale de las profundidades de los océanos a la superficie. Cada mundo tiene sus propias leyes y yo las respeto como puedo.

El mundo luciérnaga está en el ojo mágico de la dimensión oculta bajo tu alfombrilla de hacer yoga; cuando entornas los ojos y crees flotar. Está en los rayos de sol que se cuelan entre los bosques y en el silencio de la noche en calma. A veces la puerta es la música y otras veces una conversación. También puede ser  una persona  a quien nunca has visto pero que sabes todo de ella o  alguien a quien imaginas o un sueño muy real.  Y de cuando en cuando es un libro o un poema. La puerta se abrió un día y siempre estoy con el temor de que desaparezca.

En ocasiones me cuelo como un turista en el mundo Murakami  y allí el dinero no tiene ningún valor. Es un mundo sin peluquerías ni tintorerías. Aunque no es del todo cierto. Si las hay pero son distintas  a las del mundo que tú conoces. No podría explicarlo ni en mil páginas. El mundo del que hablo es un mundo tren, un mundo estación, un mundo puesta de sol. El otro mundo es el mundo Prozac y el mundo preocupación. A veces  sueño despierta que me quedo a vivir en el mundo nube pero recuerdo que mi padre está viviendo en el mundo real y me da miedo no volverlo a ver. La puerta vuelve a aparecer ante mí. Salgo del mundo mariposa y entro al mundo de la prima de riesgo. No me apetece. Suspiro y agarro el pomo de cedro con fuerza.

EL SILENCIO DE DIOS

Los días que está nublado, cuando paseo por la calle, miro el cielo y se me antoja que se me a caer encima. Las nubes son  todopoderosas como Dios. Parece que Dios se esconde tras ellas y quiere decir algo pero se queda callado y es un silencio incómodo. Se puede cortar la tensión con un cuchillo de porcelana los días grises. Quizá sea porque Dios nos amenaza con una tormenta. Y la lluvia es su manera de hablar. Pero si Dios está callado y no llega la tormenta se hace imposible interpretar su silencio.


Los días nublados y amenazantes cojo por la vereda de las acacias y allí se recorta el cielo entre los árboles. Es tranquilizadora esa imagen. Luego subo las escaleras y me dirijo a la plaza de la Concordia. Esa plaza dura y seca. Sin árboles y, la mayoría de las veces, sin gente. Ese espacio amplio y diáfano salpicado de farolas y bancos me deja muda como el cielo. Allí miro las nubes y es espectacular. Me quedo pasmada. Surcan el cielo algunos pájaros pero no sabría decirte de qué especie. Me gustaría preguntárselo al hombre que le da cuerda al mundo pero él aparece siempre cuando menos me lo espero. Nunca puedo llamarlo cuando tengo una pregunta que sé que él me resolvería en un abrir y cerrar de ojos. Quizá sea mejor así. Que aparezca de improviso y todo sea una fiesta.

También arremete contra mí esos días un dolor agudo en el tobillo izquierdo. Desde que tuve el accidente no deja de dolerme en estos días turbios. El dolor también es silencio mudo. Dios me castiga con sus nubes negras, su silencio ensordecedor y el suplicio de arrastrarme cojeando por la plaza de la Concordia. En mi tobillo se entrelazan en una amalgama los hierros, el titanio y el aluminio junto con los tendones y músculos. Menos mal que los pájaros sobrevuelan por encima de mi cabeza y ellos no son mudos.

Hoy hace uno de esos días tan inquietante en la ciudad del viento y amenaza tormentas toda la semana. Podrán soportar mis hombros todo el peso del cielo, me pregunto. Podrá soportar mi mente todo ese silencio de un Dios tan cobarde. Trato de tranquilizar todo este desasosiego escuchando a Bach. Empieza a chispear. Se esfuma poco a poco con las primeras gotas el silencio de Dios.

EL CENTRO DEL UNIVERSO


“Si el universo es infinito
cualquier lugar puede ser el centro del universo.”
Gary

EL CENTRO DEL UNIVERSO

Cuando todos los semáforos están en verde
y puedes escuchar tu voz interior intacta y sin contaminar
y el alma toca las estrellas con la punta de los dedos
y te sientes cerca de lo esencial e indispensable.

