lunes, 7 de enero de 2008

LOS ZAPATOS Y EL DIAMANTE


“Toda persona se enfrenta a un camino...
no siempre hecho a la medida de sus zapatos.”

Ramón Salazar.

Para los que se buscan, allá dónde anden...


No podía dejar de observar esos zapatos, esa insolencia en su forma de llevarlos.Ese atrevimiento con el calzado le fascinaba porque Ella siempre buscaba los zapatos más discretos para disimular y, a la vez, desviar la atención  de la parte de su cuerpo que más aborrecía. Tenía los pies grandes, casi amorfos, y un zapato fino y delicado quedaba en su pie como en el de un rinoceronte. Defectos de escala en la sabia naturaleza.
Lo primero en lo que se fijaba cuando veía a alguien era en sus pies, quiero decir en el engrudo de piel y plástico que los envolvía. Era ésta la más obsesiva de sus pasiones.
A veces, deseaba aquellos pies, los de esa chica tan elegante que despierta las miradas y los deseos de los hombres a su paso. O se enamoraba perdidamente de esas zapatillas de deporte con esa cadencia en su movimiento inocente y libre, que pertenecían a aquel jovenzuelo de flequillo en los ojos y mirada dulce y sensual. Otras veces sucumbía a una atracción irrefrenable por unos zapatos masculinos, con una enorme seguridad en cada pisada, impolutos y brillantes, cuyo dueño desprendía un aroma embriagador, tras una camisa blanca e igualmente impoluta. Su timbre de voz grave y perfecto acompañaba una seductora sonrisa al cederte el paso en las  puertas de las cafeterías o los teatros. Un perfecto caballero. 
O eran las suelas de unas botas de piel de cocodrilo, increíblemente llamativas, con la punta de  pico, las que la obligaban a quedarse una hora más en el metro( con el consecuente desvío de su trayectoria inicial) embobada con el chico que no apartaba los ojos de su libro, embelesada con esas botas que forman parte de su persona tanto como las líneas de sus manos o su balanceo al caminar, hipnotizada con su descaro en esas piezas que lo separaban del mundo exterior  y que tanto contrastaban con su evidente timidez. Quizá para contrarrestar esa carencia eligió estas botas entre la diversidad de posibles candidatas para sus tímidos pies. 
       La persecución de todos esos pares de zapatos era una pasión incontenible en la que ocupaba tardes enteras. La cogía desprevenida en cualquier situación y, todo podía esperar si había aparecido esa turbadora Katiuska pisoteando unas hojas secas. Al cabo del tiempo, olvidaba sus caras, sus gestos, sus olores, pero nunca esos pedazos de tela que les servían, a cada uno, de tenue contacto con la Tierra.
Era una elección tan difícil. Las horas muertas frente al escaparate de la zapatería de la esquina. Y antes de probarse un par ya sabía si eran suyos  o no, porque, antes de tenerlos, unos zapatos ya te pertenecen o no. Y los suyos siempre eran de cuero negro, corrientes, casi vulgares. No podía llevarse unos zapatos que no eran suyos, eso era casi como robar. Así que aceptaba su fatal destino con resignación y admiraba todos aquellos zapatos que eran como un calidoscopio de las más diversas formas y colores y que nunca podría llevar, que nunca le pertenecerían. Todo un universo de elementos cósmicos, azules, rojos, de charol o de ante. Todo un universo que nunca alcanzaría, negado para ella por una ley invisible, de esas leyes que, por el hecho de no estar impresas, pocos ojos tienen la capacidad de percibir. Así que no podía evitar admirar, envidiar y perseguir ese universo en cada uno de los que sí tenían acceso a esos tesoros.
Aunque tenía que reconocer que nunca vio nada semejante a lo que ahora observaba con el deleite de quien descubre un diamante oculto para el resto. Eran unos zapatos planos con la piel brillante de un plástico tornasolado, unas veces verdes, otras morados, como si de un camaleón se tratase. Su superficie estriada formaba  rombos y tenían la punta arqueada hacia arriba como las pantuflas de Sherezade. Era tan maravilloso como un carrusel de vidrios de colores del que no podía apartar la mirada. Con gran pericia  consiguió la dirección de la chica y la estuvo siguiendo durante varios días.
Descubrió que no era el único par extraño que habitaba en sus pies. Éstos albergaban las variedades más exóticas. Sus predilectos llegaron a ser unos negros de punta afilada y anudados con cordones a su empeine delicioso, que subían trepando hasta el tobillo y se agazapaban allí conformando el cuello de un botín, pero éste no era un botín cualquiera. Su tacón completamente cuadrado era la pieza perfecta que completaba la sublime obra de un dios terrenal, eran los zapatos de una hechicera creadora de pociones  mágicas y humeantes de misterio, la bruja de Blancanieves.
