“El poder de lo efímero radica en que nos obliga a disfrutar de
él cada instante, puesto que desaparecerá en cualquier momento”
Pepe Escamilla Lao
La playa estaba casi desierta, como a él mas le gustaba. Eran los primeros días del verano y la gente aún no abarrotaba la orilla. Había unos cuantos avezados por aquí y por allá que se habían atrevido con los primeros rayos de sol de mayo. Alex puso su toalla sobre la arena y se tumbó a leer. Era un libro de bolsillo. Le gustaba llevar libros pequeños a la playa para no llevar demasiada carga. Aquel libro le estaba gustando. Erich From era un gran filósofo. Se adentró en sus páginas en pocos minutos. No sabe Alex cuanto tiempo estuvo así pero se dio cuenta de que tenía los músculos entumecidos por la misma postura y se incorporó. Luego se dio un baño que lo revitalizó. Le gustó hallarse solo en el agua y nadó a sus anchas en la infinitud del mar hasta que se cansó. Siempre elegía una playa paradisíaca a la que costaba mucho llegar incluso en coche y a la cual la gente no iba por pereza. Cuando salió del mar vio a una chica desnuda cerca de su toalla. Sólo llevaba unas enormes gafas de sol. Se quedó petrificado nada mas verla. Era de una belleza suma contemplarla tumbada en su toalla. Quiso no mirarla demasiado por si ella se daba cuenta de su osadía y lo tomaba por un pervertido pero ella era ajena a su mirada puesto que estaba ensimismada en la lectura de un libro. Alex se secó un poco y trató de no pensar en ella y no mirarla pero le era imposible como a las olas les es imposible no estrellarse contra las rocas. Entonces Alex hizo lo único que podía hacer en esta clase de situaciones y lo que mas le gustaba: se aisló del mundo con su discman. Puso su disco favorito y se dejó llevar por él.
¿Quién era aquella desconocida que tanto le había turbado? Le gustaba tanto aquella osadía, aquella falta de pudor que a él le sobraba. Porque a él le hubiese gustado nadar desnudo en el mar y tumbar su cuerpo completamente desnudo al sol. Pero no era capaz. Una conservadora educación se lo impedía. Seguía contemplando a la chica sumido en sus pensamientos y en sus melodías favoritas. Aquello debía parecerse mucho a la felicidad: una preciosa tarde de mayo divisando como cae el sol, contemplando la belleza humana en un lugar paradisíaco y todo ello aderezado con la mejor banda sonora del mundo. De pronto la chica se levantó, sacó algo de su mochila y se fue hacia la orilla. Alex tardó en comprender que era una cámara de fotos. La chica estaba haciéndole fotos a las olas. Aquello le dio una idea de la sensibilidad que encerraba aquel cuerpo. En aquel inesperado suceso Alex pudo sentir el miedo. Miedo a perderla. No lo había pensado antes. Al verla coger la mochila Alex pensó que recogía sus cosas y se iba y sintió una punzada en el corazón. Mientras la chica sacaba sus instantáneas de la belleza de la naturaleza Alex se perdía en sus lúgubres pensamientos. Ella se iría, se iría pronto y la perdería para siempre. El sólo hecho de pensarlo ya le dolía a Alex . Necesitaba estar cerca de ella pero él no sería capaz de decirle nada. Era demasiado tímido ¿Quizás se había enamorado? Le había pasado tantas veces ya antes que Alex no era capaz de discernir si realmente esta vez era la primera vez que ese sentimiento era tan fuerte.
Le había pasado en el autobús con una chica que iba leyendo y de la que se enamoró perdidamente pero que la perdió cuando ella se bajó en su parada y él hacía ya tiempo que se le había pasado la suya. En una estación de metro, se había enamorado de una chica que cantaba como los ángeles y a la que echó todas las monedas que tenía. Él era un observador mudo, sus ángeles nunca se daban cuenta de su presencia y eso era lo que a él más le gustaba, sentirse dueño de un gran secreto que sólo él podía contemplar y nadie mas. Amores efímeros. Se iban y venían con la misma rapidez que un tren. Pero nunca jamás podría olvidarlos. Le pasó también con aquella chica del ascensor que canturreaba aquel viejo blues. Y con aquella chica que le vendió un colgante con la forma de una espiral. Se había enamorado de su leve acento argentino que le mostró mientras le anudaba al cuello el colgante.
Y ¿ahora? Ahora se debatía entre el sufrimiento de temer la pérdida (cada segundo que se iba era un alfiler clavado en su corazón) y escoger la elección de disfrutar cada instante de la contemplación de aquella criatura angelical. Sin duda eligió el segundo sin poder reprimir un poco el primero a la vez. Eligió contemplarla hasta que desapareciera para siempre y guardarla en su recuerdo como a las demás. Eligió aceptar su destino y no rebelarse contra él. Eligió seguir viviendo en sus sueños, no dar un paso mas allá. Eligió resignarse y aceptar que todos sus amores eran efímeros y platónicos y que él era un auténtico soñador.
3 comentarios:
Dedicado al científico con el que víví un tiempo y me enseñó tantas cosas. A ver la vida de un modo diferente. Con el que compartí tantas momentos. El que se amolda a vivir en un desierto o en el polo. Flexible. El que ha dejado de esperar cosas de la vida y ya sólo quiere vivir el día a día. Sabio. Sabio como un sauce. Nunca olvidaré las playas paradisíacas que disfrutamos juntos. Las lecturas y reflexiones de Jorge Bucay. El día del cargador. Nunca te vayas muy lejos de mi porque enriqueces mi vida con tu presencia y tus palabras.
Un abrazo cibernaútico
Cuando conoces a una persona que te enriquece el alma a través de su propia alma, ocurre que parte de ella empieza a formar parte de ti y de alguna manera dejas de ser lo que eras para ser algo más, eso que tú has aportado con tu enorme sensibilidad.
Mi deseo es permanecer en tu corazón porque así siempre estaré cerca de ti.
Siempre estarás en mi corazón. Siempre. Científico mío.
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