Cuando acaricias algo sin forma ni color,
que está suave
y podría hacerse añicos en cualquier momento.
Cuando aspiras esa bocanada de aire fresco en un día muy caluroso
y el tiempo se detiene
y un arroyo te susurra al oído una vieja melodía de jazz.

Cuando cada hoja está en su sitio.
Cuando las palabras fluyen como ese arroyo
y el cielo se calla y escucha.
En tu posición fetal recuerdas tu pasado como pez,
te elevas, casi flotas,
y supura belleza entre las piedras y las raíces.

Cuando los motores están lejos
y los espejos se miran frente a frente
y se refleja en ellos
la fuerza y la proeza de estar vivos.
Cuando ves y hueles lo verdadero
y sabes que dura un instante,
que se evapora
y aun así es magia.
Tú eres magia.

Si Dios existe,
está jugando al escondite
en un lugar majestuoso
donde las estrellas brillan más
y el silencio que te envuelve
te permite escuchar tu respiración.

Puedes escuchar esa voz interior que casi siempre está callada
y el rumor del agua de un arroyo
que nace en el mismo centro del mundo
y desemboca en el mismo centro del universo.


HURT


“I hurt myself today
to see if I still feel”
Johnny Cash

HURT

Ha nevado este verano. El hecho fue un poco sobrenatural y todo el mundo hablaba de ello en todas partes pero a mí me pareció de lo más ordinario. Copos de nieve descendiendo del cielo en pleno agosto. El calor los derretía antes de llegar al suelo y se hacían agua. Era como una lluvia de las lágrimas de Dios. Caían suavemente, sin violencia y a mí me parecía bello pero nada  extraordinario. En mi casa la mesa Lack blanca impoluta seguía acumulando recuerdos y las paredes blanco pajizo, a causa del humo de los cigarrillos, guardaban muchos secretos. Los muros pálidos y la pequeña mesa baja fueron testigos tácitos de todo lo que pasó por mi vida y se me antojó por un momento que eran amigos míos a los que yo les había confesado muchas cosas al oído.

Aquel verano la alegría nunca superaba los tres días seguidos y a mí me dio por pensar que la huida no siempre era la mejor elección pero llevaba tanto tiempo huyendo que la inercia me empujaba a ello. No repuse, ni protesté, ni me opuse, ni renegué, ni me quejé. Acepté que el dolor hubiera dejado paso al hielo y a los copos de nieve. Mi temperatura corporal exterior era de 37 grados pero mi cuerpo por dentro estaba a 0 grados. Nadie lo notaba y ni yo misma me di cuenta cuando empecé a congelarme por dentro pero mis vísceras y mi corazón eran escarcha. Al igual que pasa con los icebergs, lo que se veía por fuera apenas era nada comparado con todo lo que se ocultaba dentro. Supongo que me pareció natural que cayese nieve blanca del cielo porque mi interior se identificaba con el tiempo atmosférico del exterior.

Si me hubiesen clavado afiladas agujas debajo de las uñas ni me habría enterado. El frío entumece tus sentidos y cuando te han abierto en canal y te han arrancado el corazón tantas veces simplemente dejas de sentir el dolor y la calidez tibia de tu propia sangre acaba por congelarse. Me di cuenta el  día que cayó agua nieve del cielo que ya nunca más podría volver a amar a nadie. Estaba hueca. Un muñeco de goma. La ilusión, el deseo, la magia se habían volatizado.

Lo cierto es que el día que nevó en Agosto yo no podía sentir el dolor, tampoco podía amar y casi todo me daba igual.

LA MIRADA DE LA INOCENCIA


Cuando amonestaba a un niño la mayor parte de las veces bajaban la mirada. No se atrevían a mirarme a los ojos. Me di cuenta que siempre era así. Creo que esa cercanía cara a cara los hacía vulnerables y el gallito arropado por la manada se convertía en un corderito.