Esa chica, sin saberlo, llevaba en sus pies el mundo que Ella soñaba, representaba todo lo prohibido, todo lo que ella nunca tendría, lo que nunca se atrevería a robar sin escrúpulos de cualquiera de aquellas fantásticas zapaterías.
      Esa mañana, un poco adormilada aún, había salido de casa  deprisa, sin desayunar siquiera, para entregarse a su cotidiana ocupación: la persecución incesante de un nuevo misterio allá en el suelo. Ya conocía los horarios de su desconocida amiga y se había habituado a ellos. Cruzó la esquina de la calle mojada, envuelta en la niebla espesa del comienzo de un  día de invierno, y andaba ensimismada en sus pensamientos cuando apareció la sombra que venía a traerle a su vida el color del que Ella carecía. 
Acababa de  descubrir una nueva rareza, en el inacabable muestrario de su desconocida predilecta, cuando observó con sorpresa algo que le había pasado totalmente inadvertido desde el día que la descubriera. La hizo pararse, de pronto, en seco, como si un rayo hubiese caído sobre su destino. Cayó en la cuenta de que todas las ropas de esa chica eran negras, de color negro, tan negro como el azabache. Sus faldas, sus camisas, sus pantalones, incluso sus pulseras y collares eran del color de la tragedia. Nunca antes se fijó en algo tan asombrosamente obvio, (existen ojos para los que observar lo evidente  para los demás es muy complicado para ellos, mientras que lo imposible de captar para los demás es absolutamente natural e innato para sus pupilas) La chica sólo trataba de pasar desapercibida para los demás, su cuerpo era invisible como el del marionetero o el mimo, que quieren sólo mostrar una parte de su ser, la que más les gusta. En su caso los pies tenían todo el protagonismo de su persona y brillaban como esmeraldas en el fondo del mar. Detrás de sus ropas negras se ocultaba un cuerpo amorfo del que su dueña no sentía ningún orgullo. Pero Ella no lo captó hasta ese instante, puesto que estaba fascinaba con la maravilla que la chica había conseguido potenciando lo más distintivo de su ser, lo que su yo interior le dictaba. Exhibía su singularidad ante el mundo.
       Completamente quieta, clavada en el asfalto como una estaca, se observó en el reflejo de un escaparate conteniendo la respiración. Llevaba una falda azul eléctrico con medias a rayas de colores, su pelo era grana y rizado en bucles que le caían desparramándose por el cuello y la espalda. El bolso de espejitos y lentejuelas formaba un patchword  con todo el universo que Ella perseguía en unos pies ajenos diariamente. Llevaba en su cuerpo todo el calidoscopio que siempre deseó. Todas las ausencias y deseos estaban en Ella. No lo supo ver. 
       Todo lo que Ella deseaba estaba en algún lugar escondido, sólo tuvo que descubrirlo. El camino había sido perseguir diamantes en los zapatos de desconocidos. Cada cuál busca su camino. Ahora comprendía que llevamos todos un diamante interior y nos pasamos la vida buscándolo en el exterior, mientras que mantenemos el nuestro oculto, encubierto por el miedo aterrador a saber quienes somos. Mientras se observaba en el escaparate pensaba que cuando nacemos se nos entrega una joya, algunos se pasan la vida buscándola y no hayan más que un vacío ensordecedor porque no buscan donde deben (aunque sientan esa necesidad vital), otros nunca llegan a sentir que poseen un diamante dentro, ni tan siquiera lo buscan porque no saben que existe. Muchos, la mayoría, mueren sin descubrir el diamante, y él muere con ellos, sin haber visto nunca la luz. El miedo a la inseguridad del destino les impidió buscar el diamante. Algunos se empeñan en buscarlo por todos los rincones, entre la basura, como Picasso, entre montañas de papeles o de libros que les den una explicación para encontrar el diamante, o entre las camas de numerosos seres que les hacen sentir que no están solos y vacíos en este mundo. 
Algunas veces sonríe para sus adentros cuando, instintivamente, sus ojos se desvían al suelo, entre la muchedumbre, buscando esa luz oculta allá abajo. 
Esa luz para la que sólo Ella tiene ojos.

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