De esa noche recuerdo que hacía calor dentro y llovía
fuera. Recuerdo que él estaba muy borracho y yo muy sobria. El pub estaba
abarrotado y no hacíamos más que cruzarlo de punta a punta, una y otra vez,
como si buscáramos algo, como si no encontráramos nuestro sitio. Él me cogía de
la mano para que no me quedase atrás entre la multitud pero había demasiada
gente alegre allí dentro y nuestro interior se parecía más a un pozo sin fondo,
a un lugar vacío e inhóspito.
Recuerdo que dije algo así como:
— Vámonos a casa. El sol está a punto de salir. De camino a casa él iba
tambaleándose de un lado a otro de la calle. La calle estaba mojada y sentí
miedo de que tropezase o se escurriese y cayese al suelo. Yo no hubiera tenido
fuerza suficiente para levantarlo. Entonces dije: —Me gusta verte tan feliz. Me
gusta que estés en armonía con la gente. Él se detuvo, se puso serio y me miró:
— ¿Sólo soy maravilloso cuando estoy muy borracho? Y soltó una risa irónica.
Por fin introduje la llave en la cerradura,
esta cedió y yo solté un “Home, sweet home” que me salió del alma. En la cocina
acercó tanto su cara a la mía que pude oler su aliento a alcohol. Me dijo
entrecerrando los ojos: — Brindemos por las causas perdidas. Y entonces me ofreció
la botella. Posé mis labios donde
estuvieron los suyos unos segundos antes. Me di cuenta que a él le gustaban
tanto las metáforas como a mí y dijo: “Brindemos por las causas perdidas”
cuando en realidad lo que quería decir era: “Lo nuestro es imposible”.