Pero Él no actuó así. A Él lo cogí a solas como hacía con los demás. Le puse los puntos sobre las íes con voz serena y firme y con toda la asertividad de la que era capaz. Él me miró en silencio. Me sostuvo la mirada durante no sé cuánto tiempo. Segundos, minutos, no lo sé. Se me hizo eterno. Me miraba con esa mirada limpia que sólo tienen los niños. Me quedé abrumada y perpleja. Me miró y yo penetré en sus ojos como en el agujero negro que hay en el centro de la Vía Lactea. No me digas porqué pensé eso pero sus ojos estaban gritando y juzgándome a la vez. Era una mirada tan llena de inocencia y calma que me hizo temblar. Sus ojos me suplicaban y me perdonaban la vida tras el juicio.

Creo que esa mirada me salvó aquel día de un mal augurio o de mi propia muerte. Sus ojos eran mis mismos ojos veintitrés años atrás. Cuando lo descubrí un escalofrío recorrió mi espalda.

YO ROBOT


“Tú que sabrás
si no vives dentro de esta jaula”
Izal

YO ROBOT

Yo robot,
con lágrimas artificiales y labios agrietados,
con poliuretano en vez de piel.
Todo cables, microchips,
policloruro de vinilo y acero inoxidable.

Yo robot,
impasible,
que no besa el suelo,
que no come tierra,
que no siente el corazón en la boca,
que nunca ha caído a un pozo.
que no sangra.

Yo robot,
perdiéndose el éxtasis de una noche estrellada,
que no puede emocionarse con unas palabras.
Que no puede acariciar, besar, abrazar,
hundir la cara en tu pecho.

Yo robot,
que no se enfada,
que no se hastía,
que no le duele,
que lo soporta,
que lo controla.
sin la punzada  en el esternón,
sin el nudo en la garganta.

Yo robot,
que no usa colirio,
que no maquilla la realidad,
que no padece claustrofobia
ni es hipocondriaco.

Yo robot,
que no desea,
que no ama,
que no odia,
que no siente asco ni fatiga,
que no detesta nada.

Yo robot,
sin la bendita serotonina,
sin oxitocina,
sin el molesto cortisol.

Yo robot.
Lo confieso.
Siempre soñé con ser humano.

LA DECISIÓN


A veces para tomar una decisión me gustaría meterme en el fondo de un pozo muy estrecho y muy hondo.  Muy alejado de la realidad. Donde no haya luz ni nadie con quien hablar. Sólo tú y la oscuridad permanente. Muy abajo. En los confines del mundo.

A veces aunque no te muevas y no te inmiscuyas en nada el mundo viene y te zarandea o te da una bofetada. Aunque no te metas con nadie. Aunque no busques a nadie ni construyas nada con tus manos. Aunque contengas la respiración y no salgas a la calle o parezca que la Tierra te ha tragado.

Ushikawa conoce donde vives. Él tiene la llave de tu casa y puede entrar sin previo aviso y alimentar a tu gato. Te hará una oferta que muchos no podrían rechazar. Te hablará despacio y te engatusará. Pero Ushikawa huele mal y pega a su hija. No es un hombre de fiar pero eso nadie te lo ha contado. Sólo te llega el tufo a sudor mientras él se seca con el pañuelo la frente. Tú quieres rechazar la oferta porque  detestas mirar a ese hombre pero el mundo entero no lo entendería y no puedes vivir eternamente en el fondo de un pozo.

Cuando despiertas por la mañana sabes que él se ha ido y que podría volver. Intentas hacer todas las cosas que hay que hacer. Asearte bien. Hacer café. Alimentar al gato. Cocinar algo. Recuerdas el sueño turbio de la noche anterior. Tú en la casa de los vecinos. Esa casa fría y abandonada desde hace tanto. Aún recuerdas el olor a cerrado y el tacto del suelo. Vas descalzo recorriendo cada habitación y te quedas mirando un cuadro que cuelga en el dormitorio y que estás seguro que tú estás en esa pintura vieja y húmeda. Entras al cuadro y caes al pozo. No se oye nada. Pero estás casi seguro que no es un sueño. Abres los ojos y ahí están las paredes del pozo. Ahora puedo pensar, te dices.

