lunes, 21 de enero de 2008

CITA A CIEGAS

A Eduardo y a Yasmina, por estar ahí

Siempre hay algo que uno olvida en alguna parte, en un autobús, en el trabajo, en cualquier tren, irremisiblemente siempre hay algo que uno olvida en alguna parte. Un póster, las llaves, el paraguas, el monedero, el bolso, la pitillera, las gafas de sol. Al final siempre da igual porque enseguida se sustituyen todos los olvidos. Pero uno no puede olvidar esas cosas que un día nos pertenecieron y eran casi nuestras. Una extraña prolongación de nuestra personalidad las hacía nuestras y no de ningún otro. Las cosas que más nos gustan deberían sonar cuando se alejan de nosotros. Deberían llevar un chip prodigioso que pitara cuando se alejan de sus dueños.
A ella y a él le hubiese gustado ese tipo de invento pero indudablemente les hubiese costado trabajo no perderlo.
Él se cita con los personajes más extraños en los lugares más inverosímiles a las horas más intempestivas y no le cuesta ningún trabajo. Ni mensajes en el contestador ni llamadas telefónicas ni cualquier otro tipo de citas comunes. A él no le cuesta nada quedar con alguien que no conoce. Lo sé porque lo he visto con mis propios ojos más de una vez.
Puede ser una parada de autobús o una estación o una de las múltiples salas de espera que existen en nuestro país. Suele ser en no-lugares dónde siempre funcionan los encuentros. Funcionan muy bien para ello también las gasolineras. Esos sitios que no cambian con la ciudad que uno visite. Esos lugares cuya decoración es parecida y parece ser una constante que no cambia aunque cambiemos de ciudad.
Que raro suenan esas citas sin mediar palabra. Que raro resuenan los pasos, en la solitaria calle, de no se sabe bien quién. Pero a Eduardo le suenan ya cotidianos. Los certeros pasos, la mirada perdida a Eduardo no le suenan extraños. Los ojos desencajados de alguien que se aproxima por el pasillo del autobús. Eduardo sabe que se aproximan a él, que esa boca torcida va a comentarle algo extraño. Él sabe que vienen hacia él y los espera con la resignación del suicida. Sabe que vienen a contarle algo interesante que no dicen nunca por la tele. Eduardo se cita con los personajes más extraños del mundo y no le parece ya raro, después de tantos y tantos encuentros. Se dan citas tácitas. Ninguno sabe del otro ni a dónde va ni de dónde viene y no les hace falta conocerse, como dos trenes extraños que se cruzan en la noche oscura. En silencio, en mitad de la noche, se ven venir y se reconocen.
-Te estaba esperando- comenta Eduardo en voz baja, apenas audible para el recién llegado.
-Buenas noches- comenta con la mirada perdida en no sé qué obsesiones y explica algo sobre la luna, algo que ya era esperado por Eduardo.
A dónde vas ni de dónde vienes importa ahora. La luna está completamente llena y espera muy paciente la compañía de sus lunáticos amigos. La luna y Eduardo esperan pacientemente. La conversación llega por sí sola.
-Yo no me creo que nadie haya estado en la luna- empieza Eduardo
-Ni yo que manden satélites y objetos raros allá afuera a girar en torno nuestro.
-Hay cosas imposibles de descifrar por medio de nuestro lenguaje- comenta el sorprendido Eduardo, una vez más.
-A mi se me cumplen todos los sueños cuando hay luna llena y no sé porqué pero te juro que es cierto.- dice el gran conversador de Eduardo, el que se metamorfosea en cada encuentro.
-Da igual. Los sueños siempre se cumplen y no dependen de la luna.-cerciora Eduardo sin ningún reparo.
Eduardo colecciona los objetos olvidados por sus dueños después de las citas. Un paraguas con alguna varilla rota por el uso, un cubo de rubby o una extraña bolsa vacía. A cambio Eduardo les ofrece sus objetos olvidados también: un póster de Amelie o una preciosa bolsa deportiva. Así suceden los encuentros y los intercambios de enseres, siempre en mitad de la noche. Siempre tan puntuales.

1 comentario:

La Maga dijo...

Para los que pierden cosas, cosas muy nuestras, a las que les cogemos cariño. Discos, libros, gafas de sol. A veces ya no sabemos bien si las prestamos o las perdimos. A mi me da mucha rabia perder cosas que no puedo reemplazar. Que no puedo volver a comprármelas porque ya no las encuentro iguales. Para todos esos tan desastrosos como yo.