Ushikawa te espera al volver la esquina. En cada encrucijada y en cada difícil decisión. Te espera mientras fuma muy callado en la penumbra. Puede entrar en tu casa. Puede entrar en tus sueños. Pero no puede entrar en el pozo. Tú sabes que sólo estás a salvo en el pozo pero nadie puede vivir eternamente en un pozo.

TURISTA ACCIDENTAL


“En todos los lugares te encuentro.
En todos los lugares me siento un habitante más”
Quique González

La paz huele a salitre y sabe a aguacate.
Verano y calma inoculada en el alma.
En la ciudad del viento siempre eres
un turista accidental.

El viento me recuerda que él está de paso
y que yo misma estoy de paso en la ciudad del viento,
desde la que se ve con nitidez los días claros.

Buceo y me sumerjo en mi misma.
Empiezo a entender algunas cosas
que estaban ocultas en los días turbios.

Comienzo a desaprender lo aprendido
y cultivado en campos yermos durante años.
Los caminos transitados tantas veces
que llevan a lugares inhóspitos y actitudes manidas.

Quiero ser un pájaro de tierra.
Quiero parecerme a un emú.
Cuando buceo en las profundidades
encuentro tesoros y lodo;
y el plancton brilla más las noches sin luna.

Quisiera empezar a tejer una manta
mientras espero que Ulises regrese de Ítaca.

Y sí.
Sé que volveré a tener pesadillas
en las que doy vueltas en espiral
dentro de una j-aula.
Él se irá para siempre
y su recuerdo se volverá borroso.

Y sí.
Estoy haciendo acopio de fuerzas
y armándome con corazas, espadas y escudos
para prepararme para mi gran batalla.

Y sí.
El olor a salitre se esfumará
y esto será un sueño dentro de otro sueño.

Y sí.
Aún me pellizco cuando se dibuja el mar en el horizonte…
y me  siento un turista accidental en la ciudad del viento.


sábado, 17 de marzo de 2018

A SOLAS CONTIGO


“Siempre fuiste mi espejo,
quiero decir que para verme tenía que mirarte”
Julio Cortázar

A SOLAS CONTIGO
Los espejos mienten
cuando te asomas
al precipicio de ti misma.
Los espejos también dicen la verdad
cuando resbalas una décima de segundo
al otro lado de tu yo.

No quiero verter líquidos opacos
sobre mis espejos.
A veces soy la malvada madrastra
y, cuando lo soy,
siento miedo.
Otras veces soy Alicia
atravesando el espejo.

Al borde del precipicio estás tú
y debajo del acantilado hay otra tú
que se cayó en otra vida
y resucita cada día.

A veces amas, hieres
y asolas la Tundra de la vieja Rusia.
Otras veces te amas, te hieres
y cierras con 7 candados tu palacio,
olvidando que también fuiste Blancanieves.

Y  buceas en ti misma
en la soledad más absoluta
y no te desagrada tu olor.
Tu clausura te hace conocer
rincones oscuros
y sabores a canela.

Cuando los espejos mienten
y dicen la verdad
y tu casa es una atracción de feria,
entonces,
a veces,
sólo a veces,
tú te sientes a salvo dentro de ti misma.

domingo, 11 de marzo de 2018

11032018

Cuando crees que conoces todas las respuestas,
llega el Universo y te cambia todas las preguntas. 
Jorge Francisco Pinto
Maestro

LA DANZA DEL ÚLTIMO VERSO


“Yo sólo creería en un Dios que supiera bailar”
Nietzsche

La danza comenzó al atardecer, cuando el último rayo de luz se precipitó al océano y las tinieblas la tomaron de la cintura. El mar estaba en calma, en esa calma que precede al tornado. El cielo se estremeció y se tiñó de sangre con la primera pirueta. El viento empezó a soplar suavemente. Ella saltaba con todas sus fuerzas y caía de nuevo dibujando en el aire un bello verso. El viento le hacía una y otra vez la misma pregunta y ella seguía danzando en silencio. Danzaba por encima de la noche y el día, danzaba con las estrellas y con la lluvia. Se lastimaba las puntas de los dedos de los pies pero no cedía en su empeño por responder la pregunta. Sabía que la respuesta la hallaría desafiando con la belleza de su danza las tinieblas que dormitaban en su interior. Caía de bruces contra el suelo y volvía a levantarse. La luna le aplaudía con cada giro y voltereta. Cuando mordía el polvo el viento rompía en una carcajada que resonaba hasta el infinito como un gemido hueco en sus oídos.

El viento ululaba “è un mondo difficile”,  las estrellas respondían “vita intensa”. Ella seguía danzando en silencio, desafiando las leyes de la gravedad y de los hombres. Trazaba una ecuación matemática con su movimiento volátil y efímero. Dibujaba piruetas en el aire, saltaba y se contorsionaba. La pregunta seguía intacta danzando en su mente como ella danzaba con el viento. La respuesta no llegaba y el Siroco jugaba con su pelo. No existía nada más que el huracán y ella. Estaban en el centro del universo. El único camino hacia la paz de su trémulo espíritu era seguir trazando piruetas y cabriolas en el aire. Era la danza de la vida con la muerte. No existía ni el tiempo ni el espacio.  Sólo esa macabra danza. Sólo la búsqueda de la respuesta.

El Dios Eolo se enfadó aún más,  asoló con su rabia el océano y la empujó de la cima al infierno susurrándole en la caída una y otra vez la misma pregunta.  Sus cabellos se enredaron y sus vestiduras terminaron de rasgarse mientras se desplomaba. Quedó desnuda  pero volvió a elevarse en el aire con sus volteretas, no cejando en su empeño por hallar la respuesta.  En la cúspide de sus fuerzas ella calculó la última pirueta, la más difícil. Saltó desafiando el Siroco que provenía del Sahara y en un breve segundo se concentró toda su vida. La luna le susurró “felicità, momento e futuro incerto”. Ella cayó en la cuenta. El universo se quedó en silencio y a Eolo no le quedó más remedio que dejar de soplar. En el tibio equilibrio que guarda la materia oscura ella dibujó en el aire la respuesta.  Cayó exhausta y convulsa sobre fino polvo de estrellas. Cansada y desnuda como vino al mundo se entregó al sueño eterno. Por fin podía descansar. Morfeo había venido para abrazarla y la macabra danza había terminado.

El último verso había terminado de dibujarse en el aire con la belleza y la sabiduría de la comunión con la naturaleza.  Las estrellas, el océano, la luna, la lluvia y hasta el mismo viento no tuvieron más opción que aplaudir.

SI SE SECASEN LAS PALABRAS


“Me da pena que se admire el valor en la batalla.
Menos mal que con los rifles no  se matan las palabras”
Extrechinato y tu

SI SE SECASEN LAS PALABRAS
Cuando las palabras se sequen
en la garganta del maestro,
¿qué nos quedará?
Ellos dicen:
-Yo no fui. La culpa es del otro, no mía.
Ellos buscan excusas,
miran fueran y no dentro.

En un mundo perfecto no me comparo con nadie
y los niños en el recreo almuerzan autocrítica.
En un mundo perfecto los maestros
podrían atrapar con las manos el aire.
En un mundo perfecto los niños
tratarían con respeto a sus maestros.
En un mundo perfecto los niños
venerarían las manos del alfarero que moldea la arcilla.

Qué sería del mundo si se callasen los maestros
y gritase la ignorancia.
Si se impusiese por la fuerza la tiranía de la oscuridad.
Qué sería del mundo
si nadie regase las flores de cactus.

Los maestros construyen con palabras
puentes hacia los niños.
Con palabras como
paciencia, paz, amor,
comprensión, empatía, asertividad.

Si se secan las palabras en la garganta del maestro
¿quién podrá salvarnos de la ignorancia?
¿quién guiará a las ovejas descarriadas?
¿quién le dará de beber al sediento de sabiduría?
Se abatirán sobre nosotros las tinieblas y la sinrazón.

Putos maestros,
gritan las paredes.
Y supura tristeza por los poros
de los hijos de un Dios menor.




sábado, 10 de febrero de 2018

UN AÑO LUZ


UN AÑO LUZ

“Sólo he visto una pequeña parte del mundo”
Amaral.

El niño calculó con dificultad los años que Fernández llevaba metido en un aula. Al niño le pareció mucho tiempo porque Fernández había empezado 23 años antes de su nacimiento. El tiempo en la infancia se mide de otra manera o eso, al menos, pensó Ella. Un lustro puede ser un año luz y,  según el niño,  la luz era absorbida por los agujeros negros o eso, al menos, a duras penas entendió Ella en palabras que se le trastabillaban al niño. Al pequeño le costó hacer la sustracción pero, en cambio, le fascinaba el universo y los agujeros negros que eran como cementerios de planetas.

Fernández había estado casi cuatro lustros con una tiza en la mano pero no había perdido el entusiasmo y le seguía produciendo vértigo ponerse delante de los pupitres. El reto y la gran obra continuaban. El libro aún tenía muchas páginas en blanco. Por eso Fernández cada mañana se despertaba cinco minutos antes de que sonase el reloj, como había hecho durante 36 años. Se enfundaba unos vaqueros como cuando tenía 25 años y desayunaba un café cortado con una pizca de leche y sin azúcar mientras se quedaba mirando fijamente al microondas preguntándose con qué ecuación se resolvería el mal en el mundo. Fernández aún no había asimilado la retirada de la palestra y, casi sin pensarlo, seguía dirigiendo sus pasos, mochila al hombro, por el mismo camino que había recorrido las últimas 9.720 mañanas de su vida. Y es que Fernández era una persona con los hábitos arraigados a su vida como el musgo se  aferra a las piedras orientadas al norte.

Al niño no le salían las cuentas y pensó que Fernández llevaba más de 100 años dando clase. El niño hubiera querido darle un abrazo a su maestro y si el niño se lo hubiera dicho le habría hecho una cosquilla en el alma a Fernández. Ella hubiera querido pedirle al niño que calculase todas las sonrisas que el maestro les había regalado a sus alumnos, los ánimos y el consuelo que les ofreció, la alegría y el entusiasmo que les contagiaba, la paciencia cultivada con esmero, las miles de tediosas horas corrigiendo, las largas charlas con los padres, los caramelos que usó como refuerzo positivo y los disgustos que Fernández se llevó en muchas ocasiones. Miles de niños que pasaron por sus manos uno a uno y a los que acompañó durante 58.320 horas de su vida. Ni el niño ni Fernández ni Ella hubieran podido calcularlo. Las matemáticas tienen su límite para ciertas cosas intangibles que no pueden medirse ni explicarse, por mucho que le pesase a Fernández.

El niño se estremeció ante el cálculo y Ella… a Ella lo que realmente le hubiera gustado decirle a Fernández antes de que se perdiese por la avenida de los cipreses, lo que no tuvo valor para decirle delante del café, es que la vida está llena de posibilidades y que nunca es tarde para emprender un camino nuevo o trazar una nueva ruta en el mapa de la vida y probar frutas exóticas que nunca has saboreado. Nunca es tarde para hacer un curso de submarinismo y descubrir lo que se esconde sobre la superficie. Nunca es tarde para escribir las memorias de toda una vida delante de la platea y dejar esa herencia a los que vendrán, hijos y tal vez nietos, para que sepan quién fue Fernández realmente. Nunca es tarde para aprender un idioma nuevo, sanscrito o swahili. Nunca es tarde para escalar el Everest y hacer amigos budistas en Nepal. Nunca es tarde para aprender a hacer un gazpacho con su punto exacto de ajo o para que se te llenen los ojos de agua leyendo un poema de Ángel González. Nunca es tarde para coger el avión que te saca del letargo y del sueño eterno, abrir bien los ojos y descubrir paraísos en la Tierra, que se agazapan en las cosas más sencillas. Los placeres mundanos para almas sencillas a los que se refería Oscar Wilde.

A Ella le hubiese gustado que Fernández cogiese la vida por las solapas pero Fernández era un hombre de férreos hábitos y llevaba la imagen del niño impregnada en la retina. Fernández seguiría resolviendo integrales infinitesimales, cuidaría el jardín del que hablaba Voltaire y se seguiría despertando cinco minutos antes de que sonase el reloj; tomaría el mismo camino todas las mañana, mantendría a salvo a sus hijos y no dejaría de preguntarse mientras miraba fijamente el microondas: ¿Qué coño pinto yo en Nepal?

DIOS DE LA LLUVIA


“Le dije que a la noche
por los poros me salían mares”
Marea

DIOS DE LA LLUVIA
Hoy no abrí las ventanas de par en par,
ni tan siquiera dejé entrar el sol por las rendijas.
El mar lo asoló todo.
El mar y tu mirada
exterminaron  las margaritas.
Se acabó la miel y la leche
y en el frigorífico sólo quedaba
escarcha y latas sin etiquetar.

Si sólo hubiera sido un poquito menos ingenua
ahora no habría humedad
supurando por las paredes
ni al sol le costaría tanto entrar por las rendijas.

Qué quedó después del paso del tsunami,
me pregunto.
Para qué sirve que suba tanto la marea
y arrase tu casa, tus cajitas de música
y tu colección de plumas,
 me pregunto.

¿Puedes convertir la escarcha
de tu frigorífico en algo cálido?
Tus poderes no sirven para traer el ayer aquí
ni para que dejen de fabricar armas.
Tus poderes no sirven para anegar
toda esta tristeza con el agua que mana del cielo.

Poderes de pacotilla,
Dios de la lluvia.



AHORA


“Ahora traes la lluvia
y aunque ya no tenga edad,
me desvisto en la tormenta,
grito tu nombre en la calle”.
Ismael Serrano

AHORA
Ahora,
que conseguí desnudar mis dudas
y amordazar todas mis penas.
Ahora,
que dejó de congelarse el júbilo
y el invierno pasó de largo.

Ahora,
que construí una fortaleza
cuyo soberano era el entusiasmo.
Ahora,
que dirigiste tus pasos hacia el mar
y encerré todos mis fantasmas en las mazmorras.

Ahora,
que empezaba a hacer amigos en esta cárcel
y vuestra condena al ostracismo dejó de importarme.
Ahora,
que dejé de soñar con gusanos
y conseguí pronunciar mi nombre.

Ahora,
que con tanto esfuerzo,
dejé de dormir con la luz encendida
y me olvidé de vomitar monstruos.
Ahora,
que la desidia tomaba otro camino
y el dolor era un sueño lejano
y tú me enseñabas las constelaciones una por una.

Ahora,
que me vestía de domingo todos los días
y tú me hacías una oferta irrechazable.
Ahora,
que las noches eran eternas
y empezaba a dominar el gíglico.

Ahora,
que tomábamos duchas bajo las farolas
y los botones cedían,
y no me importaba que hubiera manchas,
y el sol me pedía permiso para salir.

Ahora,
sí,
precisamente ahora…
tengo que abandonar mi fortaleza
y mudarme a otro planeta
donde las leyes de la gravedad
no obedecen a los hombres.

EL HOMBRE MÁS VIEJO DEL MUNDO


“Tengo muy pocos años…
desde hace mucho tiempo”
Najwa Nimri. Haití

El HOMBRE MÁS VIEJO DEL MUNDO
La primera vez que le pregunté la edad me dijo que tenía 160 años. “Dime que crea antiarrugas usas” Luego me fui acostumbrando a ese humor entre negro, cínico y surrealista. Con el tiempo eso fue lo que más eché de menos. Nuestra complicidad con bromas que eran sólo nuestras.

Me decía cosas que me aniquilaban por dentro. “Sólo eres una niña”. “¿Eso es malo o bueno?”. “Eso es un arma de doble filo”. Lo que más me abrumaba de él era como me sostenía la mirada. Me miraba profundamente con sus dos hermosos ojos negros que eran como dos agujeros de gusano donde el tiempo se contenía. “Puedo ver el color de tu alma sólo con mirarte”. “¿Y qué ves?” “Azul índigo. El color de los océanos”. Me decía con su leve acento italiano.

A veces me daban miedo sus poderes. Sí. Sus poderes. Poderes sobrenaturales. Sus manos estaban siempre heladas. “Estás muerto”. Le decía yo. “Sólo he vivido más vidas que tú. El frío me mantiene vivo por más tiempo. Mientras tú cumples un año yo cumplo tres” “Y, ¿Cuántos años puedes vivir? ¿eres inmortal?”. “Para ti sí que lo seré”.

Yo era muy niña entonces y no podía entender todo lo que me decía. “¿Por qué?”. Le decía yo. “Es inevitable dejar cadáveres. Yo he dejado muchos. He vivido demasiado”. Pero yo no me quedaba contenta con la respuesta y volvía a preguntar. “¿Por qué?”. Y él decía de inmediato. “¿Y por qué no?”. Y daba por zanjada la conversación.

A pesar de sus sempiternas manos frías cuando lo abrazaba desprendía un intenso calor. Su cuerpo era como un horno de leña que irradiaba calidez. Un día estábamos hablando, se paró en seco, me miró a los ojos de aquella manera y me dijo. “Puedo saber qué piensas sólo con mirarte a los ojos”. Yo me quedé turbada.

Una tarde que llovía a mares me cogió la mano suavemente y dijo “¿Quieres que te lea la mano?”. Yo la retiré bruscamente. “Estoy preparada para lo que venga. Mi futuro lo escribo yo”. Dije con fingida soberbia.

Nunca más volví a saber del hombre con más de 160 años. Si no me fallan los cálculos ahora debe tener 187 años aunque sólo hace 9 que no lo veo. Algunas veces me lo encuentro en sueños  y me dice con su leve acento italiano: “Ay, niña, tus ojos se han aclarado  y tu alma ahora es de un azul más oscuro”

martes, 2 de enero de 2018

PERMANECER

Dedicado a todos los interinos

“Siempre acabamos llegando
a donde nos esperan”
José Saramago

PERMANECER
Me gustaría permanecer en tu retina
más de una milésima de segundo.
No quiero soltar amarras.
No quiero ir de puerto en puerto
cogiendo barcos que me alejen de ti.

Quiero estar en esta orilla.
Llamar hogar a algún sitio.
No quiero desvanecerme
como la voluta de humo
que exhalas al aire.
Quiero un centro de operaciones.
Quiero anidar en un viejo sauce.

Quiero dejar de ser
el vaho que sale de tu boca.
Quiero tener algo entre los dedos
que no se evapore al amanecer.

Aunque Casiopea se vea
desde cualquier parte del planeta,
el cielo tirite de frío
y yo sólo sea polvo de estrellas;
lo único que quiero
es que el barro no borre
las huellas de mis pies.


DE NINGUNA PARTE

“Sé de dónde vengo,
pero no distingo el suelo que piso”

DE NINGUNA PARTE

Tuve que cruzar el universo entero para llegar hasta ti
y cuando alcancé tu orilla tenía ganas de llorar.
Creí que iba a besar el barro y tus cicatrices,
que iba a cantar bajo la nieve que caía de tu cielo.

Creía que iba a bailar bajo tu luna llena.
La que tú me ofrecías desde allá tan lejos.
La que había absorbido a sorbos cortos tantas veces.
Respiré tu aire a bocanadas y me supo amargo,
como nunca imaginé.
Me recibieron las luces  que parpadeaban a mi paso.

El frío de mis pies y manos desapareció.
El mar rellenó todos los huecos de mi alma
con agua salada que provenía de manantiales
que brotaban de tus ojos mustios.

Si he de ser sincera creía que vendrías a recibirme
con ramos de rosas rojas.
Si he de ser sincera creía que me pertenecías
y que te pertenecía.
Ahora sé que no pertenezco a ningún sitio.

Te  anhelé tanto
y te llamé tantas veces hogar
que ahora sé  que sólo pertenezco al barro
que lamen mis pies.

Me siento la habitante de los no lugares,
la desertora de la realidad
y la constructora de quimeras.
Cuando el viento silba mi nombre
sólo oigo que dice:

“Eres de ninguna parte”